Los Reyes Magos la han clavado.
Razón aquí:
Recién leía una entrevista que le hacían a Hernán Ronsino a cuenta de su última novela, Cameron, y en ella decía que la había escrito en una Residencia de escritores en Suiza. Después de leer la entrevista me quedé pensando cómo sería la vida de un escritor en una de estas Residencias para escritores, a qué dedicará el tiempo, en qué medida el estar allí recluido con un sólo objetivo ayudaría a su labor creadora o no (sobre esto siempre aconsejo leer el prólogo de Roberto Arlt a Los lanzallamas), de qué estatuto gozará en aquel limbo de espacio y tiempo, en fin, este tipo de cosas. Al poco, un par de días más tarde, me entero de que Chejfec publica libro. Voy a una librería del barrio y lo compro. Ejemplar número 224. No sé si es novela o son relatos o cualquier otro artefacto narrativo propio de Chejfec. La fe en literatura va de esto. Luego miro la contraportada y me entero de que el libro lo forman Cinco (escrita en 1996) y Nota (escrita en 2019). Cinco es un relato que Chejfec escribió en una Residencia de escritores. Nota es la explicación de cómo fue su estadía en dicha Residencia. ¿Curioso, no?.
Después de leer Cinco y Nota que juntos forman 5, no es que haya despejado ninguna duda, si es que las dudas son capaces de ser despejadas. Cinco, que podemos considerar un relato, pero que a mí me parece un novela, recurre a la fórmula del manuscrito encontrado. Así, el narrador, al que podemos llamar X, echa mano de los escritos de un tercero al que llamaré Y, para, alternando la primera persona (del que escribió el texto) y la tercera persona, cuando el narrador echa mano del cuaderno y lee lo que ahí pone -al tiempo que acota y subraya ciertos episodios- ir desgranando la vida de Y.
La narración es fragmentaria. Del olvido, en ese cuaderno, se sustraen episodios cruciales, como la muerte del padre de Y a manos de un rufián, un matarife que clausura de esta manera un comentario que debería de haberse saldado sin que la sangre hubiera llegado al río. Y es un don nadie, un paria, un indigente, quien desde el minuto cero ya avanza que «hoy ha comenzado el final«. Ese final lo esperará en la desembocadura de un río, en una ciudad con estuario, por la que flaneará sin formar parte de la comunidad hasta que Patricia entre en su vida y él en ella, y ella en él, como el río en el mar y viceversa, revolviendo las aguas interiores, de ambos.
Hay por ahí también un concepto, no recurrente, pero sí duplicado: la bondad. La que despliegan Patricia (que bien puede ser también María, una mujer que salva niños de morir ahogados en un arroyo) la panadera de la que se prenda Y, y la de un niño que decide acompañar a los marineros percudíos a los barcos a fin de que estos duerman la mona sin temer por sus vidas. Si la vida de Y es errática, la narración no lo es, pero elude mucho más de lo que brinda, y en estos casos uno se queda no insatisfecho pero tampoco complacido.
La Nota es bastante más extensa que Cinco y ahí Chejfec plantea (según las notas recopiladas en su cuaderno de tapas verdes) lo que podría haber sido su estadía en una Residencia de escritores (digo podría porque en la solapa se dice que es ficción), donde el poder municipal que gestiona la Residencia asemeja un Gran Hermano que parece controlarlo todo, el escritor parece una marioneta que solo sirve para cantar las glorias, cual cronista, de la ciudad donde se ubica la Residencia (que no se nombra, porque todo es metáfora de) y el narrador va y viene con el andariego director de la residencia, emplea su tiempo con conductores de autobús muy versados en materia literaria y se acaramela junto a la secretaria del centro leyendo juntos El mar de las Sirtes de Gracq.
Cuando leo los textos de Chejfec, como esta mezcla de narración y ensayo (No entiendo cómo los hambrientos no se abalanzan de inmediato sobre aquello que necesitan, el alimento, sin atender a que les pertenezca o no. ¿Qué detiene al necesitado y no al codicioso?), me lo imagino poniendo cargas explosivas a medida que avanza, con idea de dinamitar lo escrito, o en menor medida, disolverlo, porque apenas encuentro nada que retener ni fijar en mi memoria, más allá de experimentar el clímax de la narración, lo sugerente de la propuesta, ante una prosa inasible que me causa extrañamiento y que quizás no sea oscura, pero ante la que no corre tampoco uno, creo, el riesgo de deslumbramiento.
Sergio Chejfec en Devaneos
Recuerdo que en un curso de PNL nos tocó una práctica que consistía principalmente en mostrar nuestros sentimientos, recurriendo a algún momento decisivo que nos hubiera marcado. Algo parecido a la experiencia dramática que da título a esta novela. El caso es que en esa situación, uno podía optar por ser sincero, o bien por plegarse a cualquier situación dramática e interpretar el papel. Nadie sabría si lo referido era cierto o no, pues lo importante era el sentimiento, la verdad escénica.
Sobre estos elementos reflexiona Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956), quien plantea una novela sin argumento, o con un argumento mínimo que grosso modo pasa por ver como un hombre y una mujer quedan semanalmente para juntarse en cafeterías o caminar por las calles de una ciudad, en la que él es un extranjero. Ella está casada y es actriz y está en un taller en el que debe representar la experiencia dramática arriba referida y le cuenta a él, cosas de su marido. Él no está casado pero le hace ver a ella que sí lo está, para hermanarse ambos en su presunta insatisfacción y compadreo.
Así la pareja anda y dialoga, pero todo es apariencia, porque la personalidad ajena es un baluarte, donde se puede apreciar la calidad de la piedra y poco más; y nada de lo que hay detrás, porque el diálogo es convención, que no conocimiento, porque el tiempo y el espacio es casi un lugar común, y quien se pone el traje cada mañana se inviste también del personaje en que se recrea a diario.
La narración corre el riesgo de resultar insustancial, trivial, pero hay elementos que la inclinan hacia el otro lado, hacia el apunte significativo e introspectivo:
«Cuando se activa el contestador siente vergüenza de su propia voz. No recuerda el año en que puso el saludo, pero sí los ensayos y pruebas a los que se sometió, todos fallidos, hasta dejarlo como estaba por cansancio o pasividad, sin estar convencido, no tanto de lo que dice, porque al fin y al cabo lo que se dice no es importante, sino de su convicción, siempre sintió que su saludo telefónico no convencía a nadie, y en este sentido era revelador de su personalidad más profunda»
Es en esa tensión en la que discurre o deambula la novela, durante 170 páginas, en un paseo que parece físico y lo es, pero que es sobre todo interior, un viaje hacia nosotros, hacia nuestro ser, hacia el centro de nuestras experiencias, recuerdos y existencias; hacia aquello que somos o aparentamos ser, o creemos ser o creen que somos.
Editorial Candaya. 2013. 174 páginas