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Valéry. Tratar de vivir (Benoît Peeters)

Valéry. Tratar de vivir
Benoît Peeters
Traducción de Mateo Pierre Avit
Ediciones del Subsuelo
2021
383 páginas

Valéry. Tratar de vivir de Benoît Peeters, con traducción de Mateo Pierre Avit es una espléndida biografía del autor galo. Benoît quiere encarecer la figura de Valéry, autor aclamado (al menos en Francia) hace décadas, a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX pero hoy bastante olvidado. Un autor que tiene fama de difícil. Nacido hace 150 años (1871) y muerto a los 64.

En estos devaneos he dado cuenta de su novela Monsieur Teste y de sus Cuadernos, en aquel volumen hoy descatalogado, que publicó Galaxia Gutenberg, espigando algo de la ingente producción recogida en los Cuadernos, la obra-cerebro de Valéry, según Benoît.

En sus inicios como escritor Valéry admira a Mallarmé, y logra hacerse con su amistad. Al igual que le pasaba a Kafka con Max Brod, Valéry también necesita de alguien que crea en él y en su obra: Louÿs será su valedor, aquel que le anime a escribir y a publicar. Gran amigo con el cual acabará sin hablarse, como le sucederá también con André Breton.

Más tarde Valéry entablará amistad con Gide, de quien envidia su posición desahogada, sus múltiples viajes. Valéry no puede vivir de sus escritos y valora emplearse como oficinista durante la guerra. La vida le lleva luego a ejercer como cuidador no profesional de Édouard Lebey, el buen patrón.

Hay una constante que se mantiene durante toda la vida de Valéry y parece ser la insatisfacción, la imposibilidad para alcanzar sus metas. No puede vivir de su trabajo como escritor, en el terreno amoroso enseguida oficializa su situación se casa y tiene hijos pero no parece alcanzar la dicha, la plenitud amorosa, que le llegará ya mayor, en la sesentena junto a mujeres más jóvenes e inaccesibles, consumido en un amor no consumado.

La gran obra de su vida son los Cuadernos, en los que trabaja durante décadas para ir vertiendo en ellos todo tipo de reflexiones, pensamientos, prosas de todo tipo, que versan sobre cualquier materia. Al contrario que los ensayos de Montaigne, Valéry no dispone de la energía o de las ganas suficientes para llevar a cabo una ordenación sistemática de todo cuanto ha escrito, devenido entonces en un cajón de sastre.

Me resulta curioso leer que Valéry no leía a sus contemporáneos, por los que mostraba un nulo interés. Si Montaigne situaba su yo como centro de su obra, Valéry erige la catedral de su pensamiento sobre la piedra que es él mismo, sin reparar en lo que otros han dicho o escrito. Una tarea ingente, descomunal, inabarcable, como el mar infinito de su pensamiento, ahormada a la curiosidad insaciable de un intelectual de primer orden como fue.

Benoît logra ofrecer un retrato de Valéry muy sustancioso, vivaz y dinámico, consigue a su vez sustraerse al panegírico en pos de la imparcialidad, ofrecer las sombras (como algún comentario bastante complaciente con un dictador como Salazar) y luces de cualquier persona, aquí un escritor consagrado y olvidado; un ser reservado (y al mismo tiempo muy accesible para llevar a cabo todo tipo de encargos literarios, víctima pues de una amabilidad que le impedía decir que no), cuyas reservas y resistencias parecen quedar abolidas en sus cartas amorosas, en la intimidad compartida.

Al buen quehacer de Benoît hay que añadir, por consiguiente, el trabajo del traductor Mateo Pierre Avit. Esta biografía ha de interesar no solo a los lectores consumados o potenciales (una de las grandes virtudes que tiene esta biografía es la de alentarnos a leer o a leer más y mejor a Valéry) de Valéry, si damos por válido aquello de Homo sum, humani nihil a me alienum puto.
Nada de cuanto le sucedió a Valéry nos resultará ajeno porque sus pasiones, angustias, pesares y esperanzas son también las nuestras.

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