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A cielo abierto (João Gilberto Noll)

No hay en la narración de Noll un orden, tampoco una estructura; el texto parece ser fruto de la improvisación. Creo que aquí al leer el lector acaba desleído, pues Noll solapa lo objetivo con lo subjetivo y lo pone en ese punto que está en entre el sueño y la vigilia y no sabremos tampoco si lo que el narrador nos cuenta son recuerdos, algo real o bien imaginado, o si lo ha soñado. Comienza la narración con dos hermanos que van a buscar a su padre al frente de batalla. La guerra es una guerra más; la marca blanca de la destrucción. Noll deja todo en el aire y le imprime a lo narrado un aire cálido de vaguedad; los críos van a buscar a su padre porque el pequeño está enfermo. Y el mayor vivirá experiencias sexuales con adultos y lo considerará un aprendizaje, como si quisiera ser uno más de los providencialistas, para los que no hay que oponer resistencia a las cosas que nos suceden porque todo forma parte de un aprendizaje; aprendizaje que también puede ser doloroso. El narrador a veces desea estar muerto, o mineralizarse o ser un objeto y otras no está nada disconforme con la vida que lleva, que tampoco sabemos muy bien cuál es. Mientras, su flujo de conciencia es espermático, luego pringoso, tal que el lector bien que puede resultar pegoteado. No hay aquí una moral levantando muros sino que todo es campo abierto, y el incesto, la pedofilia y la violación campan a sus anchas, como fruto del referido aprendizaje, y de los impulsos sexuales irrefrenables y experimentadores. El narrador comparte su cuerpo con hombres y mujeres, se refriega con su hermano, el cual también fue poseído por su padre siendo niño, y ahora ya adulto el narrador asimila un trío sexual en el que su compañera de viaje recibe por igual el semen de uno y de otro con la ilusionante idea de que los dos pueden ser padres al alimón. El otro miembro del triángulo es un joven sueco al que el narrador desflora para luego abrasarse ambos en el deseo mutuo. No hay orden y sí desconcierto en lo que Noll nos cuenta, pero ¿cómo poner en palabras el parturiento estado mental cuando todo se atropella en la cabeza y las palabras ven la luz cual coágulos o calostros? Y en su ritmo frenético, ya cuando el protagonista lo mismo está de vigía en un pañol que en un barco, confinado como esclavo sexual de un cincuentón desdentado, para finalmente recalar en Maia, este libro me recuerda, en el frenético no parar, al Cándido o el optimismo, y en su punto escatológico y transgresor a Edén, Edén, Edén. No me pilla de nuevas la lectura de este inclasificable libro de Noll, al haber leído otro suyo, Lord. Y me pregunto lo complicado que tiene que ser verter al castellano, como hace aquí Claudia Solans, la prosa de Noll.

De ruta por el Camero Nuevo

Me habló Enrique de lo literario que le parecían los pueblos en los que acaba la carretera. Nestares es uno de ellos. En lugar de ir directamente, optamos por dar un pequeño rodeo. A tal fin, por el Camino de Santiago, entre una riada de peregrinos de diversos países: Brasil, Suiza, Estados Unidos, Japón, etc, llegamos a Navarrete, ascendimos a lo más alto del pueblo para proseguir hasta Sotés, que dejamos a nuestra derecha, para encaminarnos hacia Hornos de Moncalvillo. Es entonces cuando la cosa se va poniendo interesante y comienza la larga ascensión hasta las antenas de Moncalvillo. Me llamó la atención una señal de tráfico que indicaba un peligro indeterminado. En caso de ir en bici puede ser, por ejemplo, que te dé una pájara o te moche una vaca o te arrolle un vehículo o te dilapide un árbol, a saber.

Moncalvillo

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Nosotros íbamos con las bicis eléctricas, que lo hace todo más llevadero, pero si no mantienes una buena cadencia de pedaleo la bici se para, y volver a coger ritmo con un desnivel de un 14% no resulta nada fácil.

Ya en las antenas, a un lado de la pista, las vacas negras ensimismadas en el rumiar de sus pensamientos se mantenían ajenas a nuestra presencia. De allí parte una pista de tierra, y más tarde de gravilla, que aboca a Nestares.

Nestares

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Merece mucho la pena echar pie a tierra para contemplar los bellos paisajes circundantes, asimismo la llegada a Nestares, entrevisto en la distancia, situado en la parte baja; un poco más lejos se ve también Torrecilla en Cameros. Nos encontramos en el Camero Nuevo.

Llegamos a la ermita de la virgen de Manojar, en lo alto del pueblo de Nestares. Estaba cerrada. Me resultó curiosa la cúpula de la cabecera y regresamos por la carretera de Soria. Carretera peligrosa al combinar un arcén estrecho con otros momentos en los que no hay arcén, y cuando los vehículos se cruzan en ambas direcciones pasan algunos coches acariciándote la pantorrilla.

La vía de servicio hace que los últimos kilómetros hasta Logroño sean un paseo, a pesar de llevar el viento de cara. En total, 72 kilómetros.

El ejército iluminado

El ejército iluminado (David Toscana)

Doy la razón a Steiner cuando afirma que un libro puede esperar mil años a que lo descubra un lector adecuado, que los libros no tienen prisa.

El ejército iluminado de David Toscana se publicó en 2006 y llego ahora a su lectura animado por lo mucho que me gustó otra novela suya, La ciudad que el diablo se llevó.

Como aquella es esta también una novela coral; incluso es mayor el número de personajes en danza, o en movimiento.

Hay que dejar la incredulidad en suspenso, algo parecido a cuando leemos El Quijote y nos subsumimos ante tamaña andanada de andanzas y desventuras, porque aquí, un profesor, antaño maratoniano, les come la cabeza a unos críos para devolver a Méjico lo que es suyo, y ahora en manos gringas: Texas. A tal fin se embarcan en un carromato en un posible viaje sin retorno, camino de El Álamo, partiendo de Monterrey.

Aquí, los molinos no son gigantes, pero un arroyo bien puede ser el Río Grande, por ejemplo. De esta manera la realidad prosaica y roma, se llena de aristas, se ensancha y amplifica gracias a la buena labor de Toscana, que con una estructura no exenta de complejidad, irá hilando distintas historias; una de ellas es la de Matus, el profesor de marras, el general Matus, maratoniano que no participó en el Maratón de París en 1924, a resultas del mucho calor que hizo ese día.

La fértil imaginación de Toscana permite situar a Matus a la par del tercer clasificado: Clarence DeMar y reivindicar aquella medalla que según él le pertenece, porque ha corrido esa misma distancia en su ciudad natal y ha hecho mejor tiempo que el americano.

Los niños que forman el ejercito iluminado son personajes que perduran: Cerillo, Milagro, Azucena, Comodoro y Ubaldo. Cinco niños con discapacidad que viven aquí una simpar aventura, azuzados por Matus, que los alienta a vivir como héroes y a entregar sus vidas, si es necesario, en el desempeño de su deber.

Paulatinamente la narración deviene un delirio, porque lo que se ve no se corresponde con lo que los personajes creen vivir, bajo esa ensoñación que les hace sentirse soldados en pos de una misión que por suicida no se ve degradada en su inmaculada grandeza. De esta manera disparan a labriegos o toman una casa haciendo frente a los gringos, que son mejicanos.

La realidad alterada es material inflamable en manos de Matus, que en su inconsciencia no ve necesario frenar aquella despiadada aventura, tan gozosa de leer, pues la imaginación de Toscana enmaraña planos narrativos, solapa el tiempo y el espacio y crea un vórtice arrollador en las postrimerías de la novela.