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Sangre a Borbotones (Rafael Reig 2002)

A Rafael Reig lo voy leyendo en un continuo flash-back. Primero Lo que no está escrito, luego Todo está perdonado y ahora Sangre a Borbotones. Los dos últimos libros comparten personaje: Carlos Clot, del cual sabemos mucho más de su aspecto físico, y en especial de su forma de vestir que de su forma de ser, quizás porque ya todo -además de perdonado- también esté perdido y solo nos queda dibujar el mundo de los personajes, mediante trazos estéticos, de la piel hacia fuera.

Como nos cuenta Reig en el prólogo del libro, escribir ni da dinero ni fama (salvo en el caso de unos cuantos privilegiados que pueden vivir de lo que escriben). De ahí, que quien se dedica a esta actividad, la literaria, deba hacerlo impelido por una auténtica pasión, la cual permite escribir y escribir, emborronar cuartillas, llenar cajones de manuscritos polvorientos, sin esperar casi nada a cambio. A veces, algunos triunfan, logran publicar sus manuscritos, y coger cierta repercusión. Reig ha pasado de ser un perfecto conocido (o mejor dicho un escritor alejado del gran público) en Lengua de Trapo (de cuya editorial van volando todos aquellos que van cogiendo notoriedad, como Ricardo Menéndez Salmón, Olmos, Faciolince o Reig) a publicar ahora en Tusquets y ver sus libros junto al de otras vacas sagradas de la literatura, en cualquier librería.

Reig explica también cómo la vida que llevaba en aquel entonces, a comienzos del segundo milenio de nuestra era, le permitía nutrir sus historias literarias (su trabajo en Telefónica, su hija pequeña, etcétera).

En cuanto al libro, la historia transcurre en un Madrid navegable. No hay petróleo y la gente se desplaza a pie, en velero o en bicicleta. Madrid, como era el sueño de Esperanza Aguirre ya es angloparlante y en ese entorno Clot, detective privado, debe encontrar la pista de tres mujeres desaparecidas. Dos son de carne y hueso y la tercera es el personaje de una novela de vaqueros que ha cobrado vida propia. Ya saben, Unamuno y Pirandello.

Como sucede en Todo está perdonado, la presunta novela negra que creemos leer es más bien un decorado, el atrezzo, donde colocar a los personajes y moverlos por el tablero, dado que la intriga viene a ser lo de menos, y lo de más son las andanzas de Clot: oliendo braguetas, presenciando escenas porno, plantado cara a los poderosos, cediendo ante ellos, protagonizando momentos subidos de tono, pedaleando por Madrid con su Orbea, tratando de salvar a su hija paraolímpica, aceptando resolver casos que se autorresuelven solos, etc.

Estoy convencido que Reig habrá disfrutado muy mucho escribiendo este libro, que se habrá echado un sinfín de risas, porque el escritor es como Dios, crea personajes, les da vida, incluso algunos abandonan el libro y quieren vivir su vida.

Me he reído y divertido con Sangre a Borbotones. He apreciado esos momentos tragicómicos, el escenario ficcionado (un Madrid navegable, sin el ruido de los coches y sin esa contaminación se convertiría en una ciudad habitable), la elástica prosa de Reig, su uso y manejo del lenguaje, sus briosos diálogos, sus aceradas reflexiones, la disparatada hibridación de géneros literarios, la interpelación a la literatura, la confrontación entre literatura de masas y la literatura de las élites intelectuales.

Una ida de olla literaria, en la que vale la pena hocicar: y no digo más.

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