Jaime Gil de Biedma

En el recuerdo de aquellas lecturas de La pagoda de cristal creo que se fundan sobre todo tres sólidas convicciones mías. La primera, que para leer bien y para guardar la fe en la literatura no hay, a cualquier edad, nada como tener pocos libros que leer a nuestro alcance. La segunda, que los niños leen exactamente para lo mismo que las personas mayores: para intentar comprender la vida, imaginándola, y para consolarse de ella. La tercera, que para leer Moby Dick, el Quijote o cualquier otro gran libro que los mayores a veces imponían a los niños, en ediciones más o menos expurgadas, tenemos por delante toda la existencia, mientras que para leer apasionadamente La pagoda de cristal, Los tigres de Mompracem o El coyote, o cualquier otra historia de aventuras que los niños leen ahora, solo disponemos de poquísimos años. Quien los desperdicie, se habrá privado de la única profunda aventura de lector que a esa edad puede tener, y que sólo puede tener a esa edad; su experiencia literaria y su experiencia de la vida quedarán para siempre incompletas.

Jaime Gil de Biedma. El pie de la letra. De mi antiguo comercio con los héroes (paginas 288-289)

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