Iba buscando un libro de relatos de Eloy Tizón y acabé yéndome para casa con La mujer de Strasser del argentino Héctor Tizón. Se ha tratado de una inconveniencia conveniente, pues su lectura me ha satisfecho y de paso he descubierto a un autor, el cual falleció a finales de julio de 2012, al que vale la pena leer.
La novela son 103 páginas que dan mucho de sí. Está ambientada la historia comenzada La Segunda Guerra Mundial, en el noroeste del país argentino (en la provincia de Jujuy), adonde van a parar una pareja de alemanes: Strasser y su esposa Hilde. Su objetivo, el de él, es participar en la construcción de un puente que no va a ninguna parte y que seguramente no use nadie y que por eso mismo es tan sugerente para todos los que se afanan en su construcción.
El triángulo lo cierra el Húngaro Janos. Como Strasser se amorra cada día más a la botella y se adiciona a los galpones de la zona, la mujer duda entre seguir queriéndolo, mandarlo a la porra, o esperar que pase algo.
La historia se nos cuenta fragmentada, y la realidad se verá alimentada por los sueños y enfrebrecida por los recuerdos. A Janos lo leemos en España luchando contra los facciosos, a Strasser y a Hilde en Alemania en el fragor de un desfile que ensordece el ambiente años atrás.
En el tiempo presente el entorno es hostil, seco, duro, árido, inhóspito. Hilde se ve torturada por la soledad, que cada cual palia a su manera, pero con el alcohol como denominador común en el caso de los hombres. Strasser bebe y se consume con cada consumición, quiere desaparecer pero no se atreve a quitarse del medio del todo y se desjarreta una mejilla de un disparo y tensa la cuerda esperando que pase algo, incluso el verse capaz de dar ese paso hacia la extinción final, hacia la nada, hasta ser reducido a cenizas, a polvo en el camino, donde no dejar huella en nadie ni en nada.
El resto de personajes, como Tilo, hablan poco y cuando lo hacen sueltan frases lapidarias, máximas, sentencias que podrían esculpirse en piedras que llevar siempre en los bolsillos.
«La mujer siempre es la dueña. Una se acerca al fuego para avivarlo, no para apagarlo».
«La lengua de tu cabeza y la de tu corazón no van juntas. Pero no sos mujer suelta. Y un caballo de tiro no puede ser un zorro».
«Nada. Te sobra lo que te falta. Como a todas las mujeres».
«Nadie puede ser otro: Puedo ver tu herida, no puedo sentir tu dolor».
«La única manera de cambiar a este gente, o de destruirla, es engendrar hijos en sus mujeres».
Hector Tizón nos brinda una prosa seca, directa, concisa, contundente que consigue meternos de matute en el paisaje, para sentir la sequedad, la penumbra, la soledad, el silencio sepulcral. Un paisaje emponzoñado por los afanes y anhelos humanos, seres contingentes, de paso, como todos, en este escenario eterno.
Al final del libro ponemos rostro a esa voz que narra ciertos acontecimientos. Como la llegada del matrimonio alemán a Yala.
Alfaguara publicó este mismo libro en 2011 y la editorial Veintisieteletras también.
¡Hola! Yo no conocía la existencia de este escritor argentino hasta que vi la noticia de su muerte. Ahora veo por primera vez una reseña de sus libros. Si lo encuentro por ahí creo que lo leeré, sí. Es curioso cómo la muerte les da a los escritores, aunque sea sólo por un par de meses, algo de vida.