En el Palalottomatica de Roma el 6 de noviembre se colgó el cartel de todo vendido ante el concierto de Francesco Guccini (fuera de recinto había gente que se ofrecía a comprarte la entrada), quien tras 40 años ejerciendo la profesión arrastra a sus conciertos a público de todas las edades (detrás nuestro tuvimos a una familia, donde los abuelos, los hijos y los nietos al tiempo que daban cuenta de unos bocadillos y toda suerte alimentos caseros, se embutirían las banderas del partido comunista cuando Guccini interpretó La locomottiva, canción que pone fin a todos sus conciertos, ante el delirio generalizado).
Alrededor de unas 10.000 personas nos dimos cita para vivir, al menos para mí y no creo que sea el único, una experiencia única. El público se dispuso o bien en los anillos circulares o sentados en el suelo acolchado frente al escenario, donde la gente permaneció sentada hasta que Guccini interpretó las últimas dos canciones, lo cual parece ser el ritual.
Al contrario que muchos cantantes y músicos convertidos en mercenarios (Iniesta, Fito, y un largo etcétera), que suben al escenario saludan, tocan una hora y media larga, hacen algún bis y se van a casa, sin haber intercambiado con su público media docena de palabras, Guccini es todo lo contrario. No solo disfruta cantando sino que al comienzo de cada canción, el autor modenese cuenta las anécdotas que sirvieron de inspiración a sus canciones, las cuales ama. No faltan tampoco los comentarios mordaces sobre la situación política (Berlusconi da mucho juego) ni el intercambio de impresiones con algunos espectadores que próximos al escenario pedían canciones y reclamaban la atención del arista.
El concierto daba comienzo a las nueve pero empezó unos diez minutos más tarde. Una vez sobre el escenario Guccini y los seis músicos que le acompañan; Ellade Bandini (batteria-percussioni), Juan Carlos »Flaco» Biondini (chitarre), Roberto Manuzzi (sax-armonica-fisarmonica-tastiere), Antonio Marangolo (sax-percussioni), Pierluigi Mingotti (basso) e Vince Tempera (pianoforte-tastiere), Guccini comenzó a charlar sobre el bunga bunga. Que pensaba decirlo, que si no lo decía y finalmente no he resistido, así que «buon bunga bunga a tutti» y diez minutos después comenzaba el concierto con la canción Canzone per un’ amica. El bunga bunga es ese juego sexual con el que el Presidente Italiano deleita a las feminas que le secundan (más información aquí)
En el repertorio del artista se dan cita canciones de amor (Cirano) y desamor (Farewell, Quattro stracci), un recuerdo para los amigos que se quedaron en el camino (Lettera), alegatos antibelicistas (Su in collina), canciones convertidas en himnos (La locomotiva), retratos de ciudades (Bisanzio), el tiempo que se ha ido (Eskimo), las ocasiones perdidas (Autogrill), tristeza musicalizada (Il pensionato, Il frate).
No sonaron L´avvelenata, Dio é morto, Venezia, Piccola Cittá, Don Chisciotte y otras muchas, pero esto es inevitable. Guccini tiene unas cuentas docenas de canciones a cual mejor y a pesar de que el concierto duró casi dos horas y media y sonaron casi dos docenas de temas no entran todas.
En cuanto a la puesta de escena, primó la austeridad y la funcionalidad. El juego de luces es de lo más discreto que uno puede imaginar. Nada de virguerías, lo justo para distinguir a los músicos en la oscuridad. Tampoco hay pantallas ni nada de eso que está ahora tan de moda en los grandes recintos. Lo mismo comentar respecto a los altavoces. Dos ristras de ellos a cada lado sobre las columnas metálicas y a cantar.
No olvidemos que Guccini tiene 70 años, que ahora que ha dejado de fumar está más gordo que de costumbre, y a pesar de moverse de modo torpón, lo más importante que es su voz, permanece vigorosa, rocosa, fuerte, estable. De ahí que las canciones sonaban con una nitidez extraordinaria, con una cadencia que no daba lugar al altibajo. Una experiencia similar a escuchar un disco en directo en tu casa, pero rodeado de diez mil almas y encima con Guccini frente a ti interpretando los temas.
Cada canción era coreada por los presentes pero Guccini, y esto que me gustó, no dejaba el micrófono en manos de su público, sino que era él quien tenía el mando y su voz se imponía sobre sus entregados y vociferantes fan.
Algo que también me agradó es que Guccini no hace la pantomina de irse para luego volver y cantar algún tema más. No, Guccini dijo que quedaban dos temas. Al final cogió la guitarra, cantó la Locomotiva envuelto en ese que a veces la música logra, la comunión entre el cantante y el público, ya entonces entregado, apasionado, con la gente que estaba en tierra puesta en pie, para despedir al ídolo, hecho de carne. Guccini es un referente para mucha gente. Hoy por hoy la coherencia, máxime en lo artístico, es algo que no abunda. Quizá eso explique porqué vivimos lo que vivimos esa noche en la Palalottamatica, cuya organización sea dicho de paso y a modo de colofón fue extraordinaria.
Además la entrada costaba 24 euros, un regalo visto lo que en España cobra por ejemplo Joaquín Sabina, 40 euros para el concierto de mañana día 13 en Logroño, al que iré.
Ahí pongo el listado con las canciones que viene tocando Guccini en este Tour. En el concierto en Roma, Dio é morto no sonó.
# Canzone per un’ amica
# Lettera
# Noi non ci saremo
# Il frate
# Amerigo
# Il pensionato
# Autogrill
# Canzone per Piero
# Farewell
# Inutile
# Quattro stracci
# Vorrei
# Su in collina
# Bisanzio
# Canzone dei dodici mesi
# Canzone di notte n.2
# Eskimo
# Cirano
# Dio è morto
# La locomotiva