Hay quien en Semana Santa aprovecha para ver todas las procesiones que se le ponen a tiro. El sibarita opta por ir de restaurantes.
En esta ocasión, el restaurante elegido fue El Serbal, en Santander. Uno de los cinco restaurantes cántabros que este año mantienen una estrella de La Guía Michelín. Los otros cuatro son Cenador de Amós (Villaverde de Pontones), El Nuevo Molino (Puente Arce), Annua(San Vicente de la Barquera) y Solana (Ampuero, La Bien Aparecida).
Al parecer y a resultas de la crisis, no nos resultaría difícil conseguir mesa para estas fechas tan señaladas. Fuimos el domingo. El salón donde nos ubicaron estaba al completo.
Este es el aspecto que mostraba el salón donde comimos. Está vacío porque ya nos íbamos, después de tres horas comiendo.
Luego tuvimos que elegir el pan. Hay un buen surtido, como se puede apreciar en la foto. Optamos por uno relleno de tomates y otro de aceitunas. Parece ser que son dos de las últimas incorporaciones en esa miríada de panes.
Tras tomar asiento nos dieron a elegir a probar entre varios vinos. Optamos por un Jerez.
Pasamos de los platos de la Carta y nos decantamos por el Menú Degustación, el cual consta de los platos que se ven en las fotos.
A modo de aperitivo nos ofrecieron una purrusalda con bacalao que funcionaba muy bien como entrante.
Ensalada de queso de Las Garmillas, con achoas del Cantábrico cebolla en tempura y tomate en texturas. Fue el plato más flojillo de todos a pesar de admitir que la tempura de cebolla y la gelatina de tomate son creaciones culinarias muy interesantes.
A quienes el aceite de oliva virgen extra nos pirra, que nos planten una selección de variedades como Arbosana, Arbequina, Koroneiki, así como un par de coupages de las variedades anteriores, no hizo sino engrasarnos el día. Todos los aceites son de La Boella. Se podrían no obstante añadir a la cata otras variedades como la cornicabra, la picual, hojiblanca, etc, o bien recurrir a diferentes denominaciones de origen de aceites, que hay donde elegir, pero a pesar de ello, los que probamos nos gustaron y mucho.
Un plato delicioso. La pasta fresca estaba extraordinaria y el toque de la trufa negra con esa bechamel tan fina hacía del plato algo sedoso y delicioso.
Los hemos comido en Tarragona, con babero y en plan tragasables, pero así partiditos, con su salsa de soja, calamar y piñones estaban también muy ricos.
El cochinillo que formaba parte del menú no lo había. Elegimos pues cervatillo con foie. El sabor de la caza estaba poco presente y el foie extraordinario.
El cordero nos explicaron que lo cocinaban durante 24 horas, para luego pasarlo por la plancha y darle ese color. Se deshacia en la boca. Glorioso.
El afinador que les prepara quesos de ese nivel. Los quesos españoles incluyen el Bejes-Tresviso, que es como el Cabrales, pero hecho en Cantabria. El nombre atiende a que ahora han juntado ambas denominaciones bajo es nombre. Los quesos franceses eran un Camenbert de los que te quita el sentido lo justo para volver en sí, en tí y seguir con un Comté que no conocía pero del que tengo muy claro que me he convertido desde ya en un fanático del mismo. Otro, un queso de cabra, no me quedó claro su origen, pero fue a parar al mismo sitio que el resto.
Como había que bajar todo lo ingerido, fue el turno de los postres. Por triplicado.
A uno que es de La Rioja, y lleva las viñas y el vino en la sangre, la estampa de este viñedo le arrebola y emociona a partes iguales. Bien presentado, pero descafeinado. Muy suave. Le falta pegada.
Estas fresas yo las quitaba del menú pues desmerecen en el mismo. Y no tengo nada en contra de las fresas.
Como habíamos dado cuenta de todo, sin rechistar y sin arrebañar, por mantener las formas (que con semejante menú es casi imposible. A las formas corpóreas me refiero), nos pusieron unas tejas y unos bombones. Los de chocolate blanco creo que llevaban papaya, guayaba, guanabana o algo similar.
Luego vino la especialidad de la casa: La Dolorosa. (58 euros por comensal, quesos y bebidas a parte)
Respecto a los líquidos. Agua de Solares (de Corconte no había) y vino de La Rioja Alavesa: Pujanza, Crianza de 2005.
Sí me hubiera gustado que cuando ordenamos el Menú Degustación me hubieran dado un folio o papel, donde apareciera el nombre de los platos que íbamos a probar. Menudencias a parte, la experiencia gastronómica es de las que perdurarán en el recuerdo.