Portada -- Breve invitación a la lectura de la obra de RV

Una invitación a la lectura de la obra de Roberto Vivero (Francisco Hermoso de Mendoza)

Reseña de Enrique Gallud Jardiel. Leer reseña completa

Reseña de Manuel Fernández Labrada en Saltus Altus.

La lectura debe hacerse siempre desde la voluntad, el deseo, el interés, la curiosidad. Pero nunca desde la imposición. Por eso este pequeño ensayo es una invitación a leer a Roberto Vivero.

De su nutrida obra: novelas, relatos, teatro, poesía, entrevistas, ensayos, traducciones y diccionarios, son once libros los que forman la obra en sentido estricto. Tal y como dice la editorial en el epílogo «La selección que hemos realizado en este libro obedece al deseo de trasladar de una manera quintaesenciada -breve y sencilla- la invitación a la lectura de la obra de Roberto Vivero. Nada más«.

El libro lo conforman diez reseñas a diez libros, a excepción de zoo, un prólogo escrito también por mí y un epílogo a cargo de la editorial.

Les invito a leer a mi libro sobre la obra de Roberto Vivero.

El libro está a la venta en la web de Ápeiron Ediciones, Distriforma, Agapea, Santos Ochoa, Amazon y en Todostuslibros.

Contraportada:

contraportada

Una invitación a la lectura de la obra de Roberto Vivero
Francisco Hermoso de Mendoza
Ápeiron Ediciones
2024
78 páginas

De ruta por la GR99

Aprovechando que el Ebro pasa por Logroño, aunque sea a contra flujo, remontamos la corriente en bicicleta para dirigirnos hacia San Vicente de la Sonsierra, a 50 km de la capital riojana. El camino, al dejar Logroño se dirige hacia El Cortijo, Fuenmayor, luego a Cenicero, Torremontalbo, Baños de Ebro (en Álava) y finalmente hasta San Vicente de la Sonsierra.

El GR99 o Camino Natural del Ebro a veces va pegado al lado del río, otras veces hay que ir por caminos, y en otras ocasiones por carretera, como los dos kilómetros antes de llegar a Torremontalbo. En estacas de madera, unos aros rojos señalizan el camino. En los pueblos las indicaciones están en las paredes de algunos edificios. No resulta difícil perderse, como nos sucedió al llegar a Fuenmayor, que no vimos el sendero hacia Buicio, que es el que nos situó de nuevo sobre la GR99.

GR99 Camino del Ebro

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Desde los caminos tendremos bellas panorámicas de Briones, San Vicente de la Sonsierra y el Castillo de Davalillo. Cruzaremos por Cenicero donde veremos su kiosko de música. En el camino hacia San Vicente de la Sonsierra nos recibe la cálida presencia de los guardaviñas o chozos, cada uno con su nombre. En Torremontalbo contemplamos la Torre que le da nombre.

A nuestro regreso, al dejar Fuenmayor, ya camino de El Cortijo, pasaremos por el área recreativa Boca del Ebro, en donde el olor a chuletillas asadas, pasadas las dos de la tarde, nos abrirá el apetito. En ese punto, una cruz y el nombre de Vlad: homenaje al joven que murió ahogado en esa parte del río en julio del año pasado.

En El Cortijo la Vía Verde pasará por encima de nuestras cabezas siguiendo la vía del tren, ahora desaparecida.

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Y el León Dormido será esa figura tutelar lejana pero próxima que velará por nosotros en nuestra travesía.

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El tiempo de nuestras canciones (Richard Powers)

El tiempo de nuestras canciones es una extensa novela de Richard Powers, con traducción de Jordi Fibla, que he leído lentamente durante tres semanas.

De entrada, me gusta el tema que trata: la música, en general. Porque la vida que se nos cuenta es la de Jonah, un joven norteamericano de voz prodigiosa, nacido en 1941, el cual ha mamado música desde la teta materna. Sus padres son dos enamorados de la música y esta siempre suena en casa. Además, tanto los progenitores como el hermano, Joey (el narrador, nacido en 1941) y la hermana, Ruth, también cantan.

La narración nos sitúa en los Estados Unidos, antes y después del crac del 29 y de la segunda guerra mundial y nos llevará hasta comienzos de los noventa.

El matrimonio formado por David, un científico judío alemán (preocupado por la existencia del tiempo, siempre lidiando este con problemas teóricos, sin ser capaz de ver los problemas reales que se le presentan en el día a día; personaje que emparentaría con Hamlet García, el personaje de la novela de Paulino Masip, metafísico ambulante, perdido asimismo en su mundo teórico) que llega a Estados Unidos a mediados de la década de los treinta y por Delia, la hija mestiza de uno de los primeros médicos negros de los Estados Unidos.

Se nos cuenta la historia de la familia de Delia, primero al frente de una barbería, luego con los estudios en medicina; muy presente la capacidad de trabajo, la habilidad en los negocios; la circunstancia de guardar los ahorros en casa, durante el crack del 29, les ayuda a hacerse millonarios. Los hijos, al no ser blancos (recuerdo aquello que aparecía en Luz de agosto, la novela de Faulkner, algo así como que una sola gota de café en una taza de leche servía para mancharlo), también sufren el hostigamiento de la sociedad. Richard Powers va describiendo esta situación, a veces absurda, como cuando la exitosa y ameritada cantante negra Marian Anderson abarrota auditorios de distintas ciudades americanas y, sin embargo, no encuentra un hotel que quiera alojarla, por el color de su piel. O el brutal asesinato de un joven negro de catorce años, Emmett, después ser ultrajado por dos hombres blancos, que nos da cuenta del estado de las cosas y cómo noticias de esta cariz son capaces de atormentar al pequeño de los Strom. Sigue leyendo

Valvanerada en coche

En los años de mocedad, allá por 2002 y 2003, hice la Valvanerada. Como el nombre ya indica hay algo de exageración en aquella caminata que consistía en recorrer 61 kilómetros andando entre Logroño y el Monasterio de Valvanera. Más de mil personas lográbamos pasar la línea de meta. Al contrario que en otras rutas que son por el monte, como la marcha de Hoyos de Iregua, o por los Montes de Tobía, la Valvanerada va por asfalto, salvo el tramo que media entre Logroño y Navarrete que sigue el curso del Camino de Santiago.

La ruta comenzaba a las ocho de la tarde en Logroño y finalizaba unas trece horas después (quien lo hacía corriendo tardaba bastante menos), cuando ya había amanecido. Había tramos infernales como la recta de Baños del Río Tobía. Al frente, durante casi dos horas, un edificio iluminado, de una fábrica de embutidos. Una vez en Anguiano aún restaban quince kilómetros de ascension. Lo bueno eran los avituallamientos, algunos con chocolate caliente y bizcochos.

Hoy hice ese mismo camino pero en coche. Más cómodo, claro. En un día propio del invierno, ventoso, lluvioso, y a ratos nevando. Unos de esos días en los que apetece meterse entre pecho y espalda un buen cocido o un plato de cuchara; unas alubias de Anguiano, por ejemplo, secundadas con una carrillera y un buen arroz con leche. Y finalmente regado todo ello con el inmejorable digestivo que es el licor de Valvanera. Además, la comida estuvo amenizada con La Traviata de Verdi. ¿Se puede pedir más?

Visitamos el Monasterio. Vimos la Virgen con el niño en brazos y este con el libro, y sus pies estrábicos. Me chocó la imagen, por inaudita, de una máquina expendedora de velas. A la salida había un libro de notas en el que la gente registraba el consuelo que la virgen les ofrecía. Algunos solicitaban incluso la curación de enfermedades ajenas.

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