Se escribe desde el agradecimiento o desde el rencor
Andrés Neuman
Pensaba poner aquí algunos párrafos -ir espigando el texto- que de una manera u otra me han tocado la fibra, que han acariciado o incluso rastrillado mi alma, pero seguramente hacer esto sería tanto como deshojar el libro, rest(reg)arle su belleza, mermarlo, e incluso ultrajarlo, cuando precisamente este libro de Umbral es -entre un sinfín de cosas más- magma, torrente, herida abierta, habitación con vistas y oreada, semilla y fruto, faro y subsuelo, leche materna y café frío, manantial de ojos para el lector, caligrafía indómita que no admite, ni necesita, el cerco de una reseña.
Puedo hablar del argumento, decir que es una mezcla de muchas cosas: poesía, prosa, ensayo, autobiografía, diario, suma de sentencias y máximas. Puedo decir esto y más cosas, hablar de una prosa inflamada y preci(o)sa de un lirismo arrebatador, de palabras que te elevan, mecen y anegan; un decir, que es tanto como no decir nada.
Como el torero que recibe al toro que puede matarlo a puerta gayola, o el niño que en la playa espera anhelante, sobre la arena, la llegada de los caballos de mar espumosos, así el lector, yo, me enfrento a estas páginas -sin prejuicios, ni censuras, ni rémoras audiovisuales- y dejo que la prosa de Umbral me traspase. Pero no, no me traspasa, sino que me amasa, porque veo entrar en mí las palabras y ahí quedan entonces, haciendo su trabajo, fluyendo por el cuerpo, hacia el cerebro y hacia el corazón, desatando la madeja de los sentimientos, de los recuerdos, de las emociones, porque en ese momento, el estilo -que es estilete- del autor, su verdad, ya ha tomado posesión de mí y entonces solo resta “dejarse llevar” –y sí, suena demasiado bien- y dejarse zarandear, arrastrar, y ser títere emocionado, vibrátil, tremolante y acompañar en nuestro leer al autor en su despojamiento y su desnudez, en su búsqueda de la inocencia primera e infantil, ante la oportunidad que la llegada de un niño –centro del cielo y de la tierra– brinda al adulto, la ocasión de recuperar la propia infancia,“Él es el trozo que me faltaba de mi vida«, que es aquí un renacimiento trágico, «Un niño enfermo es un blasfemia que profiere la vida«, una luz hospitalaria blanca y postrera, que le hacen al autor decir cosas como esta. «En la cripta que es un niño sólo se entra por la celosía de su risa«. Umbral sabe, sufre, se duele, se quiere anónimo, aunque se sabe famoso y popular y tras perder a su hijo se abandona a la vida, en el rodeo que es vivir sin esperanza.
Hablamos de cimas narrativas. Esta lo es, pero más bien es una sima, por lo que tiene de descenso, de inmersión, de llegar a zonas donde no se hace pie.
Dejo el libro en la estantería del salón, con pesar y con alivio, entre los diálogos de Platón y un tocho de Nietzsche y sé que Umbral se tomaría su ubicación con filosofía.
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Hola. Para mí es una lectura que me marcó mucho. Lo leí antes y después de tener a mi hija y las dos veces me pareció demoledor. Un saludo.
Las partes dedicadas a la vivencia de la muerte de su hijo son extremadamente emotivas, intensas y llenas de un lenguaje poético que contagia tristeza y traspasa toda barrera del sentimiento humano. Nadie ha descrito mejor (ni creo que pueda hacerse) lo que es perder un hijo.
Dicho esto, el libro decae mucho cuando habla de otras cosas, como el día a día del autor ( nada interesante) u otras menudencias que no deberían ser traídas a un libro por su absoluta ausencia de interés. Tampoco el lenguaje es muy cuidado («a la mierda con Freud», dice casi al principio). No me quedé con ganas de más Umbral.
Hola. Sandra, gracias por comentar.
Estoy de acuerdo, yo al menos nunca he leído nada parecido a lo que supone perder un hijo, y no sólo la pérdida, sino lo que implica traerlo a este mundo.
Del resto, sí, es un batiburrillo de muchas cosas. A mí lo que dice sobre leer y escribir me resulta interesante. O lo que dice sobre cómo el escribe de una manera a veces irreflexiva, pero luego, cuando lo que ha escrito se convierte en objeto de estudio, aquello parece atender a un sistema, a un rigor, que en el momento no parecía haber.
Precisamente estas digresiones, sobre el tema central, creo que en cierta manera hacen el libro más llevadero, pues sino correríamos de morir ahogados en nuestras propias lágrimas, y no es plan.