Conocía la labor periodística de Jabois pero no la novelística. En Malaherba nos vamos a comienzos de los noventa. El punto de vista de la narración es la de un niño cuyo padre muere dos veces. La primera porque le da un chungo. A resultas de lo cual su vida se ve trastocada profundamente. Jabois describe ese mundo con una gran sensibilidad y conocimiento. Un mundo, que quizás porque nacimos con tres años de diferencia, me resulta muy reconocible.
Pero más allá de los petazetas, los clicks, las máquinas recreativas, los josticks, los Armstrad, los motes a los profesores y a los alumnos, la presencia da abusones, las primeras pajas, la pulsión del deseo, el lanzamiento de piedras, los cómic y los vinilos, los porros, las expulsiones del colegio, etc.
Más allá de esta educación sentimental, lo meritorio en la novela es cómo describe Jabois ese mundo a través de la mirada de un niño de once años. Cómo ve él a sus padres, cómo es mundo que puede ser terrible se ve decantado por el amor y el cariño hacia quienes queremos, y cómo sus reflexiones son las de aquel que va dando sus primeros pasos, siempre titubeantes en esto del vivir, ingresando en un mundo que poco tiene de amable, que se ve dulcificado por la amistad, la que le presta al narrado su amigo Elvis, su hermana Rebe, su madre que hace lo que puede y su padre, muerto y redivivo y luego otra vez muerto.
Un epílogo final que permite releer el libro con otros ojos. Porque las cosas no son como sucedieron sino como las recordamos.
Muy bueno.