Pablo, nuestro colaborador episódico, nos ofrece aquí su desternillante crónica sobre su viaje a las Islas, a Lanzarote en concreto.
Lanzarote es una isla desértica y volcánica amada por el turismo a granel de sol y playa, y bien planificada para pasar una semana de total relajo. No puedes escaparte de un perímetro de 40×20 km. Los coches de alquiler son baratos (100€ por semana) y la gasolina tiene precio coste.
Vivir la experiencia de turismo masivo sol y playa tiene su punto, máxime si no eres practicante y lo observas con cierta retranca. Digamos que te meten en un avioncito en una ciudad periférica, pongamos por caso, Vitoria, Pamplona, Logroño, y empiezas a observar a la fauna que disfruta de esta semana mítica: parejas acarameladas, familias con hijos guerreros, maduritos con sus segundas y algún flipao escapando de la normalidad.
Vuelas un par de horas y te recibe un siroco que te deja bien claro que llegas a África a pesar de que estés en la Unión Europea. Un minibus te reparte por los diferentes mamotreto-hoteles que existen en la costa (costa Teguisse, Arrecife, Punta Blanca, etc.).
Y llegas al gran centro balneario, en este caso al Hotel Beatriz SPA Costa Teguisse, un típico ejemplo de pelotazo urbanístico en forma de hotel para 900 personas con todas las terrazas mirando al mar, y como patio trasero una inmensidad de terreno baldío, desértico y que los lugareños llaman malpais. Pronto eres consciente de que el viento no te abandonará en toda la semana porque si miras al mapa estás en pleno atlántico y el viento hace las delicias de los amantes del Windsurf.
El hotel es superior, amplias habitaciones, terraza sin igual mirando al mar, un buffet libre donde cogerás esos 5 o 10 kilos de más para engrosar, si no lo estás ya, la lista de los sobrepeso u obesos, una piscina caribeña con jacuzzi, y si te aburres un animador cubano que hará tus mañanas una delicia con una combinación mítica de petanca, tiro con arco, waterpolo y aerobic.
Y además, que decir, si has pillado el ofertón en tu agencia de viajes de confianza y te ha salido tirao en esta crisis del turismo patrio que nos asola.
Para escapar de la agotadora agenda: opíparo desayuno, tumbona en la playa, arena en la entrepierna, algas en la espalda, ducha, piscina, comida, siesta de 3 horas, piscina, ducha, cena a tutiplé y mojito amenizado por los pajaritos y Viva España de Manolo Escobar, puedes hacer un plan alternativo que consiste en carrerita por la mañana, visita a diferentes puntos de la isla durante la mañana, un poquito de playa y por la tarde algo de lectura.
Aun así, tampoco hay mucho espacio para la sorpresa, el amigo Cesar Manrique se lo montó de cine. Te pegan la clavada en todos aquellos sitios declarados centros de arte y cultura: Jameos del Agua, Cueva Verde, Mirador del Rio, Casa Cesar Manrique, Parque Timanfaya, etc. En todos los garitos el tipo se montó su restaurante y te meten unos 8€ por barba (los sitios, no los restaurantes) y como no hay más que visitar, pues toca pasar por el aro.
En lo gastronómico un erial, como el terreno, malpaís, libra el pescado fresco, el mojo picón y el vino malvasía, sobre todo por lo que cuesta que allí crezca algo. Es peculiar observar las cepas rodeadas de rocas volcánicas y también como asan la carne sobre las brasas de los volcanes.
Cuando te has aclimatado sorprende la sensación de soledad y vacío existente pese a todo el turismo hacinado. No hay pueblos, ni plazas, ni ciudad ni vida al cuadrado. Lo ganado al desierto, a los volcanes, al viento permanente, a la insularidad más absoluta, es puro deseo de supervivencia.
Aprendí de sus palabras, jameo, Timanfaya, Haria, Geria, Teguisse, malvasía, malpaís que sugerían más de lo que ofrecían.
Y cuando ya te has tostado suficiente, de forma consciente (gente en la playa 12×7) o inconsciente (paseando por la isla) y has llevado a cabo la cura de engorde permanente, siestas interminables, antistress y demás terapias contra la vida del siglo XXI te vuelven a meter en un minibus, que te conduce al avión, que te lleva a tu coche aparcado en el parking, que finalmente te llevará a tu casa, donde abrirás tu maleta y harás unas cuantas lavadoras y pensarás que allí al menos no existía el reloj, y hasta el año que viene, pero esta vez sin turismo de sol y playa.