El despoblamiento de las zonas rurales es un hecho consumado. Según el INE en España se cifran en 2900 las aldeas abandonadas.
Andrés el protagonista de la novela vive en Ainielle, una aldea del pirineo aragonés, en la cual todos sus habitantes o se han ido a vivir a otra parte, buscando un futuro mejor o han sido ajusticiados por el paso del tiempo.
Ainielle sobrevive acompañado de Sabina, su mujer, y de su perra. Cuando Sabina se quita la vida Andrés decide resistir en el pueblo. Una hija del matrimonio murió de niña, otro hijo murió en el frente durante la guerra civil y el tercero se fue a vivir fuera y misivas aparte, nunca más se supo. Así las cosas, Andrés quiere recibir a la muerte en el pueblo que le vio nacer y en el que ha residido toda su vida.
Ante la inminencia de la parca, Andrés, el último superviviente de Ainielle, acompañado de su fiel perra, hará un ejercicio de memoria, acerca de lo que ha sido su vida hasta entonces, hasta arribar a su situación actual, equiparable a la de un perro sarnoso, solitario, que se recrea en su silencio y en sus recuerdos, ante una lluvia amarilla que lo va borrando todo, toda vez Andrés sea ya casi todo pasado arrumbado y el futuro apenas un leve parpadeo en una vela que tremola y corre el riesgo de apagarse en cualquier momento.
Llamazares autor de la novela, también nació Vegamián pueblo que sería destruido y obligaría a Julio a mudarse con su familia a Olleros de Sabero.
La novela es un fiel reflejo de lo que supuso el despoblamiento rural, el devenir de esas aldeas, de casas abandonadas, sepultadas bajo la nieve o bajo la vegetación que las iría devorando, hasta hacerlas desaparecer.
El grito de Andrés es un grito, estéril, a la desesperada, porque una vez que el muera, Ainielle también será borrado del mapa, y los que alguna vez la visiten, si es el caso, apenas verán algo más que algunos piedras, tejados derrumbados, tumbas cubiertas de ortigas.
Plausible y emotivo (que no sentimentaloide) es el intento de Llamazares de dar voz a aquellos a quienes a pesar de las circunstancias hicieron de su vida un ejercicio de resistencia, de lucha, de memoria, antes de desaparecer. Dado que con su desaparición física no solo moría un ser humano, sino también una forma de vivir.
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