Prins es una narración plagada de puertas giratorias hacia la realidad y la irrealidad, el presente y el pasado, las bromas y las veras, la literatura y la antiliteratura.
Nos habla el narrador -un exitoso autor de bestseller de literatura gótica, que decide un buen día dejar de escribir- de esa literatura elaborada con palabras de única acepción, lejos de los juegos de palabras, de las metáforas, esa clase de literatura a la que el lector exige un producto con el cual dejar en suspenso su inteligencia y una de sus mayores manifestaciones, el pensar (oiremos a menudo en estas fechas veraniegas, vacacionales, que el cuerpo pide lecturas ligeras, para no pensar -cuando precisamente el objetivo del arte, si es que este tiene alguno, es precisamente ese, la invitación a pensar, a reflexionar, a preguntarnos y cuestionarnos acerca de nuestra realidad-) lecturas que se devoran programadas para ser olvidadas al tiempo que se finalizan.
Cuando leí El mago quedé literalmente encantado. Al igual que en aquella, en Prins se pone encima de la mesa el tema de la escritura, en qué consiste la literatura, qué te convierte en escritor, y aquí se habla de confianza, de valor, de talento. Se nos dice que no es lo es mismo escribir un libro, que publicarlo, que no es lo mismo publicarlo que venderlo, y podemos añadir que no es lo mismo venderlo que leerlo y también que no es lo mismo que nos guste que que no.
Aira recurre a la parodia de la novela gótica (aunque extrapolable a cualquier otro género), género de la literatura que como todo género confina en su redil a los lectores de dicho género, excluyendo al resto de lectores, que ante ciertas lecturas bien pueden tener la sensación de encontrarse a las puertas de un club privado.
En El Mago su personaje defendía que cualquiera puede escribir. Es cierto. La cuestión es escribir bien, que las palabras no caigan en el papel como monedas en un pozo sin dejar ondas, ecos, sino creando pleamares de sentido y significado, redes sinópticas en las que nos embrolla Aira, para quien la literatura parece ser un juego, un paliativo contra el tedio, con el que desafíar las certezas del lector, atentando contra las tautologías, contra todo lugar común, y ahí reside precisamente el valor de las obras de Aira como la presente, en su capacidad para asombrarnos, divertirnos, ilusionarnos, enriquecernos y darnos un buen viaje, sin que medien opiáceos. O sí.
Aira, que no se parece a ningún otro escritor, ni siquiera a sí mismo, creo que tiene el d(r)on de la escritura en sus manos, de ahí que su literatura sea de altos vuelos, y todo ello es capaz de demostrárnoslo en tan solo 137 páginas.