Archivo de la categoría: Virginia Woolf

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Orlando (Virginia Woolf)

Resulta muy sorprendente el golpe de efecto que introduce en la novela Virginia Woolf cuando su protagonista, Orlando, una buena mañana se despierta siendo mujer, cuando hasta ese momento había sido un hombre.
Si a partir de ese momento la novela podría suponer una interesante indagación acerca de la manera en la que son recibidos los géneros por la sociedad, apenas queda esto esbozado, más allá de la reproducción de muchos tópicos, sin que parece que haya demasiada diferencia entre ser hombre o mujer en el caso de Orlando, que seguirá entregado o entregada a su tarea escribidora.

No parece que sus amoríos, ni incluso el hecho de que sea madre, tengan el menor peso en la historia, la cual, una vez superado el golpe de efecto se irá diluyendo poco a poco, y volviéndose -paradójicamente- muy plomiza hasta su final, en el que Virginia Woolf, haciendo el más difícil todavía, nos lleva desde comienzos del siglo XVIII hasta 1928. No sé con qué propósito. O despropósito.

Después de semejante fiasco me estoy planeando muy seriamente cambiar de género (se supone que esto es una biografía de Orlando), y abrazar la novela romántica o la autoayuda.

Virginia Woolf

Flush (Virginia Woolf)

En la demoledora Patas de perro el protagonista era un niño, mitad perro mitad humano. En Tuyo es el mañana uno de los narradores era un galgo. Virginia Woolf en esta breve novela pergeña una biografía de un perro, un cocker spaniel, que atiende al nombre de Flush. Lo original pasa por ponerse en la piel de un perro, y ajustar su mirada a la visión de un perro, a la altura de la rodilla. Un mundo -en la década de los cuarenta del siglo XIX- que el can aprehende a través de los colores, los olores y que brinda secuencias muy interesantes como el estado de agitación en el que se halla su dueña, la famosa poetisa victoriana Elizabeth Barrett Browning (1806-1861), cuando ésta se prenda del que sería su marido, Robert Browning o cuando nace el hijo de ambos.
“La superioridad de Flush sobre los seres humanos estriba en la posibilidad de sentir y la incapacidad para expresarse por medio de palabras. Puede captar olores, tonos, acentos peculiares. “Conocía Florencia como jamás la conoció ningún ser humano, como no la conocieron ni Ruskin ni George Eliot. La conocía como sólo la pueden conocer los mudos. Ni una sola palabra de sus innumerables sensaciones se sometió nunca a la deformidad de las palabras”.

Por medio hay cierta intriga, como cuando el perro es secuestrado en las calles de Londres por unos pandilleros barriobajeros, en Wimpole street, al no ir Flush atado, y cuya liberación se producirá tras el depósito de una cantidad y tras pasar Flush unos ratos atroces, sin saber en ningún momento que iba a ser de él.

Luego, Elizabeth, Robert, Lily Wilson (la criada) y el can se trasladan como unos peregrinos de la belleza a Italia. Se asientan en Pisa y luego en Florencia. El contraste entre el ambiente londinense con su frío, su humedad, su grisura, y el bienestar italiano, con su sol, su calor, su luz, su alegría, su algarabía, las voces restallantes, los pródigos olores, la chiquillada tomando las calles, los mercados callejeros. En fin, la vida chorreando y palpitando por todos los rincones. Ese contraste lo recoge muy bien Woolf a través de los sentidos de Flush.

Además de poner a un perro como voz narradora, Woolf también concede algo de espacio a Lily Wilson, la criada de Elizabeth, algo poco habitual pues como dice Woolf, los biógrafos no suelen dirigir sus focos hacia el servicio doméstico. Las apreciaciones de Lily cuando ésta llega a Italia y se hace cruces antes las Venus desnudas, se verán poco después superadas, una vez que aprecie y disfrute la vida en el sur y se enamore de un italiano, que desgraciadamente le saldrá rana.

Destino. 2003. 158 páginas. Traducción de Rafael Vázquez Zamora. Epílogo de Marta Pessarodona.

Una habitación propia

Una habitación propia (Virginia Woolf)

Leía el otro día Huellas. Tras los pasos de los románticos, donde Gérard de Nerval decía esto:

Si un joven se dedicaba al comercio o al sector manufacturero podía esperar todos los sacrificios financieros posibles de su familia; e incluso si no tenía éxito en un primer momento su familia se quejaría pero seguiría ayudándolo. Un hombre que decidiera ser médico o abogado debería contar con varios años en que no tendría suficientes clientes o pacientes para obtener beneficios, y su familia se sacaría el pan de la boca para que seguiría adelante. Sin embargo, nadie considera que el hombre de letras, haga lo que haga, por mucha ambición que tenga, por muy dura e incansablemente que trabaje, necesite el mismo apoyo en la vocación que ha seguido. O que su carrera que puede acabar siendo tan sólida desde un punto de vista material como las otras, probablemente tendrá -como mínimo en nuestros tiempos- un período inicial que es igual de difícil”.

Virginia Woolf, apela a tener 500 libras al año y una habitación propia para poder escribir. Una escritura que es tanto como un vivir, pues para quien vive a través de la escritura, el no poder hacerlo, es tanto como amargarse en vida, o incluso quitarse la misma, fruto de la impotencia.

Si Montaigne tenía un torreón, donde amasar las horas e ir escribiendo ajeno al mundanal ruido, dando lugar a sus Ensayos, Woolf, no pide un torreón, es más modesta, solo quiere independencia económica y una habitación propia, echar el pestillo y dedicarse a escribir, tranquila, sin nadie que la moleste ni perturbe.

A lo largo del texto Woolf explica con todo detalle el papel al que la mujer ha sido confinada hasta mediados del siglo XX, lo difícil, casi imposible que le resultaba a una mujer escribir (salvo excepciones como las hermanas Brönte, Arpha Behn, George Eliot, Jane Austen…), pues siempre era objeto de burla, escarnio, por parte de los hombres, que no podían aceptar que una mujer pensara por ella misma, que albergara sus propias ideas y quisiera, en prosa o en verso, verterlas sobre un papel.

El otro día leía un libro de Cambra, donde éste hacía 30 caricaturas de escritores, cantantes filósofos.., de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX y entre ellos sólo había un mujer, Carolina Coronado. Ejemplos como este abundan.

Hay libros que como este que hay que leer, pues nos permiten entender muchas cosas, que son necesarias conocer. Un libro donde Virginia Woolf despliega toda su inteligencia, todo su estilo, toda su ironía, toda su agudeza y el talento propio de una colosa de las letras.