«Habías leído a Ortega, en un tomo de Obras completas del año 32, con pastas de cartoné entelado y color salmón, que conservo como una parte de ti, sacralizado por tus ojos y oliéndome todavía a la sala donde lo leías, grueso como un misal y de generosos márgenes para el sosiego y la meditación, al que llamabas la Biblia, porque por cualquier página por donde la abrieras encontrabas siempre lo que estabas buscando sin saberlo».
La fatiga del sol (Luciano G. Egido)