Agustín Gómez Arcos
Editorial Voltaire
391 páginas
1975, 2007
A través de la blog de Daniel Espinar naufragué en la playa literaria del escritor Agustín Gómez Arcos, fallecido en 1998 en Francia y enterrado en Montmartre. Agustín era homosexual, de familia republicana, y detestaba el país que la posguerra había dejado. Ser rojo y homosexual en esa España incivil era tanto como tener una abismo bajo los pies cada mañana.
Así que Agustín cansado de ir contracorriente y ver como su logros en la dramaturgia eran ninguneados sistematicamente por la censura del regimen franquista, en los años sesenta cogió su maleta y cruzó la frontera, para asentarse en Francia, en 1968. Allí, escribiría sus obras en Francés, donde conseguiría dos veces optar al prestigioso Premio Goncourt, para ser luego condecorado con la Orden de las Artes y las Letras de Francia.
En 1975 publicaría, su primera novela, El cordero carnívoro, escrito en su estancia en Grecia (merced al anticipo que le brindaría su editor. Fue a raíz de esta obra cuando Agustín pudo vivir de y para escribir). La editorial Cabaret Voltaire ha tenido a bien traducirlo y publicarlo. Además de este libro, tenemos otras cuatro novelas más de Agustín Gómez Arcos publicas en la misma editorial (El niño pan, Ana no, La enmilagrada y Escena de caza), así como la obra completa de su poesía.
El cordero carnívoro es una historia de amor entre dos hermanos, en la España de la posguerra, en el seno de una familia andaluza burguesa, donde el hermano mayor, Antonio, es un trasunto de Carlos, su padre y el preferido de su madre, Matilde, y el más pequeño, Ignacio, se nos pinta como un monstruo, material de deshecho y objeto del desprecio familiar, el cual, dado que no pudo quedarse para siempre en el vientre de su madre, permanece tras su alumbramiento dieciséis días ciego, sin querer abrir sus ojos a ese mundo de tinieblas que le rodeaba.
Será su hermano mayor quien cuide de él desde el principio, arrogándose las funciones de padre y madre, hasta que esos primerizos cuidados, luego caricias, devengan arrumacos, para acabar ambos compenetrados, fundidos en un amasijo de carne que latirá al mismo son.
Y es el sexo, homosexual en este caso, lo que engrandece el libro, lo viriliza y dimensiona, ya que las escenas en las que se mezclan religión y sexo, a mi juicio, son de lo mejorcito del libro. Cuando Ignacio hace su primera comunión, no llegará al éxtasis hasta que en su interior entre, no Cristo en forma de oblea, sino su hermano, a la conquista de su carne, arrumbándolo a una dimensión desconocida, más allá de los límites que la piel nos impone, hasta los confines de una pasión ilimitada.
Un amor filial no escondido a los ojos de la familia, que tampoco se tomará demasiadas molestias en ocultarlo, pues los dictados de la carne no entienden de ortografías ni de recriminaciones morales. Habida cuenta de que el sexo anal no es exclusivo del amor entre hombres, como bien supo y sufrió Matilde en su matrimonio.
Pero un amor, no es tal si no hay espinas, hiel y desgarros (no solo físicos). La relación amorosa irá entonces mudando de piel con el paso del tiempo, toda vez que éste (el tiempo) vaya desbastando la ingenuidad, la pureza, las ilusiones, la esperanza, de todo amor que siempre se piensa único e irrepetible.
Nuestro protagonista se nos presenta al comienzo del libro como una fantasma expectante en una casa anhelando la llegada de su hermano, tras varios años sin verse, sin explorarse, sin solazarse. Mientras espera, Ignacio, nos contará su historia, y la de su familia, la relación de odio y desprecio con su madre, el pasotismo de su padre, el derrumbamiento del patrimonio familiar, al que no se opone ninguna resistencia. Ese tándem maldito formado por un enfermo de muerte crónica y una nacida muerta.
Dos décadas y media de la vida de Ignacio que darán mucho de sí a lo largo de casi 400 páginas, que cunden y empapan, porque esa pasión filial arrebolada, está anclada en un territorio físico y moral donde los vencedores siguen hablando de la Victoria, en la radio y en los medios cada día, y cuando alguien vence, la derrota es la otra cara de la moneda a los que los primeros siempre quieren sacar brillo.
Una guerra que segó de raíz la vida de muchos, dejando en otros tantos el interior hueco, como en el caso de Carlos a quien su la fortuna familiar devolverá la libertad pero no le reintegrará nunca la dignidad. ni la esperanza. Y no faltan los curas y su afán por poner a las ovejas descarriadas en el camino correcto, curas a quienes Ignacio logrará sacar de sus casillas y empalmar, al acomodar su cabeza sobre sus piernas en los confesionarios, incapaces estos de refrenar la llamada de la sangre, la insumisión de la carne enhiesta, anegado el deseo entre toneladas de leche cuajada, no vertida.
El cordero carnívoro es un bramido libertario y anárquico, una preciosa historia de amor filial confeso y trabado, un tratado de psicología proteico, de personajes complejos y perdurables, en un momento de la Historia de España marcado por el odio, la represión, la dictadura, los ajustes de cuentas, la omnipresente presencia de la religión y su sonsonete de culpa, pecado y redención. Un libro, el de Agustín Gómez Arcos que habría que reivindicar por su inestimable valía y valentía, por su incuestionable potencia narrativa, por sus múltiples registros y su capacidad evocadora, aderezada toda la historia con un humor socarrón, a veces esperpéntico. Un ejercicio de estilo que aúna forma y fondo. Un libro a reivindicar, no sólo en España, sino también en Francia, a la vista de lo mal que está sentando la aprobación del matrimonio homosexual en tierras Galas.
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