A finales de los cincuenta del pasado siglo (y recuperada ahora por Malas Tierras), con menos de 28 años, la argentina Sara Gallardo publicaba Enero.
Va a llegar el día en que mi barriga empiece a crecer, piensa Nefer, recién comenzada la novela. Sin cumplir los dieciséis Nefer queda preñada, no del hombre por el que bebe los vientos (siroco), ni de un príncipe azul, sino de un carnicero que la viola, en esos momentos en los que la sangre se arremolina y el alcohol lo echa todo a malperder: de aquellos polvos estos lodos. Si a la Yerma de Lorca el no poder tener descendencia la atormentaba, a Nefer, el tener un hijo indeseado la aboca a la misma situación, la de querer borrarse del mapa, presa de la angustia.
Nefer vive con su padre, madre y hermanas en una casa con techado de paja en un villorrio, entregados todos a las tareas agrícolas, agropecuarias, domésticas, al servicio de una familia adinerada, en unas tierras masticadas por el sol. La joven rumia su ingravidez en soledad, sin nadie a quien confesarse, sumida en sus pensamientos aciagos.
Se le abren tres vías: suicidarse, abortar o ser madre. Sara Gallardo opta para Nefer por la que sería la vía más común en aquella época.
Sin llegar a la cima que Gallardo alcanzaría con Eisejuaz, Enero es una novela primeriza pero interesante, en la que la autora nos introduce ya en su capacidad para hacer rechinar las costuras de su prosa en la creación de sus personajes y la recreación de unos paisajes muy faulknerianos.
Malas tierras. 2019. 119 páginas