socrates

Séneca, Sócrates y demás filósofos en la ópera (Wolfgang Molkow)

El ensayo de Wolfgang Molkow, Séneca, Sócrates y demás filósofos en la ópera (editado por Ápeiron ediciones, con traducción de Roberto Vivero), parece llamado a ocupar un espacio vacío en el mundo de las letras. Un texto breve, apenas 70 páginas, en las que el reconocido pianista y compositor alemán recorre el pasado hasta el presente, para ofrecernos un recorrido que, mediante breves capítulos, resulta muy interesante e ilustrativos.

El autor nos sitúa en el nacimiento de la ópera (una especie de teatro musical), cuando corre el año 1600, en Florencia. Apunta Molkow que en aquellos años la voz cantante la llevaban los filósofos y los literatos, mientras que la música tenía un papel secundario y estaba subordinada a la palabra.

En la ópera barroca se erige la figura de Claudio Monteverdi que lleva la ópera a sus cumbres dramáticas y musicales. Razón: L’incoronazione di Popea con libreto de Busenello. El objeto de la obra es el filósofo Séneca. Y en juego está la lucha entre el hombre de acción que encarna Nerón y el hombre de letras que encarna Séneca, al que se retrata burlonamente, si bien, el ulterior suicidio le proporcionará una salida heroica.

Otro filósofo, Sócrates, ocupa a Telemann, en la ópera Der geduldige Sokrates (1721), donde evoca la imagen original del generoso y sufrido pensador que a través de su elogio de la vida sosegada avanza al mismo tiempo hacia el epicureísmo.

Yendo más atrás en el tiempo Molkow expone cómo las obras de Aristófanes son objeto de nuevas versiones por parte de Franz Schubert o Leonard Bernstein. Obras en la que Aristófanes criticaba y exponía satíricamente a Sócrates y a los sofistas. En estas puyas, en esta burla del mundo, vio Nietzsche al precursor de sus aforismos.

Las mas de 200 piezas de Goldoni (encarecido por Voltaire, en detrimento de Aristófanes), entre cuyos personajes aparecen los dottori, astrologhi y filosofi, presentan un aura de pomposa arrogancia que puede ser fácilmente caricaturizada.

En la Ilustración, donde la filosofía cuenta con un reconocimiento cada vez mayor, Molkow comenta dos figuras: la de Galuppi, autor de Il filósofo di campagna (donde la constelación bufa agota, en gran medida, el aspecto filosófico de la obra) y Passiello con las obras Il Socrate immaginario (1775), ópera bufa de gran éxito, donde su personaje no tiene otro fin que convertirse en un trasunto de Sócrates, cometiendo cuantas chifladuras vengan, o no, al caso; y I filosofi immaginari, en donde la filosofía y la astrología son intercambiables, y eso, según Molkow, denota que ambas disciplinas se practican aquí de manera más bien lúcida.

Avanzando en el tiempo la ópera dejará de ser un género absurdo, tanto como una mezcla de la artes y se volverá más razonable, regresando a sus orígenes y dejando espacio para las ideas humanísticas e ilustradas y superando por tanto la ópera bufa. No se limitará ya tampoco a la caricatura de los necios representantes bufos del gremio de los pensadores, sino que empezará a tomarse en serio su contenido. Un ejemplo es L’anima del filosofo del filósofo, ossia Orfeo ed Euridice, donde se planteará quien podrá ser el alma y quien el filósofo, al tiempo que se razonará también, por ejemplo, sobre los límites de la libertad humana.

La obra Die Zauberflöte de Mozart es contemporánea de la obra de Haydn, y surge de nueva la pugna entre el hombre de acción y el pensador. Vence el primero. En Così fan tutte, la ópera de Mozart, el protagonista es don Antonio, que si de algo dice saber es de mujeres, maculadas por la infidelidad. Y siguiendo con Mozart, y su Don Juan (y su inmortal figura del seductor), Kierkegaard, dijo que con esta obra Mozart se situó por encima de todos los mortales.

El Romanticismo pasa por Busoni y Boito. El eje central en ambos es, no la figura de Fausto, sino la de Mefisto, el que siempre niega y el que impulsa la acción. Y en esta misma época comparece Weber con su obra Der Freischütz (El cazador furtivo). Para Weber los oscuros poderes son el elemento fundamental de su música. El cazador se pregunta ¿No hay ningún Dios?. ¿Qué busca el cazador? ¿Busca a Dios, la verdad?

Luego llega Wagner, que no necesita dice Molkow, situar a los filósofos en escena, pues sus personajes (Wotan, Parsifal…) ya son reflexivos y también negadores de la voluntad. Según Nietzsche, Wagner regresa al origen de la tragedia griega. En su recorrido sus lecturas irán de Kant a Hegel y Feuerbach hasta arribar a Schopenhauer.

Richard Strauss se apoyará intelectualmente principalmente en Nietzsche, más cuando descubra que la negación de la voluntad no es lo suyo, y se interesa por Nietzsche y por Así habló Zaratustra, en su obra Also sprach Zarathtustra. Los personajes femeninos (Arabella, Dánae…) cada vez tienen más presencia en la obra de Strauss, al igual que acontece con Wagner; así sus personajes como Erda, Brünnhilde, Kundry.

Puccini en su obra La bohème presenta a un auténtico pensador, de la mano de Colline y subraya con lacrimógena sentimentalidad la visión del mendigo sabio y su gesto de impotencia ante la muerte. Erik Satie vuelve a Sócrates, a su muerte, entendido como un gesto heroico. Ernest Krenek en su ópera Pallas Athene weint, la diosa de la sabiduría derrama lágrimas por la muerte de Sócrates.

Paul Hindemith en su obra Die Harmonie der Welt plantea la discusión entre el astrólogo Wallenstein y el filósofo Kleper. No son enemigos sino complementarios piensa Hindemith, para quien la ópera representa el intento de reconocer la armonía del mundo y de entender el mundo como su símil sonoro.

Y los filósofos siempre resultan inspiradores para los autores más contemporáneos. Así Ruzicka con su obra Benjamin, centrada en la huida de Walter de los nacionalsocialistas y posterior suicidio en Portbau. O Wolfgang Rihm, y su ópera Dionysos, a partir de los Ditirambos de Dioniso de Nietzsche. O Giuseppe Sinopoli, con su ópera Lou Salomé.

A modo de conclusión expone Molkow que resulta llamativo que de la dinámica composición vita activa / vita contemplativa desde Monteverdi hasta la Modernidad recorre, como hilo conductor y topos firme, el teatro musical. Y los filósofos no solo preservan cierta altura estilística que caracteriza a la ópera, sino que también revelan una dimensión más profunda que se esconde detrás de la obra. La presencia del que piensa garantiza, por así decirlo, la existencia del que canta.

Séneca, Sócrates y demás filósofos en la ópera
Wolfgang Molkow
Traducción Roberto Vivero
Ápeiron Ediciones
2024
74 páginas

No llamadas por su nombre

Los no llamados por su nombre. Matthias Grünewald, el pintor (Ramón Andrés)

Ramón Andrés destina este ensayo, Los no llamados por su nombre a Matthias Grünewald, el pintor, a la figura de Grünewald, el cual según refiere Ramón le ha acompañado desde su juventud. La idea del libro parte de un conferencia impartida por este en el Museo del Prado en febrero de 2018.

A Matthias Grünewald no solo no se le llamaba por su nombre, que parecía ser Mathis Gothart Nithart, sino que tampoco está muy claro cuál fue al año de su nacimiento. Pudo ser 1475. La muerte, en agosto de 1528. En todo caso, Grünewald ha pasado a la posteridad por ser el autor de El retablo de Isenheim, políptico de ocho paneles.

A pesar de las reducidas dimensiones del libro, las imágenes en él presentes tienen la calidad suficiente para que las palabras que Ramón dedica, no solo al retablo, sino a otras obras pictóricas de Grünewald, queden bien sustanciadas.

¿Qué es lo que dio fama al retablo? La manera en la que Grünewald aborda la Crucifixión de Cristo. No hay otra muerte en la cruz que lastime tanto, afirma Ramón, ninguna tan hiriente, continúa. En el texto se evidencia cómo Grünewald se empapa de la realidad que lo rodea, de las hambrunas y la extrema pobreza sufrida por muchos; también de las tensiones sociales que darán lugar a los levantamientos de los campesinos y al fortalecimiento del luteranismo. El pintor será afín a la Reforma y al campesinado. Yendo a algo más próximo, en sus ires y venires el pintor observa el paisaje, los continuos aguaceros, el atardecer del color de la madera astillada, refiere Ramón, y así Grünewald tiene claro, por ejemplo, el tono con el que pintará el fondo de la Crucifixión.

¿Cuál era el objeto del retablo? El retablo lo elaboró Grünewald entre 1512 y 1516. Fue ubicado en una iglesia aledaña al hospital de los antonianos, en una localidad próxima a Colmar (hoy el retablo se halla en el Museo de Unterlinden, en Colmar, en Alsacia). Guersi, superior del convento, fue quien solicitó la creación del retablo; lo quería para que su contemplación sirviese como cura para los afligidos. Porque eran muchos los desheredados de la tierra que acudían al hospital hambrientos, dañados, enfermos tras haber contraído la sífilis; algunos aquejados también del fuego de san Antonio, el ergotismo, contraído tras la ingesta de pan contaminado con un hongo tóxico (el cornezuelo), rico en ergotamina (alcaloide del que se deriva el ácido lisérgico). Los enfermos sufrían alucinaciones, quemaduras internas. Se creían azotados por el Diablo.

La Crucifixión, el cuerpo de Cristo, es un cuerpo descoyuntado; los brazos como sogas mal trenzadas, los dedos como la maleza que arde cuanto más sopla el viento, el pecho pedregoso, las piernas pródigas en heridas; no hay extremidad sin mácula. El crucificado no está solo. En el retablo están las figuras de María, desvanecida en los brazos de Juan Evangelista, María Magdalena implorante, Juan Bautista (quien anunció la venida de Jesús) o San Sebastián asaetado.

En la predela Grünewald muestra de nuevo a un Cristo descoyuntado una vez extraído de la cruz. Es la viva imagen del sufrimiento que llega hasta la muerte. Otras partes del retablo, no resultan tan tétricas. Pensemos en la Anunciación a María. O la de la Resurrección, que se nutre de una luz cegadora.

El majestuoso retablo, con paneles que se abren y cierran, y las imágenes leídas en horizontal y vertical, asemeja un libro desplegable, en cuya contemplación y entendimiento nos será de gran utilidad el espléndido ensayo de Ramón que aborda no solo la cuestión pictórica, sino otras aspectos históricos, sociales y psicológicos, con la correosa (como los jabones en cuya elaboración se afanó el pintor los años anteriores a su muerte) figura de Grünewald en el centro de sus pesquisas.

Los no llamados por su nombre. Matthias Grünewald, el pintor
Ramón Andrés
Temporal
2024
111 páginas

(no) me acuerdo

(no) me acuerdo (Fernanda García Lao)

El I remember de Joe Brainard dio lugar a otros libros posteriores como el Me acuerdo de Perec o ahora a (no) me acuerdo de Fernanda García Lao.

No me acuerdo del autor de Me acuerdo, primera versión.

¿Es posible armar una autobiografía (asumiendo, como dijo Barthes, que toda autobiografía es ficcional) mediante 231 parágrafos? Solo hay una forma de comprobarlo: leer el libro de Fernanda.

Creo que en este mundo abundan más los que no somos como Funes el memorioso, y por eso, de muchos años de nuestra vida no recordamos absolutamente nada. Quedan, eso sí, acarreos, jirones, esquirlas.

Los (no) me acuerdo de Fernanda van en esa línea. No me acuerdo, en todo caso reversibles, porque no se acuerda de unas cosas pero sí de otras. El hecho de no acordarse de ellas es como poner de manifiesto algo tachándolo; que aquí sería enunciando su desmemoria. ¿Y qué es lo que Fernanda recuerda? Pues lo que el resto de los mortales: olores, sabores, pieles, besos, lecturas, orgasmos, recetas, tumbas, poemas, lugares (Mendoza, Praga, Buenos Aires, Madrid…), diálogos de películas, películas, profesores, seres queridos, deseos, angustias, pasiones, temores, tiempo presente.

Curioso artefacto narrativo el pergeñado por Fernanda; una sucinta autobiografía que palpita al compás de cada palabra y recuerdo. U olvido.

(no) me acuerdo
Fernanda García Lao
Kriller71 Ediciones
102 páginas
2025

viejos y nuevos poemas

Viejos y nuevos poemas (Ricarda Huch)

Ápeiron edita con traducción de Roberto Vivero una colección de poemas de la historiadora, ensayista, novelista y poeta alemana Ricarda Huch (1864-1947) con el título de Viejos y nuevos poemas (1920).

Son poemas muy conectados con la naturaleza, con el correr de las estaciones (un poema va dedicado al Verano; otro al Solsticio), mediante detalladas descripciones de los paisajes (evidente en el poema En las montañas), en donde los seres humanos son como la arcilla en manos del creador, porque hay un fuerte espíritu religioso que impregna los poemas como en Escolta o en el poema más extenso, una moneda de dos caras, titulado El amor y la muerte. Pero no es la religión del martirio y el castigo, sino la de la esperanza y la llama eterna en un mundo reconciliado. No es de extrañar por tanto que uno de los poemas lleve por título Oración y otro Oración en las más extrema necesidad (dirigido a la gracia de Dios).

Se manifiesta también un canto a la juventud, a la lozanía, y cómo no al amor, no sabemos si correspondido. Y en esta variedad de temas e intereses que ocupan a Huch esta dedica su primer poema a los gatos, a El paraíso de los gatos, al que acuden los gatos muertos y por ella amados; o bien a Una palmera. Y si los héroes han de comparecer, Huch nos sitúa en el gineceo, cuando Aquiles ha de partir hacia la guerra. O explotando su quehacer como historiadora aflora la figura de Fastrada o encarece a Napoleón o ahíta de sangre reverbera esta en el Cuento indio.

Y Huch no puede dejar de pensar en las mujeres, las sufridas mujeres, ninguneadas por la historia, olvidadas, a quien nadie vivifica cuando pasan miserias, a quien, cuando el dolor las paraliza, ningún feliz las sostiene, o de quienes la vida gotea por sus manos ligeras, en un poema tripartito indispensable.

Viejos y nuevos poemas
Ricarda Huch
Ápeiron Ediciones
Traducción Roberto Vivero
Año de publicación: 2025
72 páginas