Al escritor asturiano Ricardo Menéndez Salmón lo descubrí hace años en el programa Página 2 (un programa en televisión donde hablan de libros: vacas sagradas la mayoría, pero mejor eso que nada) donde hablaba de su libro, pero con modestia, no como Umbral (el cual, de no haber sido por aquella memorable salida de tono, creo que sería hoy un pefecto desconocido para muchos jóvenes, a pesar de sus libros y sus columnas periodísticas).
Me pasé por la biblioteca (a uno le gustaría comprar más libros, pero si compro todo lo que leo necesitaría el sueldo de un Senador o de un proxeneta y no es el caso), lo cogí y me lo ventilé del tirón. Son 142 páginas, si bien comienza en la número 13 y la letra es de buen tamaño, lo cual hace que su lectura resulte muy ajustada para estos tiempos modernos, donde uno llega a la noche desgüazado y al menos yo no me puedo ir a mi catafalco con lo último de PaKete Morton, Ken Follete o Mo-ye(tin) (quien desde que ha recibido El Nobel ha debido vender un millar de libros, o más, según me ha contado un pajarito, o un pajarraco, no lo sé), más que nada porque no tendría ni fuerzas para sujetar semejantes mamotretos.
Hay un poco de todo en el libro, sí, como en botica. Está ambientado durante La Segunda Guerra Mundial, así que no falta el Ejército Alemán y por supuesto los demoniacos nazis. El autor da unos apuntes históricos de fechas y lugares que ahondan en el avance llevado a cabo por el ejército alemán en su conquista de Europa, con el mayéstico Hitler a la cabeza. El protagonista es un sastre llamado a filas, el cual ante un hecho dantesco por parte de otros soldados pierde la sensibilidad física y espiritual. Esto es, no siente calor ni frío, ni es capaz de emocionarse ante la tragedia o felicidad propia o ajena. Se queda ataráxico perdido.
Hay también una historia de amor por medio, con una enfermera, una forma de evitar la parca muy peliculera y una vuelta de tuerca con la que saldar cuentas con el pasado.
Cada capítulo son unas cuatro o cinco páginas, lo que imprime un ritmo a la lectura que no da tregua. Ante un libro como este, uno se plantea si nos encontramos ante un libro histórico, ante una arrebatada historia de amor, ante una tragedia personal sin igual o ante la suma de todo ello.
La idea de que alguien pierda la sensibilidad ante un hecho atroz es interesante, pero el autor una vez esbozado el problema que aqueja a Kurt (el protagonista) no ahonda mucho en el tema. La historia nos la cuenta el autor, no Kurt, así que las apreciaciones personales sobre, por ejemplo, el armisticio vergonzante que firmaron los franceses ante los alemanes, las hace el autor de la novela, no Kurt su personaje, creando así dos mundos paralelos, que no se tocan, uno en el que se mueve o en el que el autor sitúa a su protagonista y otro el de las apreciaciones que sobre esos hechos históricos hace el autor de la novela.
El autor cincela su prosa con mano de orfebre (un empeño del que otros como Robe Iniesta han desistido: !Que no me da la gana pasar media vida buscando esa frase que tal vez no exista!, nos berrea en su temazo Puta), empleando palabras poco trilladas, con las que barnizar su obra con una pintura elitista, que actúa como repelente para masas o lector-medio. Para el recuerdo nos deja el autor frases como:
«gozaban de la plasticidad de un derviche giróvago»….
Sí, han leído bien, derviche giróvago. Métanle mano a la María Moliner, no se corten, no pasa nada. Aprendemos y desaprendemos cada día.
No obstante lo anterior Ricardo ofrece un libro de amena y sedosa lectura (sí, creo que Alessandro Baricco con Seda, dio pie a un sinfín de imitadores conceptuales que se montaron en el carro de la novelita corta, sedosa y aterciopelada, de escaso recorrido (no todas por supuesto, porque la literatura a granel no supone buena literatura. Ahí tenemos El extranjero de Camus, La lluvia amarilla de Llamazares, Dos hermanos de Atxaga, El Estatus de Olmos, y tantas otras buenas novelas cortas), que dio muchos parabienes a un buen número de escritores que se han forjado un nombre en las distancias medias, muy agusto en esas medias maratones de cientoypicopáginas), con una aventura que en mi caso no me ha subyugado lo más mínimo, dado que su personaje quizá haya transmitido de modo inconsciente, no ya su insensibilidad al lector, sino una apatía, en donde las piezas, sí, encajan, pero donde la emoción no existe y eso para un lector equivale a echar mano de un prospecto y aburrirte mirando las contraindicaciones del medicamento-libro.
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