El mundo de las oposiciones es un mundo esóterico, inéxtricable, no ajeno a los vapores de los pucherazos, a las abstenciones no llevadas a cabo, a dedos acusadores y posibilistas. A nivel de temarios las oposiciones, son la monda. El Ministro de Administraciones Públicas dijo en su día que las pruebas de acceso a la Administración buscarían cierta consonancia con los puestos de trabajo. Me río y continúo.
Si alguien tiene en mente opositar para los grupos D o E, deberá hacer unos exámenes psicotécnicos, y entre las cosas que deberá aprender será el significado de palabras como choz, ilación, hético, desarrollar la perspectiva espacial, recuperar la tabla de multiplicar y las raíces cuadradas, las potencias y los quebrados y ser más rápido que nadie. De nada sirve hacerlo bien sino eres el más rápido. Eres tú contra otros miles. La consonancia entre las pruebas y la realidad laboral es nula, no hay más que verlo. Luego vas a hacer cualquier gestión a una oficina de la administración y tienes al que escribe con dos dedos, al que suma con tres dedos, al que no sabe que es word, ¿guor, me has dicho?. Más que preguntarles por palabras que están en desuso a la hora de examinarlos o comprobar si saben restar y sumar, sería mejor valorar otra serie de aptitudes en ellos, como el trato al público, la empatía con el administrado, cuánto les gusta el café, sin son ávidos lectores de periódicos, sin son proclives a la depresión, si están dispuestos a hacer más de una cosa a la vez, si saben sonreír, si saben hacer fotocopias por las dos caras, etc.
Oposiciones son enigmas inextricables
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