Natascha Wodin (Fürth, 1945), en su (auto)biografía, Mi madre era de Mariúpol, con traducción de Richard Gross, va en busca de su madre, de su pasado, de su familia, de su memoria, y lo hace de una manera fascinante, brindándonos un libro ineludible que situaría al lado de Vida y destino de Vasili Grossman, la Trilogía de Auschwitz Primo Levi, Trieste de Daša Drndić o Memorias. Mi vida con Marina de Anastasía Tsvietáieva.
Cada vez que Natascha trata de buscar algo de información sobre su madre se da contra un muro, hasta que un buen día en 2013, en internet, en un foro encuentra a Konstantin, dispuesto a ayudarla, a remover Roma con Santiago si hace falta para auxilirla en sus pesquisas. Ese feliz momento, será el hilo de Ariadna merced al cual Natascha logrará salir del dédalo que es su existencia, tal que irá obteniendo datos que le permitirán obtener información sobre su tatarabuelo, Giuseppe De Martino, bisabuelos (Teresa, Giuseppe, Epifán, Anna von Ehrenstreit), abuelos, tíos y tías, primos, sobre sus padres y sobre su madre, la cual se suicidó cuando ella tenía nueve años, arrojándose al río Regnitz.
Su madre da a luz en Alemania y Natascha trata de conocer el periplo vital que la llevó allá desde Mariúpol en Ucrania. El 8 de octubre de 1941 Mariúpol cayó en manos alemanas. En ese momento vivían 240.000 personas, dos años después la cifra se redujo a 85.000. Descubrirá Natascha que sus padres fueron trabajadores eslavos esclavos (como otros muchos millones) que serían deportados de Ucrania a Alemania, para ir a trabajar en factorías alemanas, como ATG o Flick (en la cual de 9500 operarios, 2500 eran operarios esclavos), en unas condiciones deplorables, de alojamiento, manutención, salubridad, etcétera, en lugares que venían a ser campos de trabajo en los que no había fecha de salida (los trabajos forzosos en los juicios de Nurenberg serían declarados como crímenes, considerando a Fritz Sauckel el mayor y más cruel esclavista desde los tiempos de los faraones); tirando por lo bajo se calcula que entre cien mil y doscientos mil niños hijos de trabajadoras del este murieron en esos campos de trabajo), que lucraban a las industrias alemanas a coste casi cero, como bien recogía Éric Vuillard en El orden del día. Lograrían sobrevir sus progenitores al campo y pasar finalizada la guerra de personas desplazadas a «extranjeros apátridas«, toda vez que en el papeleo les ponen como lugar de origen Cracovia en vez de Ucrania, lo que les hubiera supuesto haber sido devueltos al «hogar», a la boca del lobo (entregándolos al delirio de un déspota despiadado), pues los que regresaban eran tildados de traidores, y el asesinato, era moneda corriente o eran enviados a campos de trabajo en rusia o en el mejor de los casos, les hubiera tocado sufrir el apartamiento por parte de la comunidad, que los tacharía de colaboradores, traidores, enemigos del pueblo, las extrabajadoras esclavas son consideradas, por ejemplo, putas de los alemanes.
Una parte fundamental en el libro de Natascha es el diario que cae en sus manos, casi milagrosamente, escrito por la hermana de su madre, su tía Lidia de la cual apenas sabía cuatro cosas. En ese diario Lidia, nacida en 1911, va dando cuenta de su vida plagada más de desventuras que de aventuras y de sinsabores que de alegrías. La guerra civil que tiene lugar entre 1917 y 1921 en Ucrania deja una situación calamitosa. Lidia escribe esto: Muchos comen perros y gatos. Comidos todos los perros y gatos les toca a los humanos. Se oye hablar de mujeres que atraen a niós con comida al interior de la casa y los matan para convertirlos en picadillo o asaddo. Una vez que Matilda trocea queso de cerdo que ha comprado en el mercado, encuentra una oreja de una criatura. La llevan a la policía, pero esta no logra dar con los malhechores. De una mujer se ceunta que mató a su propio hijo lactante, hirvió la carne y se la dio de comer a sus otreso tres niños. Luego se ahorcó en el cobertizo. Lidia sufrirá la meningitis, la malaria, gripe, tuberculosis pulmonar. En 1932 sufrirá el pueblo ucraniano la hambruna bíblica, Holomodor, «el gran experimiento colectivizador de Stalin, que pasará a la historia como el genocidio del pueblo ucraniano«. Lidia con 23 años es enviada tras encontrar unos documentos comprometedores en su domicilio a Medveshya Gora, un campo de trabajo apartado, rodeado de bosques, osos, pantanos y lobos, donde los reclusos se encargarán de la construcción del Canal del Mar Blanco al Mar Caspio. Allá conocerá a Yuri, con quien se casará y tendrá un hijo. Llamar lameculos a un amigo íntimo de Stalin, como el mariscal Voroshílov suponía penas de cinco años de reclusión, como tuvo ocasión de comprobar Yuri.
El comienzo de la segunda guerra mundial sitúa a Lidia en Leningrado, bloqueo sin parangón que durará más de dos años y se cobrará la vida de un millón de personas que morirán lentamente por la hambruna. Parece que no quedó un solo perro ni una sola rata en la ciudad. La gente se lo comió todo, las suelas de sus zapatos, el engrudo del empapelado, los cadáveres. A Lidia la dejamos al finalizar su diario, con Yuri, su hijo Igor, su madre (y la de Natascha) Yevgenia en la frontera con China en Almá Atá (Kazajistán), dándose una nueva oportunidad, otra vida, con pasaportes nuevos.
Natascha decide conocer su pasado y esto le lleva a sacar a pasear a todos los muertos familiares que cobrarán vida ante nosotros; cada una de sus historias y vivencias son piezas que irán formando un gran mosaico europeo de la época, sucesión de décadas infaustas, donde les sucedían a las guerras mundiales, otras civiles, los regímenes totalitarios de Stalin y Hilter, las deportaciones, los campos de trabajo, y una constante: las hambrunas, la carestía, el desarraigo.
La lectura de esta novela biográfica me ha resultado conmovedora, amén de entretenídisima y enjundiosa, ya que Natascha maneja a la perfección los textos de los que va disponiendo para ordenarlos (y comprimirlos de manera acertadísima; son solo trescientas páginas que muestran brillantemente una realidad muy compleja y proteica) de tal manera que su lectura se erige como una muy necesaria y oportuna (en estos tiempos amnésicos) clase magistral de historia, no como un cúmulo de fechas, cifras, lugares y personajes famosos, sino a través de los testimonios del pueblo llano, aquel que sufre, sobrevive y sale a flote como buenamente puede, cuando puede, pues como le sucederá a la madre de Natascha, después de haber visto ésta lo que había visto y ya aquejada de muerte por melancolía, su única salida era morir por su propia mano.
Libros del Asteroide. 2019. 300 páginas. Traducción de Richard Gross