Bibliotex (Las mejores novelas en castellano del siglo XX)
Año 1954
160 páginas
Finalmente he concluido la lectura de un libro cuya lectura anhelaba hacía mucho tiempo. Hablo de Pequeño Teatro de Ana María Matute. Si es cierto que a pesar de publicarlo con 28 años y ganar el Premio Planeta en 1954, el libro lo tenía escrito Ana María Matute con tan solo 17 años, mi sorpresa y reconocimiento es aún mayor.
Acostumbrado a leer (desgraciadamente) libros de treintañeros (cuarentones y cincuentones también) embutidos de naderías y banalidades (vanguardistas o no), en este libro de una joven, sin cumplir si quiera los 18, la autora es capaz de desplegar sobre el papel un mundo rico y prolijo, ubicado en una población del litoral vasco, Oiquixa, durante la posguerra, plasmando una galería de personajes variopintos, dotando a todos ellos de muchos matices, describiendo al detalle las peculiaridades de Oiquixa, y de sus gentes marineras, los diferentes estratos sociales, donde no falta el ricachón local, un Kepa Devar regente de un Hotel, Zazu su hija desnortada y levantisca, sus tías, Mirentxu y Eskarne, dedicadas a la beneficiencia, sin nadie con quien compartir ni catre ni soledad, el chico raro y menudo, Ilé Eroriak, objeto de burlas y desaires por parte de los otros, Marco, el extranjero, rubio, joven y generoso, presuntamente rico, llovido del cielo (es un decir porque llega en velero) a quienes todos darán la bienvenida con expectación, cansados todos ellos de sus vidas grises, sin brillo, Anderea, con su teatro de títeres, divirtiendo (a falta de más ofertas de ocio) con sus historias a sus paisanos..
Cada cual tiene su historia triste, su dolor, su fracaso, cada cual su pasado fangoso y sus heridas abiertas, y por supuesto, sus sueños, como globos huyen, globos de colores que los pájaros pican, que caen, uno a uno hasta la tierra. Un pasado al que volver, como hace Kepa, para arrostrarlo a su presente amargo, sin una hermana, sin una mujer, sin padre ni madre, casi sin una hija, en un casa vacía, solariega, con una jardín marchito, a juego con el interior de él mismo, o Mirentxu tiranizada por su hermana Eskarne, desde niñas, anudada a sus entrañas, lazos que siendo adultas serán incapaces de romper, ahogando los sueños y desvelos en lágrimas, o Zazu, sin madre, con un padre que no siente como tal, enamorada fatalmente de Marco, a quien a su vez detesta, Ilé quien encuentra en Marco un hermano, algo sólido a lo que aferrarse, su globo particular con el que dejar el pueblo y ver mundo y Marco perdido en sus delirios y devaneos, en sus aires de grandeza, en su voz pomposa y ampulosa, en su múltiples aventuras, en su belleza subyugante, en un quehacer huero y vacío…
Ana María Matute en poco mas de 150 páginas compone un libro fluido, dramático, melancólico, sugestivo y muy intenso, que vale la pena leer con calma, libándolo, a lo largo de una lectura que te lleva ya desde sus primeras páginas y sin remisión a la húmeda, salitrosa, asfixiante y brumosa Oiquixa, de la mano de estos personajes/personas/títeres en manos de sus destinos, en este Pequeño Teatro convertido por obra y gracia de esta orfebre del lenguaje en un mundo en miniatura.
«Oiquixa era una pequeña población pesquera, con callejuelas azules, casi superpuestas y unidas por multitud de escalerillas de piedra. Parecían colgadas unas sobre otras, porque Oiquixa había sido construida en una pendiente hacia el mar. Una sola calle, ancha, llana, atravesaba el poblado y recibía el pomposo nombre de Kale Nagusia; avanzaba, avanzaba hasta convertirse en un camino largo y estrecho que se adentraba en las olas. Lo remataba un viejo faro en ruinas, cuya silueta se recortaba melancólicamente sobre el color del mar. Cuando llovía, parecía resbalar un llanto nostálgico sobre sus piedras. Al atardecer, se diría que todo Oiquixa estaba a punto de derrumbarse y caer en las aguas rosadas de la bahía. Era un hermoso espectáculo, tal vez parecido a un sueño absurdo, aquella extraña galería de puertecitas y tejados reflejándose al revés en el agua. Pero en la noche, desde la colina, el muelle de Oiquixa era como un negro pulpo de ojos amarillos que avanzaba sus tentáculos hacia las orillas». (página 13)
La espera, ha valido mucho la pena. A ver si me animo ahora a proseguir con Olvidado rey Gudú, otra de mis lecturas futuribles, que de momento sigue siéndolo.
Algunas escritoras nos llevan al huerto, otras a Bosques fantásticos.
Ana María Matute Ausejo guardó una estrecha relación con mi tierra, La Rioja, con Mansilla en concreto, donde pasó largas temporadas a lo largo de su vida y donde se esparcieron sus cenizas, tras su muerte. Además, Matute y Ausejo, los apellidos de la autora, son dos municipios riojanos. Ahí queda a modo de curiosidad.
Pingback: Lecturas 2014 | Devaneos