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El corazón y otros frutos amargos (Ignacio Aldecoa)

Está bien Wikipedia pero es aún es mejor recurrir a libros en papel y echar mano por ejemplo de Examen de ingenios de Caballero Bonald, y leer lo que este nos cuenta de Ignacio Aldecoa: Una persona radicalmente libre, que aquilató sabiamente su estilo y lo fue dotando de un neto vitalismo en la búsqueda de correspondencias entre sus andanzas humanas y sus experiencias literarias. Un experto en el arte de contar historias cuándo murió, narraciones donde Aldecoa da cuenta de su buen oído gramatical, de un airoso barroquismo en las descripciones de una excelente dinámica adjetivadora (esto referido a su novela Gran Sol, para Bonald la más atractiva de las novelas náuticas españolas), de su pericia lingüística.

Si leemos El corazón y otros frutos amargos, escrito por Aldecoa en 1959 (según la revista Quimera el mejor libro de relatos español del siglo XX), que recoge los siguientes relatos: En el kilómetro 400, La urraca cruza la carretera, Rol del ocaso, Young Sánchez, Un cuento de reyes, Al otro lado, Entre el cielo y el mar, Los hombres del amanecer, Esperando el otoño, Atrás de la última parada, El corazón y otros frutos amargos, se confirma lo enunciado por Bonald.

La mayoría de los relatos versan sobre personas que realizan distintos oficios, a los que toca dar el callo: camioneros, marineros, mesoneros, peones.., ya sea trabajando en fábricas, barcos o en cuadrillas. Personas para las cuales el porvenir siempre está por ver, luchando cada día por su jornal, auxiliándose entre ellos, asentados en la precariedad y/o en la miseria, dueños de un ocio inexistente, cuya esperanza se cifra en unos manos vacías.

Relatos siempre inconclusos, abiertos, aderezados con diálogos sucintos pero precisos, mostrando una realidad áspera, dura, erizada, fatigosa, muy vívida, resumida en párrafos como el siguiente:

La madre tenía las crenchas de un rubio sucio como del color del papel de estraza. La madre tenía la roña metida en los poros de la piel de las manos de tal manera, que aunque se lavase no se le iría. Era la porquería de la mujer que hace coladas para cuatro personas, que lava los suelos, que guisa, sube el carbón y trabaja, si le queda tiempo, de asistenta en una casa conocida. La porquería en los nudillos, en las yemas de los dedos, en las palmas de las manos, en las muñecas. La porquería como un tatuaje.

Este año se han reeditado los cuentos completos de Ignacio Aldecoa. Una muy buena noticia, que consumaré con la lectura de los mismos.

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