Sí, en estos nuestros Devaneos también hay espacio para los bestsellers o longsellers, o como quiera que se llamen. Este de Victus, lo vi en la estantería de novedades de la biblio y lo cogí al vuelo. Me gustó la portada. El libro todavía más.
Podría explayarme aquí de lo lindo, darles la tabarrada padre transcribiendo todos esos párrafos que me han emocionado en la novela, pero además de resultar cansino les ahorraría a muchos la tarea de leer el libro, y eso sí que no.
Victus hay que leerlo y disfrutarlo.
Piñol ha despachado ya casi 100.000 libros en pocos meses, así que a nivel de ventas su novela está funcionando. Enhorabuena. Para un escritor despachar esta cifra de libros será como para Messi recibir el Balonazo de Oro.
Algunos habrán elegido el libro por su vertiente histórica a fin de afianzar sus creencias. A mí el tema histórico, la naturaleza catalana, su idiosincrasia, su escaso parangón con los castellanos y todas las demás soflamas patrióticas están muy bien para avivar el ardor patriótico, pero a mí todo eso me la trae al pairo, así que me he dedicado a leer la novela, libre de todo prejuicio, y he disfrutado mucho con lo que Piñol nos cuenta en sus 600 páginas, sin importarme demasiado si su novela está perfectamente documentada o no (los personajes son casi todos reales), porque hay libros de historiadores que son tan intragables como los polvorones navideños.
La historia nos la cuenta de modo retrospectivo Martín Zuviría un señor de 90 años que decide narrar lo que ha sido su vida a una secretaria, una tal Waltraud, a la cual va poniendo a caldo durante toda la novela, si bien irá apreciendo las correciones y plegándose a las condiciones de esta.
El comienzo es de lo más divertido con un Martín mozalbete y juguetón convertido en un trasunto de El pequeño saltamontes, debiendo adquirir una serie de destrezas que parecen más propias de un samurai o de un Bourne, que de un ingeniero, pero bueno….
El otro día jugaba al BrainBoxcon mis retoños y me acordé de Zuviría: cosas del leer.
Para que la cosa funcione, debe haber mujeres en la historia que desvelen a nuestro protagonista, que lo azuzen y espoleen, que lo armen de razones para vivir o morir que es lo mismo. Y música, aunque se trate de una cajita, de música. Y hombres que sean casi como Dioses antiguos, dados al sacrificio en pos del bien común, como Antonio de Villaroel Peláez, incapaz a dejar a sus hombres de lado. Hoy los políticos solo dimiten si no les queda más remedio y la palabra responsabilidad ni la conocen (Sí, donde dije digo…… ahora digo que quiero seguir viviendo de la política a toda costa). En aquellos tiempos lo queda patente en la novela es que la casta política, los pudientes, como ahora, siempre salían bien parados, que ganaban siempre con unos y con los otros (el dinero es apolítico), mientras que el pueblo, como ahora con los recortes y tijeratazos, se llevaba todos los palos y sufría el hambre, el frío, la soledad, las pérdidas humanas, el asedio, y el pan suyo de cada día era gachas de fracaso y migas de desesperanza.
Tres siglos después algunas cosas no han cambiado. Hoy hay personas desahuciadas que mueren defenestradas.
Las escenas bélicas son apasionantes. Ahí Piñol se mueve con soltura. Tras haber leído El Asedio de Arturo Pérez-Reverte o La Canción del cielo de Sebastian Faulks, leer otra novela sobre asedios y zapadores, pensaba que me iba a parecer reiterativo. Error. Nada que ver. Piñol se saca de la manga algo nuevo, pergeña una novela que entretiene, subyuga, emociona, instruye. Mucho para un bestseller. Lo esperado para una gran novela como es Victus: no digo más.
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