El título, España fea, ya es un aviso de lo que podemos encontrar en este sustancioso ensayo. La España fea, para el autor, Andrés Rubio, es la España que se ha ido construyendo desde los tiempos de la dictadura (aquella que quería propietarios y no proletarios) y posteriormente en democracia. El caos urbano, el mayor fracaso de la democracia es el subtítulo de libro. El Estado de las autonomías ha permitido con su atomización que en toda la geografía nacional, en todas las comunidades, hayan surgido construcciones que han deteriorado el paisaje ya de forma irremediable. Algo que puede constatar cualquier persona que decida darse una vuelta por el extenso litoral de España. No faltan tampoco desmanes urbanísticos en cualquier ciudad del interior.
Hay apartados en el libro dedicados a denunciar estas situaciones y las personas responsables en las que la avaricia, la codicia, la especulación y la corrupción (viéndose vulnerada las leyes por las comunidades autónomas, las provincias y los municipios) han hermanado a constructores y políticos, que movidos por un espíritu neoliberal, han cedido el espacio público a intereses particulares, beneficiando a cuatro y perjudicando al resto. O cómo el gremio de arquitectos está desmovilizado o el desastre urbanístico madrileño, en contraposición con el buen hacer de Barcelona, ahora en el desarrollo de las supermanzanas.
Más allá del archiconocido Algarrobico, hotel que todavía hoy no ha sido demolido, Andrés fija su mirada en otros desmanes como los que se han realizado en Mojácar, Marbella, en las Islas Canarias (con la construcción del Hotel Tejita en el sur de Tenerife o bien nos habla de espacios que ya no existen como El valle de La Orotova) y hay muchos más ejemplos, si bien Andrés también habla de los casos que destacan favorablemente, que son los menos, como Albarracín, Vejer de la Frontera, Pedraza o Santiago de Compostela (en los años que estuvo al frente de la ciudad el alcalde-arquitecto Xerardo Estévez).
El espejo en el que deberíamos es Francia y Alemania, e hicimos mal fijándonos en el modelo desregulado de los Estados Unidos. Además, cuando Aznar llegó al poder, decretó que casi todo el suelo fuese urbanizable. Las tres mayorías absolutas de Felipe González no sirvieron tampoco para llevar a cabo una ordenación del territorio. De Francia hemos de aprender su empeño por conservar el litoral, con el creado Conservatorio del litoral, responsable de comprar terrenos, demoler edificios, y cederlos al servicio público. O la idea de crear un Cuerpo de Arquitectos y Urbanistas del Estado. De Alemania, el autor nos anima a imitar el modelo de colaboración entre los lander (nuestras comunidades autónomas) en cuestiones técnico-científicas, y apela a una mayor transparencia y una menor corrupción.
Otros países como Grecia o Italia parecen haber seguido unos derroteros parecidos a nuestro país en cuanto a desmanes urbanísticos. Lo que se evidencia leyendo el ensayo de Andrés, muy bien documentado con sus cientos de notas en cada uno de sus cinco capítulos y su extensísima bibliografía (ofrece el autor un buen número de lecturas que resultan muy apetecibles, para abundar más en el tema, después de haber leído este ensayo), es que a la hora de construir y edificar habría que fijar la mirada en el territorio, tener claro qué acciones afean el paisaje, teniendo presente lo irreversible de muchas de las actuaciones, rehabilitar antes de meter la piqueta, fomentar la vivienda social (un buen ejemplo en el que fijarnos sería el de la ciudad de Viena, donde el 62% de sus millones 1.800.000 habitantes viven en casas de renta social), pensar en el bien público y anteponerlo al bienestar de unos pocos. En definitiva, creo que lo que aquí se trata es ver si lo que nos mueve son los principios neoliberales o los de la socialdemocracia.
El ensayo muestra cómo muchos pueblos han conseguido mantener su esencia por el empeño y determinación de personas concretas, como César Manrique en Lanzarote o Antonio Jiménez en Albarracín. O la manera en la que el buen entendimiento entre políticos y arquitectos arrojan buenos frutos. Evidente en el caso de Barcelona, en la estrecha colaboración de Oriol Bohigas con Maragall y Narcís Serra.
Uno de los capítulos del ensayo lleva por título El patriotismo bien entendido pasa por el paisaje (en tanto que el paisaje forma parte de la memoria de los ciudadanos y configura también su identidad). No parece que aquí el deterioro continuo y sistemático del paisaje parezca preocupar a las comunidades más conservadoras, ni a sus votantes tan patrióticos, en un país como el nuestro en el que un partido político como pudiera ser Los Verdes, tan importante en Alemania, aquí tenga tan escaso peso, y en donde ha calado tantísimo la idea del todo vale, en el nombre de una mal entendida idea del progreso y de un desarrollo turístico devastador que habría que revisar urgentemente. Basta ver cómo se manifestaron el pasado mes de abril los ciudadanos canarios en contra del turismo masivo.
En lo relativo a los pueblos con encanto se evidencia los diferentes criterios que existen a la hora de valorar pueblos de estas características en Francia y en España. Aquí los criterios son mucho más laxos. Por eso pueblos como Potes tienen tal denominación. En La Rioja, en el caso de Briones, cuando vas por la carretera hacia Haro, donde acaba la parte monumental y bonita, se ven muy bien dos adefesios urbanísticos, urbanizaciones sin acabar, ya convertidas en ruinas y que desmerecen irremediablemente el conjunto anterior.
Son muchísimos temas los que el combativo ensayo aborda. Uno sería el del modelo del turismo sostenible y la posibilidad de fijar a las personas en el territorio, a lo cual ayudaría mucho que el Estado fuese capaz de lograr que el año próximo hubiese banda ancha en toda España, cuando hoy está en un 65%. Hoy muchos de estos pueblos están a merced de empresas eléctricas, que instalan parques eólicos en montañas o enclaves naturales que no deberían ser tocados, dice el autor, en vez de situarlos, pues la tecnología permite aprovechar cada vez mejor el viento, en lugares menos invasivos.
Andrés Rubio ha escrito un ensayo muy bien documentado, cuya lectura resulta muy fluida. Ensayo que ha suscitado mi interés por muchos de los temas aquí tratados. Lectura que permite hacernos una idea sobre cómo se ha desarrollado la ordenación del territorio desde los tiempos de Franco hasta hoy, poniendo sobre la mesa la falta de consenso entre las formaciones políticas a la hora de apreciar el paisaje, para velar luego por su necesaria conservación. Lo que podemos aprender de otros países si queremos ir en la dirección correcta. Algunas recomendaciones sobre lo que debería hacerse, como decantarse más por la rehabilitación. Y todo ello servido con un sinfín de ejemplos y de nombres de los responsables, tanto de las acciones a encarecer como a denostar. Ensayo, en definitiva necesario y muy recomendable que debería servir como objeto de debate y discusión, para situar siempre el interés público en el centro de todas aquellas decisiones que tengan ver con la ordenación del territorio.
Muy bueno.