Lawrence Osborne, autor de la novela, sitúa a sus dos protagonistas principales, David y Jo, un matrimonio británico en crisis, en el interior del desierto en Marruecos, cuando acuden a una fiesta que organizan unos amigos. Fiestas que son saraos en los que hay comida abundante, corre la bebida, suena la música y se aparean los cuerpos en pleno desenfreno y ante la mirada de desprecio de los lugareños para quienes los europeos y americanos no dejan de ser unos infieles descarriados.
En su travesía, David, un tanto percudío, atropella y mata a un joven que le ofrece los trilobites locales, ya que lo que hoy es un desierto en su día fue un mar, y abundan ahora los restos fósiles, que son una fuente de riqueza para la zona y les permite a los aldeanos subsistir.
La narración explicita la tensión cultural que existe entre los occidentales y los musulmanes; un lenguaje plagado de etiquetas y prejuicios en ambas direcciones. Para los que van allí a Marruecos a divertirse todo aquello no deja de ser más que un decorado exótico, en el que dar rienda suelta a todos sus deseos y apetencias, sin importarles un bledo el paisanaje local. Para los marroquíes, los occidentales son unos impuros, unos infieles, degradados por sus vicios de toda clase. El joven atropellado tuvo la oportunidad de vivir su sueño europeo por tierras españolas y luego galas y fueron aquellos mismos prejuicios los que le impidieron asumir y entender la bondad y la caridad ajena, orilladas ambas por un mal entendido orgullo, cuando uno solo ve lo que quiere ver.
Interesa menos a Osborne el aspecto lúdico, no obstante muy sugestivo, vívido y descriptivo, echando a menudo mano para ello de palabras árabes ( ksar, ghorfa, mihrabs, oud, kemia, briwat, pastela, kif, haratin, gaouri, hassi, chechs, tarbouche…) que la vertiente introspectiva: la manera en el que el viaje exterior supone una mudanza espiritual tanto para Jo como para David, aunque por distintas circunstancias en cada caso. Es interesante en la novela el momento en el que David debe superar esa barrera de confort y exponerse, asumir el resultado de sus acciones, deviniendo vulnerable, y quizás esa sea la única manera de conocer, entender y empatizar realmente con algo de lo que le rodea, cuando se someta voluntariamente al ofrecimiento del padre del finado.
Para Jo, esas 48 horas resultan también clave en su existencia, son un punto de inflexión, la pequeña fisura en el cristal que acabará rajando el parabrisas de su horizonte existencial, la gota de café que hará imposible la blancura de la fidelidad, porque cada acción de David y Jo, han de pasar aquí, enjuiciadas, por el cedazo de la moral del omnisciente narrador.
En cuanto al desenlace de la novela, alentado por un hálito fatalista, resulta consecuente con todo lo anteriormente acontecido.
Gatopardo ediciones. 2020. 326 páginas. Traducción de Magdalena Palmer.