Ricardo Menéndez Salmón
112 páginas
2011
Seix Barral
A Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) le gusta llevar sus historias al límite, forzando la naturaleza humana hasta límites donde la bondad, la armonía, la tranquilidad, la paz, en definitiva, vuela por los aires.
Una niña aparece asesinada en un pozo, después de haber sido violada, con las dedos de las manos seccionadas y los dientes arrancados, en un pueblo próximo a la Raya portuguesa, en 1936, al poco de principiarse la guerra civil.
El Cura y otros hombres del pueblo, ávidos de hacer justicia, buscan al culpable, no importa quién.
Dos hombres de paso se convierten en culpables ipso facto.
El hombre deviene bestia, el mundo gira sus manecillas y se torna cueva, las herramientas sirven para cazar, no animales, sino personas, la justicia se imparte con una soga junto a un árbol. La sinrazón da pasos de gigante hacia el abismo.
Y entre los bárbaros encontramos al profesor, el catapotes, de nombre Homero, cuyas finas manos entre tanta tosquedad le delatan y distinguen. Homero es testigo de la cacería de dos inocentes y dueño de un secreto que al no ser confesado, implosiona, y nos estalla, a nosotros los lectores, hacia el final de la novela, en la cara.
Salmón en poco más de cien páginas construye una historia brutal, salvaje, cainita, plasmando a las mil maravillas aquello que el dicho refiere, ya saben: pueblo pequeño, infierno grande. Un infierno poblado de humanos encarcelados entre montañas cenicientas, cuyo alimento es el odio, el rencor y una religión que alimenta su miedo y que los constriñe más que liberarlos.
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