Cuando leí este párrafo de Ordesa de Manuel Vilas me emocioné.
Cuántas veces llegaba yo a mi casa, cuando tenía diecisiete años, y no me fijaba en la presencia de mi padre, no sabía si mi padre estaba en casa o no. Tenía muchas cosas que hacer, eso pensaba, cosas que no incluían la contemplación silenciosa de mi padre. Y ahora me arrepiento de no haber contemplado más la vida de mi padre. Mirar su vida, eso, simplemente. Mirarle la vida a mi padre, eso debería haber hecho todos los días, mucho rato…
Leo ahora las memorias de Anastasía Tsvietáieva y me pasa otro tanto leyendo un párrafo similar. Hermanados ambos por esas ausencias que sabemos irreparables.
Ya hace tres años, en este mismo patio, no entendía que mamá estaba a punto de desaparecer, no apreciaba los días de su vida, !cuántas veces dejé de pasar por su cuarto mientras aún podía! Aunque fuese un minuto…como lo haría ahora: entraría y no volvería a salir, me quedaría con ella muchísimo tiempo para empaparme de su presencia, retenerla en la memoria. Porque ya no me acuerdo del todo del rostro de mamá, !no recuerdo todos sus rasgos!…Su voz sigue sonando…
(Traducción de Marta Sánchez-Nieves y Olga Korobenko)
Preciosos textos ambos.
La verdad de nuestra miserable condición. No ser consciente de lo que tienes hasta que lo pierdes.
Sí Jesús, eso es como aquello que se dice de que la experiencia es el peine que te llega cuando ya estás calvo. Con toda esta quincallería digital creo que nos conectamos a extraños para desconectarnos de los más próximos, a los que luego acabaremos echando mucho de menos, sin duda.