Cuando oigo hablar de la novela perfecta (que a menudo se emplea para calificar una novela) me descojono. Estoy de muy buen humor últimamente y sandeces como esa me llevan a la carcajada. Me pregunto en qué consiste la novela perfecta. Supongo que será algo parecido al polvo perfecto, al amanecer perfecto, a la estocada perfecta, al padre perfecto, a la siesta perfecta, al pareado perfecto, a la misa perfecta. Quién establece los indicadores. Quien fija los baremos. Quien analiza los resultados.
No existe la novela perfecta. Existen palabras en un papel. Negro sobre blanco.
El autor hace lo que puede, lo que roba a la realidad, lo que araña del pasado y añade lo que su cerebro segrega y luego el lector hace el resto, remata la faena. Hay lectores perezosos, indolentes, que no quieren experimentos ni sorpresas, amentes de lecturas grises como sus vidas y otros que se entregan, que se ofrecen, abiertos a experimentar nuevas sensaciones, los gastrónomos literarios para entendernos.
Cuando leo a Alberto Olmos siempre pienso que el hombre lo hace a medio gas, sin darlo todo, conteniéndose, como si escribiera con el freno de mano echado (sin animarse a desplegar esa prosa potente más a menudo, como sí sucedía en El Talento..) y no será porque Olmos no se explaye y explicite a gusto, en algunos momentos del libro, en especial en materia sexual, donde Olmos se despacha agusto creando un paisaje naturalista embutido de pollas, coños, masturbaciones, sexo anal, sexo oral, cintos, carne fresca a granel, rezumante de semen, de oquedades saciadas, donde el protagonista Santiago se nos va por la vía seminal un día y al otro también. Me gustaría leer un libro de Olmos donde el protagonista tuviera la mala leche (y esa prosa magnética) que destila en su blog, Lector Mal-herido, donde ahí si que no hay freno de mano y todo fluye sin mirar atrás.
El protagonista, Santiago, a mí me despista, porque no acabo de calarlo, y me resulta dificil empatizar con él u odiarlo. Pero claro, según él mismo nos cuenta, es dificil saber como es.
¿Forma de ser? No tengo puta forma de ser, no soy de ninguna manera; no sabe uno ni ser.
Santiago es un publicista escéptico con los movimientos sociales transformadores, que equipara a cualquier otra campaña de marketing donde la solidaridad ha fracasado y donde lo que prima es el egoismo, si bien para lavar las conciencias nunca viene mal una manifa, una ong, una asamblea, cualquier actividad que permita «comprometerse» y poder luego pavonearse de estas actividades, ante el resto, con cierto aire de superioridad, creyéndose mejor que los demás.
Que no existía nada parecido a acción colectiva, a movimiento social, ni si quiera a trabajo en equipo. Aquí cada cual salvaba su propio culo, abonaba su propia felicidad, detectaba un beneficio adecuado a su carácter y a sus deseos y lo extraía de la máquina: del trabajo, de la gente, de las desgracias ajenas, del escaparate.
La presencia del barrio en el que vive Santiago impregna casi cada página. Ese barrio que se hunde (página 137. Mi página preferida de todo el libro) y no solo metafóricamente. Un barrio madrileño con inmigración, prostitución, gitanos, ruidos, mendigos, borrachos, turistas, jóvenes de botellón, contaminación, suciedad. Un barrio de adictos al fracaso.
me esforcé en sentirme la persona más desgraciada del mundo. No era difícil: vivía en el peor barrio de la ciudad, estaba rodeado de delincuentes y analfabetos; nuestra sintaxis era una sintaxis del dolor, nuestro delito haber fracasado, no tener trabajo, no tener un portatil de marca; no tener tantas cosas.
Quien se haya leído los otros cinco libros de Olmos, como el menda, sabrá que en cada libro el autor se reinventa, y sorprende, y al menos eso yo lo agradezco, porque que un escritor me demuestre una y otra vez lo bien que sabe hacer su oficio, y acabe dedicándose al arte floral, a recrearse en una prosa suntuosa gastada por el uso, frente al espejo, al final cansa. Olmos se arriesga cada vez, se tira sin red, y si se pega el hostión (no parece el caso, pues el libro parece que se vende bien, ya que el autor está en nómina del primer grupo editoral a nivel europeo, aunque la portada del mismo pueda inducir a error y algún lector despistado se haga con él, creyendo encontrarse ante un manifiesto pro 15-M con hechuras de novela, lo cual no es el caso), pues al menos lo ha intentado.
El libro tiene sus momentos, comienza con un diario de Santiago donde acredita su tediosa existencia y su adición al sexo, en todas sus variantes, que ni palia ni mejora nada. Luego hay un recital de sexo explícito, interesantes páginas sobre el uso de internet y la pérdida (voluntaria) de la intimidad, después una investigación (una investigación peculiar, porque Santiago no rastrea las calles, sino que barre la red: correos electrónicos, a través de los cuales encontrar el hilo que desoville la madeja) que tiene que llevar a cabo para tratar de aclarar una muerte, la de su amigo o conocido Daniel. Una investigación que sirve como vehículo sobre el que cimentar el discurso contracorriente de Santiago, aderezado todo ello con los escritos de gente como Bernhard, Walser, Zacarías Munt, El Ché, Sloterdijk, Henry Fielding, etc), palabras, que como hostias consagradas, degluten los hambrientos transformadores sociales y finalmente un desenlace que lo conocerá quien se lo lea.
No sé, ni me importa, si la novela de Olmos es cuadrada, si tiene un rombo o dos, o bien si es fálica o clitoriana. Ejército enemigo tiene sus momentos, sus destellos, sus fogonazos de gran literatura (este libro y todos los anteriores). Algunas páginas son tediosas por lo reiterativo, otras saben a poco y te quedas con ganas de más. Creo que Santiago, como personaje queda algo magro, descafeinado al final, que la novela es actual (de rabiosa actualidad para tirar de frase hecha) a más no poder, que la presencia de internet es ineludible en nuestras vidas, pero que rara vez entra a saco en una novela (ni siquiera de la gente joven, porque esta usa mucho internet pero no lo aprovecha), como en esta novela de Olmos, donde el autor, no deja de darle al coco, de hacerse preguntas (ya nos los dijo Einstein, que Lo importante es no dejar de hacerse preguntas), y que no tengo ni pajolera idea de lo que es la novela perfecta, pero que hay muchas cosas a las que darle vueltas en la novela de Olmos, me parece algo evidente (qué sucede cuando alguien muere sin que nadie sepa la contraseña de tu buzón de correo y toda esa identidad virtual del difunto se pierde, cómo el lenguaje del sexo se vuelve explítico y globalizado ante un cámara, en un chat, donde te tocas con otros, para otros, realizando múltiples fantasías, las tuyas y las de los voyeuristas, cómo llegar a comprometerte con algo sin tener la sensación de sentirte estafado, engañado, mercadeado, en todas esas actividades tales como donar, apadrinar, ayudar, reciclar, manifestar, cómo se pasa de transformar la realidad a esa otra realidad, etc). Y visto lo que se nos avecina, con una crisis que durará todavía un tiempo, estando sobre la mesa los movimientos de indignados, de ecologistas, de comprometidos, de desahuciados, de desencantados, de antisistema, tomar parte por alguno de ellos, o por todos a la vez, o bien, encogerse de hombros, mirar hacia otra parte y declararse objetor, sin tener nada que objetar, serán opciones que cada uno de nosotros tendremos que tomar llegado el caso, o afianzarlas.
Releyendo lo que escribió Bernhard, sobre los perros, en su libro Hormigón (de quien Olmos recoge unos párrafos en su libro), es triste comprobar cómo la gente pierde el culo para apadrinar o acoger perros (cuando algún periódico hace campaña), porque les da lástima que los sacrifiquen, y sin embargo un mendigo (un ser humano, para más señas, porque parece que algunos ven la mugre y la huelen y pierden la perspectiva) tirado sobre la acera no genera más que repelús y rechazo. Será porque las mascotas son graciosas y fáciles de abandonar y los humanos acarreamos más problemas y somos menos graciosos.
Vivimos en la contrariedad. En la sinrazón.
Y ahora retomo la lectura de El libro del desasosiego, que a este paso me va a llevar más tiempo leerlo, que a Pessoa escribirlo.
Alberto Olmos. Bibliografía:
– A bordo del naufragio (1998)
–Trenes Hacia Tokio (2006)
–El Talento de los demás (2007)
–Tatami (2008)
–El estatus (2009)
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