«La fugitiva» o también «Albertina desaparecida«, sexto volumen de la saga de En busca del tiempo perdido. Acababa La prisionera con Albertina dándose a la fuga, sin avisar. Ahora, en «La fugitiva», se impone la ausencia de la fugada.
Proust que es muy capaz de analizar un pensamiento o un sentimiento durante trescientas páginas, aborda aquí la situación en la que se queda el narrador. Ahora que Albertina no está, la echa de menos y trata de formularse la naturaleza del amor que hacía ella creía sentir, para recorrer (rememorar) los tiempos pasados juntos, a revestirlos de esa sustancia pegajosa que es la melancolía.
Cuando Albertina desaparece el narrador siguen dándole vueltas al tema de los celos, a cómo afrentar los supuestos devaneos de Albertina (su querer hacia otras mujeres), que Andrea -amiga del narrador y a quien este volverá a frecuentar tras la muerte de Albertina- le confirmará.
De nuevo el flujo de conciencia toma la primera mitad del libro, con un caudal inagotable de pensamientos y sensaciones que el narrador necesita infligirse y evacuar para poder arrostrar la pérdida y la ausencia. Y a pesar de tamaña labor de introspección, me resulta todo muy literario pero escasamente conmovedor, pues hay mucha psicología pero muy escasa emoción. Al menos así lo he leído, con mucho distanciamiento cuando lo leído se me antoja absurdo de todo punto de vista.
El narrador ha tenido a Albertina retenida, oculta a los ojos de los demás, preocupado este no por hacerla feliz, sino por erigirse en su amo y señor, privándola de sus deseos (desviaciones para su captor), y cuando Albertina se va, en lugar de afrontar el narrador que lo que ha hecho ha sido una patochada, sigue construyendo castillos en el aire, buscando a otras mujeres que mantuvieron relaciones con Albertina, como Andrea, para de esa manera ¿recuperarla?.
En un momento determinado el narrador recibe una carta de Albertina en la que le avisa de que ha sufrido un accidente montando a caballo. La da por muerta. La pérdida deviene definitiva. Luego, más adelante, recibe otra carta en el que le hace saber que está viva y que desea regresar. El narrador sigue en sus trece, la da por muerta y abunda en la idea de olvidarla. Parece Proust empeñado en tratar unos temas determinados, sean los celos, el olvido, la ausencia, la memoria, y hace casar los temas aunque chirríen y no casen con la realidad. De alguna manera parece que quisiera compararse con Swann, sufrir los mismos celos que este experimentó con Odette, pero en su caso resultan artificiales, impostados.
Saldrá el narrador por un momento de su ensimismamiento y con su madre se marcha unos días a Venecia (viaje proyectado y deseado hace mucho tiempo)
«Y de este modo los paseos, aun los simples paseos para hacer visitas y doblar tarjetas, eran triples y únicos en Venecia, donde las simples idas y venidas mundanas toman al mismo tiempo la forma y el encanto de una visita a un museo y de una excursión por mar».
A su regreso de Venecia el relato da cuenta de dos bodas. Por una parte Saint-Loup, el amigo del narrador se desposa con Gilberta, la hija de Swann y Odette; por otra: la boda de la sobrina de Jupien con el sobrino de Legrandin.
Hay ecos en este novela también de Gomorra, pues Gilberta descubre que a su marido no le gustan todas las mujeres, sino ninguna. Al igual que a su tío Monsieur de Charlus le gustan los hombres. El narrador sigue identificando a los homosexuales por su voz, por sus maneras afeminadas; una herencia maldita, una tara, leemos.
A mi parecer, este es el libro más flojo de los seis de la saga, leídos hasta el momento.
A ver qué me depara el último libro de la saga: El tiempo recobrado.
En busca del tiempo perdido.
1. Por el camino de Swann
2. A la sombra de las muchachas en flor
3. El mundo de Guermantes
4. Sodoma y Gomorra.
5. La prisionera