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Barrio de maravillas (Rosa Chacel)

Ahora, si un libro no me gusta lo abandono. Con Barrio de Maravillas de Rosa Chacel he hecho una excepción.

Ya se quejó en su día la autora de que su novela no había sido entendida.

No es excesivamente larga, no llegan a 300 páginas apretadas (en la Editorial Bruguera) pero me cuesta mucho coger el hilo y una vez cogido, no perderlo.

El Barrio de Maravillas es lo que hoy es Malasaña. En uno de sus edificios viven dos niñas: Isabel y Elena. La historia se sitúa en la segunda década del siglo XX. Somos testigos del asesinato del el político Canalejas en 1912, del archiduque Francisco Fernando en 1914, y también del comienzo de la Primera Guerra Mundial.

Rosa se demora en exhaustivas narraciones, ya sea acerca de la luz o sobre las figuras pictóricas, prosa que deviene ensimismada, perdida en el laberinto del lenguaje, quedando el lector al margen.

La narración tiene, no obstante, un punto seductor en su insolencia, en su nula necesidad de complacer, alentada por la pura nece(si)dad de contar.

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Un invierno en Mallorca (George Sand)

Cuando George Sand, pseudónimo de Amantine Aurore Lucile Dupin de Dudevant abandone la isla de Mallorca después de su estancia durante poco más de tres meses con los suyos (un hijo, una hija, una camarera y su pareja: Chopin), en la tercera década del siglo XIX (1838-1839), en el barco que la conducirá a Barcelona y luego a Francia se sentirá como aquel que después de haber dado la vuelta al mundo abandona a los salvajes de la Polinesia por el mundo civilizado, porque la autora conecta con el mar espléndido ante sus ojos, con la feracidad del paisaje, encareciéndolo -una dádiva para cualquier pintor; Eldorado de la pintura- pero denosta el paisanaje, al pagés, al oriundo mallorquín al que pone a caldo perejil, porque la autora, al contrario que Walter Benjamin cuando visitara Ibiza un siglo después, va con aires de suficiencia y altanería; así los isleños le resultan gente bruta, codiciosa, maliciosa, nada empática con los extranjeros; perfectibles, reservados, nada ilustrados, poco menos que bestias que apenas hacen uso de la razón en su quehacer diario. Salvo una joven, Perica, nadie pasará la prueba para la autora quien no se corta un pelo a la hora de denostar el vino peleón, el aceite de oliva nauseabundo, la alimentación basada en la carne de cerdo, la falta de caminos que faculten el comercio.

La timan en cada compra que hacen. Todos quieren sacarle los cuartos y aprovecharse de ellos. A pesar de todo esto disfruta George de la estancia en Valldemossa, en una celda de la Cartuja desamortizada por el Decreto de Mendizabal.

Hay mucha paja en el texto, publicado en su día por entregas, echando mano George de las notas de otros autores en lo relativo al arte o a la historia de la isla como Tastu o Laurens (como la nota relativa al Convento de Santo Domingo). Resulta interesante el texto cuando la autora (que escribe aquí bajo el género masculino) es capaz de hablarnos sobre sus impresiones, a menudo polémicas, centradas en la religión, pues a ella le choca la fuerte presencia que la misma tiene entre la población local; religión que ha moldeado las mentes de una manera muy diferente a la suya, que viste a su hijas con ropa de hombre, que no acude a misa y que no encuentra poesía alguna en la vida ascética, eremítica, como la de esos monjes cartujos. Provechosas son las notas de Luis Ripoll, responsable asimismo de la traducción. Parece que a George lo que más le molestaba, aunque no lo confesara, era la indiferencia con la que fue recibida por los lugareños, de ahí su necesidad de hacer de menos al otro, de querer situarse siempre por encima, ya sea moral o intelectualmente, sin lograr en esos tres meses hacer una amistad, lo cual no deja de resultarme curioso pues el texto termina con un párrafo moralizante en el que apela a la necesidad que tenemos los unos de los otros.

He leído una edición de Rey Sol de 1974. Si logro leer la edición de José J. de Olañeta con prólogo de Robert Graves, daré cuenta de ella.

Logroño dibujado

Logroño dibujado (Jesús López-Araquistain)

Una buena manera de la que dispone el viajero para recorrer y conocer una ciudad es recurrir a los libros. Así el arquitecto, fotógrafo y dibujante Jesús López-Araquistain, contando con su talento y una pluma estilográfica, recorre Logroño y sus barrios de cabo a rabo, ilustrando con sus más de cuatrocientas ilustraciones la ciudad, y también al lector, puesto que las ilustraciones dan testimonio de la evolución de la ciudad desde su creación.

Como todo organismo vivo, la ciudad, ha visto nacer y morir sus edificios, tiendas, barrios. Y somos testigos de esa transformación, como sucedió con el edificio de La Beneficiencia, «la bene» o más recientemente con la estación de autobuses. Algunos de los edificios, como el frontón Beti-Jai (uno de sus muchos usos fue como prisión en 1936), el Café de Los Leones (del que nos habla aquí Jorge Alacid), o La Casa del Corcho, han desaparecido o cesado su actividad; esta última en febrero del pasado año.

Logroño dibujado

El libro está dividido en los siguientes apartados: La formación de la ciudad, El centro histórico, La primera corona, El crecimiento compacto, La periferia, y El territorio.

Vemos cómo el éxodo rural a finales de los años 40 del pasado siglo, hizo que Logroño doblase casi su población entre 1940 y 1970, pasando de 43000 a 82000 habitantes. Las últimas décadas Logroño ha dejado de ser una ciudad compacta a media que ha ido ampliando su extensión con barrios nuevos como El Arco, o los más recientes de El Campillo, Valdegastea o Los Lirios. Asimismo otros barrios de carácter industrial, como Cascajos o Piqueras se convirtieron en barrios residenciales.

Las dimensiones del libro no permiten sacarlo a pasear; pero sería lo oportuno: que este libro de Jesús nos acompañara en nuestro recorrido por Logroño, convirtiendo nuestro viaje no solo en un trayecto horizontal a cota cero, cotejando lo visto con las bellas ilustraciones de Jesús, sino también hacer de esta experiencia un emocionante viaje vertical y sentimental hacia nuestro pasado, hacia nuestra memoria.

Logroño dibujado
Jesús López-Araquistain
Fulgencio Pimentel
2020
430 páginas

No-cosas

No-cosas (Byung-Chul Han)

Leo No-cosas de Byung-Chul Han y pienso en los años de mi mocedad, cuando trajinaba con el walkman, el discman, el tocadiscos, los casetes, las cintas de vídeo, los vinilos, los libros. Observaba las portadas, copiaba las letras, grababa canciones de la radio, registraba los episodios de Doctor en Alaska o de Aquellos maravillosos años en videocasetes. Llamaba desde las cabinas para conversar. No existían los audios que fragmentan y difieren la “conversación” y que deja de serlo como tal.

Aquellos objetos de mi adolescencia han sido desplazados o se han vuelto innecesarios con el streaming, con aplicaciones como Spotify, o con los libros electrónicos.

Describe muy bien todo esto Byung-Chul Han en su ensayo; cómo las cosas se convierten en no-cosas devoradas por lo virtual, porque la digitalización desmaterializa y descorporeiza el mundo.

Todos aquellos objetos eran un contenedor de nuestra experiencia y de nuestros recuerdos. Recuerdo cuándo compré los vinilos, lo que me deparó su escucha, la ilusión con la que grababa cintas de música de la radio que luego compartía con mis amigos.
Hoy se accede a ficheros, se comparten enlaces, listas de reproducción, se almacenan toneladas de datos de gigas con libros, fotos, discografías completas que van a parar a los discos duros de nuestros ordenadores y quedan ahí, presentes pero al margen, porque nada las ata a nosotros.
Son no-cosas que no sentimos porque no nos pertenecen.