Fueron estas palabras las que fijaron mi atención en Gracq cuando las leí hace tiempo:
El mecanismo novelesco es tan preciso y sutil como el mecanis de un poema, pero en razón de las dimensiones de la obra, y a mo diferencia de un soneto, pongamos por caso, desanima a un trabajo crítico completo. Así pues, dado la complejidad de un análisis que verdadero excede a las posibilidades del intelecto, la crítica de novelas sólo trabaja sobre mecanismos intermedios o arbitrarios, grupos sim plificadores muy vagos y tomados en masa: ciertas «escenas» o algunos capítulos, por ejemplo, en lugar de un análisis palabra a palabra, como el que es habitual en un crítico de poesía. Y sin embargo, si la novela vale la pena, su avatar transcurre línea a línea, y debería discutirse línea a línea. No hay más «detalles» en una novela que en cualquier otra obra de arte, aunque su masa así parezca sugerirlo, y también el prejuicio (muchas veces acertado) de que el novelista no ha podido contro larlo todo. Por eso los críticos que resumen, agrupan y simplifican, pierden todo derecho a ser tomados en serio y arruinan su crédito, en este género, y en todos los demás.
Publica ahora Ediciones del Subsuelo Nudos de vida, con traducción de Lluís Maria Todó, suma de fragmentos heteróclitos, clasificados en apartados tan contundentes como Caminos y calles, Instantes, Leer, Escribir.
Gracq murió en 2007, casi centenario. Nudos de vida que suponen una especie de enlazamiento íntimo y aislado, alrededor del cuerpo está la sensación de plenitud del ser-juntos.
La mayoría de los autores citados por Gracq son franceses: Mallarmé, Rimbaud, Valéry (para el que el poema era una larga vacilación entre el sonido y el sentido), Malraux, Victor Hugo, Renard, Nerval, Collete, Proust (la preeminencia en este del detalle sobre el conjunto), Stendhal (y sus desconcertantes comienzos), sin descuidar otros no galos como Kafka, Chéjov, Tosltoi, Stevenson… Y me sorprende la mención a Tolkien, al El señor de los anillos. El comentario a él destinado es cómo esta obra de Tolkien surge en un tiempo anterior al de la religión.
Los caminos y calles son las de Francia y Suiza. Paseos y deambuleos en coche, en bicicleta, a pie, por Tolón, Sion, Anjou, París, Amiens, Neuchâtel… que sirven para ejercitar la memoria y asimismo la constatación de un mundo ido, vivo solo en el rescoldo del recuerdo. O un mundo hecho a su imagen y semejanza que según Gracq distará mucho de ser considerado una obra buena.
Escribe Gracq que es una suerte para un escritor no haber estado de moda jamás, sino haber permanecido en una zona de retiro y sombra a la que solo acudían los que tenían verdaderas ganas de conocerle.
Habla también de lo difícil que supone para el escritor, a veces, ajustar las exigencias estéticas con las exigencias lógicas o como en las aulas lo que se ha cosechado es el rechazo de los estudiantes de bachillerato a explicar cualquier cosa que no sea Boris Vian, Charlie Hebdo y los comics.
Comenta que para el escritor a más plan menos vida. Es hacer novillos en la escritura lo que le da a la novela su encanto y sabor.
En la ficción no hay otra verdad que la justeza de la relación de las partes con el todo, y del todo con las partes, lo que hace que una novela «funcione» como circula la sangre.
Hay muchos párrafos subrayados en este libro -que dejo con pena en la librería-, casi todos, quizás en mi condición de lector, reseñador y escritor, y es tontería reproducirlos aquí todos. Pero dejo uno con las muchas reflexiones de Gracq que me han gustado:
Lo que ha desaparecido del horizonte de cierta crítica es el lector atrapado en el hilo de la lectura, el lector emocionado y en movimiento, deseando, exigiendo, captando, esperando. La lectura que propone la crítica es la paradoja de una lectura detenida, inmovilizada: un campo de investigación, como dice ella, es decir, la substitución del viaje por el mapa de carreteras.