La inanidad cada vez está más presente en nuestras pantallas con películas burdas, de personajes de papel y tramas rocambolescas, donde lo de menos es contarnos una historia o si se nos cuenta se hace de un modo tan confuso y lioso, que en el afán por confundirnos y hacernos pasar como el «no va más» algo que no se sostiene por ninguna parte, acabamos el visionado sin habernos enterado de nada. No porque seamos corto de entendederas, que puede ser, sino porque los personajes son meras caricaturas apenas esbozados, que lejos de interactuar están ahí para mostrar sus caretos empuñando un arma, disparando a todo lo que se mueve, y es mejor que no digan nada, que cierren sus bocazas, porque cuando lo hacen es para reducir el intelecto de estos palurdos al nivel del homo-erectus.
Muchas películas, quizá buscando un público adolescente que es el que más visita los cines y de deja la paga en la taquilla, convierten el arte fílmico en videojuegos, convirtiéndose el metraje en una ristra de escenas inconexas, sin sinergias internas, sin el menor rigor, ni cohesión interna, con exceso de violencia y pirotecnia armamentística, donde lograr el espectáculo visual, con un batiburrillo de escenas aceleradas, con sucesión de planos alocados y frenéticos, donde los protagonistas son mero relleno, para poner en pie productos fílmicos aburridos y vacuos, destinados a un público palomitero, al cual se le ha rebajado tanto el nivel de exigencia que aplaude a dos manos películas infumables como esta. Estos ases calientes los renombraría como «diarrea humeante»