Marta Sanz
2013
272 páginas
Editorial Anagrama
Una hoja, una castaña, un (magnífico) libro sobre la verde hierba. Eso vemos. No es una indirecta, el libro no es un castaña, todo lo contrario. El marco es intencionado, porque el libro me resulta otoñal, melancólico, cadencioso, pluvioso.
Al haber leído La lección de anatomía necesitaba seguir leyendo a Marta Sanz. Dicho y hecho. Daniela Astor y la caja negra, su última novela, me ha hecho sonreír, reír, llorar, emocionarme, en este ejercicio de memoria, ejecutado por Marta Sanz, muy plausible y recomendable, que se ha ganado mi fervor.
Al igual que en La lección de anatomía, la autora, buscará en el baúl de los recuerdos, para mostrarse con las mejores galas o para arrancarse la piel a tiras. Su capacidad de recordar, o de fabricar recuerdos es notable.
Catalina, la protagonista de este libro tiene doce años y la visión que ésta tiene por tanto del mundo es su mirada sobre la familia, las amistades de los padres, las revistas que consulta en la consulta donde trabaja su madre y poco más. Como la piel que habita, a Catalina no le gusta, acomodará en su mente a Daniela Astor, una mujer elegante, bella, políglota, inteligente, cosmopolita, a la cual quisiera parecerse. Y Catalina y su mejor amiga Angélica fabricaran con sus manos su propio micromundo entre las paredes de su cuarto, un cuarto que será testigo de la expansión de esos cuerpos núbiles, que devendrán mollares o magros, de esas nuevas protuberancias, de los desarreglos hormonales que certificarán su capacidad de procrear, de esos juegos que erizan la piel y convierte el deseo en algo húmedo…..
Ocupan un papel central en esta historia los padres de Catalina: Alejandro Hernández y Sonia Griñán. El primero con nombre de mariachi, que irá desdibujándose en pequeños pasos hacia la nada, como si una existencia se pudiera borrar sin apenas esfuerzo con una goma Milán y luego al repasar el contorno del nombre que fue, no se experimentara sensación alguna. Y la madre, Sonia, presencia ineludible, que agota, cansa, aborrece y odia, a ratos, Catalina, pero a la cual no podrá menos que amar, no porque sea su madre, que también, sino porque en el lote no solo van los genes, sino todo lo demás.
A la par que constatamos brutalmente la realidad que circunda, horada, socava y sostiene (los afectos, la constancia y el tesón afectivo ofrecido por Angélica y sus padres) a Catalina, tenemos un falso documental poblado de musas del destape, de mujeres convertidas en icono sexual, en películas ya olvidadas, una vez superados los viajes a Perpignan, donde una teta o un culo eran objeto de culto, la piel femenina un mapa inexplorado, mujeres que anhelaban ser amadas más que comprendidas, que querían tener una voz propia, ser algo más que un cuerpo escultural, un objeto admirado y deseado por pajilleros de manos rápidas u hombres acaudalados.
No debemos tampoco olvidar que hace poco más de tres décadas hubo mujeres y médicos que fueron a la cárcel por abortar y practicar abortos, como la madre de Catalina, para quien aquello que hizo, sería algo no agradable pero necesario.
Marta Sanz narra todas estas cosas con una sencillez que pone los pelos de punta, porque a medida que vas leyendo, lo leído va ganando en intensidad y como si de una bola de nieve se tratara, cada palabra, alimenta la siguiente, para ir creando algo grande, que arrolla y desmantela mis defensas a su paso, sí, una gran bola de nieve, que fundiré con mis recuerdos, cosidos a los de Catalina, al echar la vista y recordar como era la vida a los doce años, qué papel jugaron (y siguen jugando) los padres en todo este trayecto, si el adulto que todo niño lleva ya dentro de sí, haría buenas migas con el niño que todo adulto lleva dentro, o no se dirigirían la palabra, porque es absurdo hablar ante el espejo.
Marta Sanz en devaneos | La lección de anatomía