Cada X tiempo va bien darse un chute de Bernhard.
Leí recientemente Retiro de Dovlátov y supe que este escritor no empleaba dos palabras que comenzaran por la misma letra en una misma oración. El que haya leído algo de Bernhard sabrá por dónde voy. Con esta, si no me fallan las cuentas, ya van ocho novelas leídas de Thomas Bernhard. La primera Sí, la última Corrección, por medio la tetralogía de los Relatos autobiográficos y El malogrado.
Decía lo de Dovlátov, porque tengo curiosidad por saber cuantas veces sale en este libro el «sillón de orejas«. Fiel a su estilo Bernhard no se calla nada, y afloran palabras ya Bernhardianas, a saber: aniquilar, abyecto, vil, bajeza, repulsivo, odio, aborrecible…
La novela empieza bien. Una joven aunque vieja conocida del autor muere tras suicidarse colgándose de una soga. Hay un entierro y una velada organizada por los mecenas locales, a los que el autor frecuentó tres décadas atrás, así como a la difunta, y que ahora desprecia hasta lo más profundo de su ser. Bernhard explicita su odio hacia toda aquella chusma burguesa, adinerada e indolente, que viven sus tristes y cenicientas vidas vampirizando las de los demás, y todos aquellos entes culturales que pululan a su alrededor, ya sean actores de teatro o jóvenes escritores con muchas ínfulas o siervas del poder, acomodadas en sus condecoraciones y premios literarios nacionales, como las dos literatas locales, popes de las letras en Austria, una creyéndose la Virginia Woolf vienesa y la otra una trasunta de Gertrude Stein.
Lo bueno de Bernhard es que cuando reparte, reparte para todos, y despotrica contra la cháchara sin sustancia de los jóvenes como del sonsonete de los viejos cansacuerpos y si hay que sacar el hacha, pues se saca y todos a talar, y a hacerse el harakiri, y si todos son odiosos, él también lo es, y si todos son aborrecibles él también, si todos son abyectos él también, y si tiene que decir lo que no piensa y ser un bienqueda a costa de tragarse su dignidad, allá que vamos, de tal manera que aquellos a los que critica son como él, para lo bueno y para lo malo, así que eso puede explicar que tras tamaño momento catártico, al abandonar la casa, tras la cena artística, Bernhard llegue a escribir «mi querida Viena, mis queridas gentes…» no sabemos si fruto de una enajenación transitoria, del abuso del alcohol, que le impele incluso a querer aquello que odia y aborrece. Qué jodidamente contradictorios somos los humanos.
Habrá más Bernhard.
He leído una edición de Alianza del año 1988 y he encontrado unos cuantos errores, con algunas palabras que duplicaban la letra t sin necesidad e incluso alguna e metamorfoseada en un seis.