Coincide que acabo La alegría de la vida de Raymond Queneau coincidiendo con la celebración del Día de la Constitución en España. Día también de alegría, ya que la Constitución si no nos ha traído la fraternidad entre todos los españoles sí nos lleva deparando cuarenta años de paz.
La alegría de la vida es aquella en la que están inmersos los personajes de la alegre novela de Queneau (1903-1976), escrita en 1952, reeditada ahora por Hermida, pero ambientada unos años antes, los previos al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Lo sabemos porque los personajes de la novela acuden al estreno de la película de Chaplin Tiempos modernos, estrenada en 1936, también porque se hace mención al avispero español, ante el comienzo de la guerra civil española.
El protagonista de la jocosa novela es Valentín Brû, soldado raso y desmovilizado, esposado con una señora veinte años mayor. La forma de ser de Brû me recordaba al de El idiota de Dostoievski, una presunta idiocia que deviene en bonhomía, pues Brû es un cacho de pan que cuando se encuentra al frente de un negocio que antes regentaba su mujer, no querrá hacer nada que perjudique ni trastorne al resto de tenderos, ganándose así el afecto y cariño de todos ellos ellos, ejerciendo a su vez de perfecto confidente.
La novela es abundante en diálogos hilarantes, con un habla cotidiana pródiga en exabruptos, expresiones coloquiales, frases hechas y salidas de tono. Vocablos como rajar, chorbo, manducatoria, pinreles, echarse al coleto, palmarla, soltó sus diez pavos. Y expresiones que uno agradece leer cómo pegar la hebra. El humor y la ironía recorren toda la esperpéntica narración que no ceja en deparar sorpresas al lector como la postrera mudanza laboral de Brû convertido temporalmente en pitoniso.
La alegría de la vida es una de esas novelas que te ponen las pilas. Mucha culpa de ello tiene la espléndida traducción de Manuel Arranz, pues el texto de Queneau fundador junto a François Le Lionnais del Oulipo) es todo un desafío.
Hermida editores. 235 páginas. 2019. Traducción de Manuel Arranz.
Hace muchos años leí Ejercicios de estilo de Queneau, un libro muy imaginativo y curioso.