558 páginas
2013
Editorial Destino
Después de haber leído este verano, El guardián invisible, sentía curiosidad por la última novela, publicada la semana pasada, de Dolores Redondo titulada Legado en los huesos. Se trata de una trilogía, con lo que esto implica, para bien o para mal. De tal manera que Amaia Salazar sigue siendo la protagonista, secundada por sus competentes compañeros policías. Están presentes de nuevo, la madre de Amaia, sus hermanas, su esposo James y !ojo!, su retoño, Ibai.
A Amaia la dejábamos embarazada, tras un par de faltas. Las cincuenta primeras páginas me resultan plomizas. Amaia da a luz y aquello se convierte en un folletín. Afortunadamente, tengo paciencia y esperaba y deseaba que aquello mejorase y se encaminase hacia alguna parte. Deseo cumplido. Una vez que Amaia toma conciencia de que es una mala madre (o eso cree ella y deja de darle pecho a su chiquirritín), pero una polícia muy competente y dotada (no olvidemos que pasó por Quantico y allí aprendió latín y misa cantada), se afana entonces en resolver un caso que le tocará la fibra, e incluso los huesos.
Baztán es otro personaje más, y de peso. Como sucede en las novelas nórdicas donde bajo esa aparente perfección, tras esas postales de parajes nevados y casitas de madera humeantes ubicadas entre lagos que quitan el sentido, se esconden ríos de sangre y mentideros de odio, en Baztán pasa algo parecido. Es muy bonito, muy verde, muy frondoso, pero en invierno hace un frío de cojones, la oscuridad es más densa que en otros parajes y todas las leyendas, ciertas o no, parecen cristalizar en las pesadillas de Amaia para atormentarla, cebar su desazón y en definitiva, no dejarla en paz.
Lo novedoso es que si a menudo en las novelas negras no hay en el rol del inspector/policía/comisario/agente otra cosa que hombres alcoholizados, con sus corazones destrozados, y la palabra Loser, tatuada en cada jirón de sus pieles, curtidas, nuestra Amaia no bebe o si bebe es un Rioja de calidad, no fuma, disfruta del sexo con su pareja y se desespera porque teme no estar a la altura de su papel de madre, tratando de conciliar su vida laboral y familiar, malamente, porque su trabajo es lo primero. No faltarán, como es de suponer, las típicas escenitas familiares, los reproches, que vienen a dinamitar esa calma chicha, esa felicidad que parecía indestructible, ahora que la pareja es familia y hay cosas más importantes que hacer, que sacar entradas para ir al cine/teatro/exposición/escapada romántica/restaurante de moda.
Y una cosa lleva a la otra y nuestra Amaia incluso se verá tentada por un juez que está buenísimo y que resulta irresistible a todas las féminas.
En cuanto a la novela, se lee casi de un tirón, a pesar de sus 560 páginas, pues Dolores se maneja bien en los diálogos, le tiene cogido el aire al oficio de narrar, dosificando la intriga, logrando un ritmo brioso, haciendo que la historia no languidezca en ningún momento. No hay párrafos sonrojantes ni tampoco nada que a uno le resulte especialmente valioso recordar, en esta lograda mixtura de costumbrismo, leyendas, mitos, brujas, agotes, dramas familiares y profanación de tumbas…
A pesar de que esta novela se puede leer sin haber leído la anterior, también es cierto, que se construye sobre la primera, y se entiende y disfruta mejor conociendo más detalles sobre Amaia, su familia, su maldición y su condena.
La trilogía concluye con Ofrenda a la tormenta
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Demasiado bebé y demasiado calostro. Y demasiado Quantico y demasiado Thomas Harris. Demasiado «Embrujadas». ¿Y la escena de la pelea? Inenarrable. Para los anales del dislate.