Cometierra llora ríos (ojo a la portada) pero come tierra, de ahí el mote. Ella, aún adolescente, tiene un don o un castigo. Según cómo se mire. Come tierra y sabe qué le ha sucedido a la gente desaparecida. Así supo que su padre mató a golpes a su madre. La madre muerta, asesinada, el padre desaparecido. Solos, ella y su hermano ante un horizonte sin porvenir. La gente, puenteando a la policía, de la que no obtiene el auxilio y ayuda necesaria, acude a su casa y quiere que la joven encuentre a sus hijas o hijos desaparecidos. Ella, accede. Come tierra, la panza le duele, la mirada se le nubla y se ve obligada a ver aquello que no quiere ver. Unos ya están muertos, bajo tierra, o en el lecho de un río, a otros logrará salvarlas con sus precisas indicaciones. A cambio recibe billetes, dinero que le sirve de poco. De su vida sale Hernán, a la carrera, pero entra Ezequiel. Cometierra quiere poner tierra de por medio al miedo, huir con su hermano; anhela tener un nombre y dejar de ser ya Cometierra, desprenderse de su don/ su estigma/ su cruz.
Dolores Reyes (Buenos Aires, 1978) debuta con esta breve y dura novela y una historia muy singular que pensaba que bien podría haber sido un relato extraído de Cuántos de los tuyos han muerto de Eduardo, no tanto por la manera de escribir de Dolores, sino por la temática. Novela apegada al terruño, al lenguaje local y sus argentinismos: quilombo, remera, bancar, factura (bollo), tacho, boliche, chabón, flaco, bondis, yutas, escabio, patova, chongo… que explicita la violencia cotidiana, las violaciones y muertes diarias de mujeres a las que se les arrebata el futuro o se les echa a perder el presente sin que puedan oponer nada a una realidad infausta.
Sigilo Editorial. 2019. 176 páginas