Aramburu no es el primer escritor que aborda en un libro el «problema vasco». Bernardo Atxaga en Esos cielos, o Manuel Fajardo en una Belleza Convulsa tocaron diversos aspectos del conflicto. Aramburu en Los Peces de la amargura a lo largo de diez relatos, nos habla de las consecuencias de las acciones de ETA, y no sólo de la banda terrorista, sino también de los propios ciudadanos que defienden y apoyan las acciones de la banda, que son capaces de obligar a una familia a dejar su hogar, sino quiere morir.
Los protagonistas del libro, son esas personas que han sufrido atentados: el niño que ve morir a su padre de un balazo en la cabeza en su presencia, el adolescente que cuando tuvo lugar el atentado estaba en el vientre materno y se libró de chiripa, el guardia civil asesinado por no querer dejar su ciudad y dar la razón al enemigo, el ciudadano de a pie que sin comerlo ni beberlo se ve envuelto en un acto de kale borroka y acaba «quemado»….
También hay un par de relatos donde Aramburu pone su mirada en la otra parte, en el entorno abertxale, en esas madres que recorren España para ir a ver a sus hiijos presos, o ese preso etarra que se replantea su vida, viendo su nueva vida a través de los barrotes.
Aramburu emplea palabras del vascuence que pone en cursiva tales como: Txakurra, Kale Borroka, Talde, txerri, ikastola, perretxico, Eusko Gudariak, musi, kupela, kaiso, etcétera con las que trata de hacer más contundente su relato.
El resultado es bastante flojo. Al contrario de los libros que enumeraba al principio, Aramburu no logra coger el tono narrativo adecuado, los diálogos son insulsos y en el último relato, que destila una fina ironía no acaba tampoco de cuajar. Quizá en su empeño en hacernos los personajes próximos, en personas de andar por casa, descuida el rigor narrativo en pos de una mayor credibilidad.
Está claro que la situación que viven cientos de miles de personas en Euskadi no es nada buena, que viven con miedo, con el corazón en la garganta, que las heridas están frescas, que los muertos superan el millar, que las víctimas se cuentan por millares, pero el libro para enganchar al lector hubiera requerido una mayor fuerza poética, trascendiendo de lo evidente y primario, eso que es evidente para cualquier persona que visite algún pueblo del entorno etarra, para darle otro enfoque, ya que lo que nos ofrece Aramburu está tan mascado que no deja lugar para una digestión serena y profunda, que el asunto precisa.