El otro día hablaba de Nieve de Maxence Fermine y ahora le toca el turno a El violín negro, que la escribiría un año después. El autor repite la fórmula que parece le dio tan buenos resultados con su anterior novela.
La historia se ambiente en la ciudad de Venecia a comienzos del siglo XIX. Apenas hay personajes, y todo tiene un aliento épico, insondable, de seres humanos grandiosos. El protagonista es un violinista que se traslada a Venecia donde conoce a Erasmus, un luthier que le cuenta la historia de El violín negro.
Los personajes de la historia, se definen con un par de adjetivos y ahí acaba toda la profundidad de los mismos. Valiéndose de una ciudad mágica como es Venecia, con la música por medio, y mujeres enigmáticoa y extraordinarias, por su línea o por su voz, Maxime trata de componer un relato de aliento épico y poético, pero no consigue ni una cosa ni la otra y si Nieve tenía alguna virtud, aquí todo resulta impostado, una acumulación de lugares comunes y una grandilocuencia que se queda en una afirmación que se desinfla a las primeras de cambio.
Si bien ya en la contraportada nos advierten que en este libro hallamos la “reconocida sensibilidad para la belleza” del autor. Algo chocante en un autor que sólo había escrito un libro antes que este.
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