2013
319 páginas
Tusquets Editores
En mi última visita a la villa de Madrid, dejé de lado El Corte Inglés y fui directo a La Central. Librería que hay que visitar, pues se trata de un inmueble precioso. Si algún día un productor osa a rodar un Gran Hermano o algo similar en un lugar como ese: un paraíso lleno de libros, que cuenten conmigo. De allí, de La Central, salí, previo pago, con unos cuantos libros bajo el brazo. Uno de ellos fue La sed de sal. Toda una sorpresa para mí, dado que desconocía que Gonzalo Hidalgo Bayal hubiese publicado una nueva novela, ya que no se prodiga demasiado y además en 2011 había publicado un libro de relatos, Conversación.
Gonzalo tiene una blog estupenda. Además es uno de mis escritores favoritos y su última novela me ha gustado mucho.
Gonzalo se ha ganado el pan como profesor de literatura, y estoy seguro que ama (o amaba porque creo que ya está jubilado) su profesión. Todas sus novelas exudan amor por las letras, por la literatura. Este empeño, este afán, no lleva aparejado siempre el éxito, el fervor del lector. De hecho los libros de Gonzalo no se por qué motivo no alcazan la repercusión que se merecen, cuando novelas suyas como Paradoja de interventor es de lo mejor que he leído en estos últimos diez años.
La sed de sal, el título de la novela, es un palíndromo. Se lee igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda. Nos encontramos en las tierras imaginarias de Murania, y allí está Travel el personaje de la obra, a la que luego sumaremos otros: el flaco samaritano, el gordo guardián, el palindrómico Noé León, el zotalito, el enamorado, la joven desaparecida.
Travel se encuentra en esas tierras de Dios siguiendo las huellas de una hispanista que anduvo por la zona en los años treinta. Su deambular se complica cuando una joven desaparece y el forastero pasa a ser el presunto culpable. Travel se verá recluido contra su voluntad, sin saber por qué está allí, ni de qué se le acusa, carcomido por la incertidumbre y la desazón. Esas páginas me resultan un tanto plomizas y enfermizas. Aunque cogiendo distancia, así ha de ser. Esa es su razón de ser. Luego, cuando el reo sea desplazado, cambiando de escenario y aparezcan otros actores en escena, la novela se aviva, se esponja, coge brío y se torna jugosa, enjundiosa, Bayal echa mano entonces de un repertorio de películas, que el protagonista mal recuerda, pero que apuntalan los hechos del presente, de fábulas de Fedro como la del lobo y el cordero y de muchos juegos de palabras, y reflexiones variadas, por obra y verbigracia de Noe León, dado a la perorata, y a jugar con sus personajes, sus cautivos, cual piezas sobre el tablero presentista, y a forzar la trama, los acontecimientos, si es menester, conciliando sus acciones con sus teorías, que atesora a cientos, sobre casi cualquier tema. Y página a página, Travel va desgranando su incertidumbre, su aturdimiento, su pesar, si bien, en una traslación que le llevará del infierno al paraíso, tras haberse empapado de las lecciones de Noé, ya que Travel, sin saberlo entonces, ya estaba sediento y tenía también Sed de sal, y sabría luego, más tarde, que ni siquiera es necesario crear falsos culpables, porque todos bebemos agua sucia.
De la misma manera que un alfarero trabaja la arcilla Gonzalo trabaja las palabras hasta darle a las frases la consistencia perfecta, aquella que le permite sostenerse, aguantar la fiereza del lector, los zarpazos del olvido. La sed de sal está llamado a perdurar porque hablando de huídas, este novela es una huída hacia delante, 319 páginas, de una prosa excelente, que podría haberse quedado en un ejercicio de estilo, lo cual no hubiera sido moco de pavo, sino que encima, está puesta al servicio de una historia, triste y lóbrega, en un marco, nuestro planeta, apolillado por la mezquinda y la mentalidad gusanera.
Si tenéis sed. Leed.