Tanto en la serie La Valla como en la novela Diario de un viejo cabezota, emplazadas temporalmente en 2045 y 2066 respectivamente, ya ha tenido lugar una Tercera Guerra Mundial. En un ambiente hoy cada vez más enrarecido, con mayor número de amenazas, mayores desigualdades, libertades más restringidas, ánimos a flor de piel, estómagos rugientes e irresponsables y poderosos gobernantes, no parece algo imposible que este escenario pudiera llegar a suceder en las décadas venideras. O sin llegar a un tercera guerra, sí al menos un colapso económico, como en la serie francesa El colapso, que tan bien explora y explota esta posibilidad. En la novela, la guerra aparejó el apagón digital y tocó volver a lo analógico, lo manual, lo mecánico, un vivir si se quiere menos acelerado, menos pendientes de las prótesis en las que se convirtieron los móviles, o esos artefactos de ecos borgianos: el alephmóvil.
Avanzo en la lectura, al 33%, de un Diario abierto en canal a las continuas digresiones de un narrador que levanta acta de un día a día muy permeable a los embates del pasado; recuerdos que regresan de continuo porque cada hecho presente tiene su réplica en aquel entonces. En Cataluña dice el narrador a 40 años de franquismo y 40 años de democracia, le sucedieron 40 años de procesismo.
La novela en este sentido especula en muchos frentes y es interesante el escenario que nos plantea, aunque el foco está en lo particular, en lo próximo, tal que a sus casi 90 años el diarista se enamora de nuevo y ese motorcillo al ralentí, combustiona ahora de lo lindo, mientras el grupo humano instalado en el Institut Pere Mata se irá disgregando con huidas o deserciones, muertes inesperadas…
La amenaza, los otros, merodea y acecha fuera, buscándose también ellos la vida, en su lucha por la supervivencia.
Siempre hay una fuerza proactiva que anima e incita a continuar aún en las condiciones más adversas. Este grupo de sujetos decide afincarse allá y permanecer juntos, desestimar otras opciones. El diarista podría irse con su hija y nieta a dominios asiáticos, pero prefiere quedarse, resistir, vivir, latir sobre el papel, ondeando el pendón de la memoria.