Leía el otro día Huellas. Tras los pasos de los románticos, donde Gérard de Nerval decía esto:
“Si un joven se dedicaba al comercio o al sector manufacturero podía esperar todos los sacrificios financieros posibles de su familia; e incluso si no tenía éxito en un primer momento su familia se quejaría pero seguiría ayudándolo. Un hombre que decidiera ser médico o abogado debería contar con varios años en que no tendría suficientes clientes o pacientes para obtener beneficios, y su familia se sacaría el pan de la boca para que seguiría adelante. Sin embargo, nadie considera que el hombre de letras, haga lo que haga, por mucha ambición que tenga, por muy dura e incansablemente que trabaje, necesite el mismo apoyo en la vocación que ha seguido. O que su carrera que puede acabar siendo tan sólida desde un punto de vista material como las otras, probablemente tendrá -como mínimo en nuestros tiempos- un período inicial que es igual de difícil”.
Virginia Woolf, apela a tener 500 libras al año y una habitación propia para poder escribir. Una escritura que es tanto como un vivir, pues para quien vive a través de la escritura, el no poder hacerlo, es tanto como amargarse en vida, o incluso quitarse la misma, fruto de la impotencia.
Si Montaigne tenía un torreón, donde amasar las horas e ir escribiendo ajeno al mundanal ruido, dando lugar a sus Ensayos, Woolf, no pide un torreón, es más modesta, solo quiere independencia económica y una habitación propia, echar el pestillo y dedicarse a escribir, tranquila, sin nadie que la moleste ni perturbe.
A lo largo del texto Woolf explica con todo detalle el papel al que la mujer ha sido confinada hasta mediados del siglo XX, lo difícil, casi imposible que le resultaba a una mujer escribir (salvo excepciones como las hermanas Brönte, Arpha Behn, George Eliot, Jane Austen…), pues siempre era objeto de burla, escarnio, por parte de los hombres, que no podían aceptar que una mujer pensara por ella misma, que albergara sus propias ideas y quisiera, en prosa o en verso, verterlas sobre un papel.
El otro día leía un libro de Cambra, donde éste hacía 30 caricaturas de escritores, cantantes filósofos.., de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX y entre ellos sólo había un mujer, Carolina Coronado. Ejemplos como este abundan.
Hay libros que como este que hay que leer, pues nos permiten entender muchas cosas, que son necesarias conocer. Un libro donde Virginia Woolf despliega toda su inteligencia, todo su estilo, toda su ironía, toda su agudeza y el talento propio de una colosa de las letras.