Jean Lorrain
Editorial Periférica
2015
80 páginas
Esta pieza breve la escribe Jean Lorrain (1855-1906) en 1905. Hace por tanto, 110 años. Ya entonces, el autor quería salvar Venecia a golpe de letra, y a ello se pone, cantando a los cuatro vientos, las gestas, y maravillas sin igual de Venecia, esa ciudad que es más palacio que ciudad, esa reina del mar y hermana de la luna, esa ciudad con más de cien iglesias, y su legión de campanarios horadando el cielo, esa ciudad que no puede dejar indiferente a cual espíritu sensible. No sólo Lorrain, otros famosos como D´Annunzio, Byron, Musset, Wagner, Maurice Barrès, también se quedaron prendado de Venecia y propalaron sus virtudes.
Se lamenta Lorrain de que un tal Thomas Cook puso en aquellas fechas en marcha en Venecia el turismo de masas. Si a comienzos del siglo XX aquello era una locura con turistas en su mayoría europeos, ahora, con la llegada de esos monstruos marinos que conocemos como transatlánticos, la cosa, lejos de mejorar ha empeorado, hasta límites grotescos.
Ya entonces, se pensó incluso en soterrar todos los canales, en asfaltar toda la ciudad, la cual sería como despojar a Venecia de sus atributos. A día de hoy, Venecia, esa ciudad que emerge de la laguna, es lo que es por su canales, por esas avenidas y calles de agua que son su seña de identidad y su reclamo.
El año pasado fui a Venecia con la ilusión de visitar esa ciudad o Palacio sobre la laguna y apenas pude ver nada entre riadas de turistas (como yo), así que mi estancia en dicha ciudad me dejó un regusto amargo.
Ahora bien, a día de hoy, no sé si hay algún momento propicio para visitar la ciudad, cuando el turismo es para Venecia su razón de ser (y veremos sí también, de perecer).
Acaba la novela con una cartita que Lorrain escribe a su madre, a quien pide que la guarde, para más adelante tener éste una prueba por escrito sobre qué impresión le causó la ciudad la primera vez que la visitó.
A quienes como Lorrain se dedican al buen vivir y no les faltan recursos ni posibles, Venecia les ofrece muchas posibilidades.
A quienes entonces y ahora se ganan el pan con el sudor de su frente, Venecia se les antojará como otra ciudad cualquiera, cuya belleza ni les toca, ni seduce, más proclives al hedor de los canales que a otros pensamientos fruto de la ensoñación y la inflamación poética.
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