William Kotzwinkle
2014
Editorial Navona
92 páginas
Traducción de Enrique de Hériz
Me aferro a una buena historia como un náufrago a su madero.
Amigos, he naufragado. Y tenía ganas, muchas, de disfrutar de este libro del que muchos y muchas se deshacían en fervientes halagos. Un libro éste, editado en 2014 por Navona Editorial, en su sección de Los ineludibles y publicado originariamente en 1975.
No es que uno sea un alma insensible. El año pasado me metí entre pecho y espalda la novela de Sergio del Molino, La hora violeta, donde nos contaba la muerte de su hijo pequeño de leucemia, otro de Piedad Bonnet, Lo que no tiene nombre, donde la autora narraba el suicidio de un hijo adolescente, e incluso la muerte narrada en primera persona en Ebrio de enfermedad de Broyard. No le hago ascos a la muerte ni detesto pues las historias morbosas y luctuosas.
Este libro de Kotzwinkle es un relato que se nos ofrece como una novela, de 90 páginas, comenzando en la novena, con capítulos muy breves que acaban a mitad de página, y otras siete páginas en blanco. No es ya tanto un tema de dimensiones, de cortas distancias, sino de que la historia no da mucho de sí.
Todo lo que comento a partir de ahora tiene estatus de spoiler.
La historia va de una mujer de treinta años que vive junto a su marido, artista, en un bosque, la cual va a dar a luz.
No parecía muy probable que el embarazo fuera posible pues un ginecólogo ya le había dicho que habida cuenta de la forma de su útero no podría tener hijos.
Se equivocaba. ¿Se equivocaba?.
La mujer va a dar a luz, y se pone a empujar, y entre contracciones y dilataciones, el relato transita por algo parecido al suspense.
¿Dará a luz?
¿Lo conseguirá?
¿Se quedará la madre en el camino?
¿Perderá al hijo?.
Mientras, el marido ve horripilado como la parturienta se convierte en otra cosa (algo más parecido a La Masa que a un Transformer), a consecuencia del dolor, en algo incluso desagradable.
Por un momento Kotzwinkle casi me gana a la causa, puesto que ¿quién es capaz de resistirse a piezas de tal calibre como las que van a continuación?
Tenía la cara roja, un latido en las sienes, y parecía un hombre de mediana edad empeñado en defecar con un dolor mortal.
El rostro más hermoso que había visto en su vida le parecía ahora una masa bulbosa, roja y feúcha.
En la páginas 46, a mitad de libro, el bebé recién nacido ha muerto desangrado. Y el resto de la novela es dejar abierta la posibilidad de tener otro, a pesar de que en aquellos años, mediados los 70, una mujer de 30 años ya la consideraban poco menos que una abuela. Y queda bien clarito en esta sentencia.
Sé que es duro perder a tu hijo cuando ya tienes treinta años.
En España ahora la edad media de la maternidad está en 31,4. En 1975 era de 24,2.
Después de superar los momentos de suspense previos al malogrado parto pasamos a la nadería más absoluta, almibarada de cierto lirismo y términos náuticos: el mar, el océano, las olas y demás.
Por cierto, yo a este libro lo titularía El nadador del mar muerto, y no secreto. El autor nos quiere conmover y remover, haciendo ver que el niño por venir es un nadador y el líquido amniótico sería el mar, del que viene a la tierra firme, tras una palmada en el culete.
Antes de que acabemos el libro, la pareja se llevará al bebé en una bolsa tras practicarle a este la autopsia, y una vez en su cabaña, constatan la carnicería practicada, al tiempo que se despiden ya por siempre de él, antes de enterrarlo.
He buscado algún párrafo bonito, algo potente, molón y no he encontrado nada.
Un escritor, un (potencial) nadador y muchas naderías: un relato que rompe aguas y resulta fallido.
A ver si con el perro piloto ese que aparece en la foto junto al nadador tengo algo más de suerte.
!Con lo contento que había empezado el lunes y el jarro de agua fría que me he llevado!
HOLA
A Mi ME GUSTÓ. DEMUESTRA BIEN LO QUE ES PARIR. ME HIZO LLORAR.
Pingback: La constelación del Perro (Peter Heller 2014) | Devaneos
Me ha resultado un libro muy triste, demasiado. Me he pegado una buena llorada, la verdad. No me ha costado nada ponerme en lugar de esa pobre madre. Y se lee un suspiro. Bien.