Archivo de la categoría: Sigilo editorial

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Cometierra (Dolores Reyes)

Cometierra llora ríos (ojo a la portada) pero come tierra, de ahí el mote. Ella, aún adolescente, tiene un don o un castigo. Según cómo se mire. Come tierra y sabe qué le ha sucedido a la gente desaparecida. Así supo que su padre mató a golpes a su madre. La madre muerta, asesinada, el padre desaparecido. Solos, ella y su hermano ante un horizonte sin porvenir. La gente, puenteando a la policía, de la que no obtiene el auxilio y ayuda necesaria, acude a su casa y quiere que la joven encuentre a sus hijas o hijos desaparecidos. Ella, accede. Come tierra, la panza le duele, la mirada se le nubla y se ve obligada a ver aquello que no quiere ver. Unos ya están muertos, bajo tierra, o en el lecho de un río, a otros logrará salvarlas con sus precisas indicaciones. A cambio recibe billetes, dinero que le sirve de poco. De su vida sale Hernán, a la carrera, pero entra Ezequiel. Cometierra quiere poner tierra de por medio al miedo, huir con su hermano; anhela tener un nombre y dejar de ser ya Cometierra, desprenderse de su don/ su estigma/ su cruz.

Dolores Reyes (Buenos Aires, 1978) debuta con esta breve y dura novela y una historia muy singular que pensaba que bien podría haber sido un relato extraído de Cuántos de los tuyos han muerto de Eduardo, no tanto por la manera de escribir de Dolores, sino por la temática. Novela apegada al terruño, al lenguaje local y sus argentinismos: quilombo, remera, bancar, factura (bollo), tacho, boliche, chabón, flaco, bondis, yutas, escabio, patova, chongo… que explicita la violencia cotidiana, las violaciones y muertes diarias de mujeres a las que se les arrebata el futuro o se les echa a perder el presente sin que puedan oponer nada a una realidad infausta.

Sigilo Editorial. 2019. 176 páginas

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Europa Automatiek (Cristian Crusat)

Ayer comenzaba en Logroño, Cuéntalo, festival de narrativas que tenía como objeto del mismo el desarraigo. Desarraigar: Separar a alguien del lugar o medio donde se
ha criado, o cortar los vínculos afectivos que tiene con ellos.
Se habla, piensa y reflexiona hoy mucho en la literatura acerca de ese «estar en el mundo«, a menudo lejos de casa, de los nuestros, de nuestros afectos, desarraigados pues, cuestión abordada en muchas novelas, ya desde su título como en los relatos de Esquivias, Andarás perdido por el mundo, jóvenes impartiendo clases de castellano en países asiáticos, en Trenes hacia Tokio de Olmos, otros currando en Dublín como el protagonista de Acantilados de Howth de David Pérez Vega o los de Luna cornata de Elvira Valgañón; novelas de españoles por el mundo hay a paladas.

El desarraigo va en la novela de Crusat (1983), Europa Automatiek, recorrida por la linfa del extrañamiento, que puede inducirlos a la reclusión, al repliegue, a esconderse en una o como sucedía en La escala de los mapas de Belén Gopegui. O como en la novela de Perec, El hombre que duerme, un habitar en el mundo que resulta estar concentrado en su propio ser. ¿Dónde acaba la comunidad y empieza el individuo?.

Crusat sitúa a su joven protagonista almeriense en Amsterdam, en el 2011, año que devino punto de inflexión si queremos entender -la confusión siempre por delante- el mundo que hoy conocemos. Haciendo también hincapié en la guerra en los Balcanes a mediados de los 90. Sombra amenazante de lo que puede volver a ocurrir(nos).

En Amsterdam trabaja, traduce, recibe una beca exigua con la que puede pagarse el alquiler y poco más, lo justo para ir tirando, el trashumado protagonista de la novela. Sus vivencias se irán alternando en capítulos con citas de otros escritores y filósofos que tratan de esclarecer el concepto de «habitar» de «construir» que parecen ser aquellos dos vectores que muestran la gráfica de la existencia humana.

El habitar (la novela aborda la mentalidad holandesa respecto al tema de la construcción -la casa como refugio- de cómo afrontan estos su intimidad, despojándola de sí misma, ofreciéndola a la vista de sus vecinos…) guarda relación con el sentirse parte de algo, con la manera de enraizar en el territorio y con las demás personas. El narrador lo hace con la episódica Ewa, luego con Tajana, no se engolosina con ella, su relación es muy particular, para ellos un te quiero implica un «acepto tu existencia» handkeano, roza el absurdo, pone en entredicho la verosimilitud, y ahí está la gracia y toda la potencia y efectividad narrativa de esta bella y singular novela de Crusat, bella porque desde el silencio, los ángulos muertos, los puntos ciegos, la zozobra de un mundo que llega asordinado, plasmado en una tele, el estar en el mundo de esta particular pareja de tórtolos es la de dos aves de paso más que harán su nido en Amsterdam. Mi casa está donde estás tú le diría él y ella entonces le miraría, sus pupilas dos tejados a dos aguas, y quizás asintiera, o cogiera su mano, o cambiara de canal y le extrañaría a ella y a él formar parte de algo, tan incómodos como agradablemente sorprendidos por esas raicillas que sienten ya en las plantas de los pies, espectadores de la manera en la que ambos, concurriendo o en paralelo, irán construyendo su identidad, su personalidad, su biografía, su habitar(se) mutuo, en la proximidad de sus cuerpos y osamentas.

Sigilo editorial. 2019. 222 paginas