Pozas del Gollizo, Valtrujal y San Vicente de Robres

En una excursión de un par de horas saliendo de Logroño, en dirección Ribafrecha y pasando Ventas Blancas llegamos a Robres del Castillo.

Almendros en flor

A la salida del pueblo están las Pozas naturales del Gollizo.

Pozas del Gollizo

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En la carretera que va hacia San Vicente de Robres, cinco kilómetros antes de llegar, si dejamos el coche en un recodo (hay una ruta señalizada), en una hondonada vemos los restos del pueblo abandonado de Valtrujal.

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De nuevo en la carretera nos recibe San Vicente de Robres un pueblo precioso, de casas de piedra, con un magnífico paisaje, rebosante de silencio (no está permitido el paso a vehículos de motor en el pueblo), en donde hacer rutas hacia las canteras o siguiendo las huellas de los dinosaurios. Municipio acogido al proyecto starlight. Magnifico emplazamiento por tanto para ver el firmamento.
San Vicente de Robres

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Un pequeño mundo, un mundo perfecto (Marco Martella)

Descubro la escritura de Marco Martella en su espléndido ensayo Un pequeño mundo, un mundo perfecto, editado en Elba, con traducción de Ernesto Hernández Busto. El pequeño mundo, el mundo perfecto es el jardín, porque de jardines va el ensayo.

Un recorrido que Martella hace por distintos jardines italianos como Bomarzo, Ninfa, la Cassa Rossa de Montagnola de Herman Hesse; franceses como Versalles, Vallée aux loups, el jardín de Chateubriand o el que cultiva Miguel Cordeiro, en Saint Cyr la Rosiére, en la región de Normandía; ingleses como el bosque de las hadas de Cottingley (donde vemos el ánimo espiritista de Conan Doyle, evidenciado cuando leí El caso de las fotografías de espíritus) o la Quebrada de Jerez, en medio del desierto de Atacama.

Como dice Martella en el epílogo, el cultivo de los jardines es hoy un negocio floreciente. Las ciudades se pueblan de zonas verdes, jardines verticales o en azoteas, pero cabe preguntarse qué interés nos mueve, si es la búsqueda de un sentido o sencillamente otra forma de negocio más. Para llegar a esta reflexión seguiremos previamente y con deleite el recorrido que Martella nos ofrece por los jardines antes citados, espacios acotados, ajustados a la mano humana, como Versailles y otros más desenfadados como Saint Cyr la Rosiére, donde Cordeiro atesora toda clase de semillas no para mañana, sino para pasado mañana. Porque lo que late en el ensayo es dónde estamos y hacia dónde vamos, con qué nos conectan hoy los jardines, qué lugar ocupa hoy la phisis en nuestras vidas, qué descubrimos en nuestro contacto con la tierra, con la naturaleza. Qué encontramos si nuestra mirada se pierde en el firmamento. Qué podemos esperar de algo tan inútil, en una sociedad hipermercantilizada (y por tanto tan necesario) como la jardinería.

Ya en harina, recomiendo leer el canto de amor hacia la jardinería que es Recuerdos de un jardinero inglés de Reginald Arkell y El jardinero, el escultor y el fugitivo de César Aira.

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Obra maestra (Juan Tallón)

La obra maestra es robar la escultura de Richard Serra, no hacerla, dice Isidoro Valcárcel.
Una buena historia hace un libro, creo.
Que una escultura (Equal-Parallel/Guernica-Bengasi) de treinta y ocho toneladas desaparezca de un almacén sin dejar rastro resulta muy novelable. Esa idea le rondará a Juan Tallón durante años hasta que puede llevarla finalmente a término.
Una novela que en la suma de testimonios de todo tipo (artistas, políticos, el propio Serra, taxistas, empresarios, celadores, escultores, escritores, juezas de instrucción, policías, funcionarios del Reina Sofía y un largo etcétera) pudiera resultar infinita o inabarcable.
La obra desaparecida no aparece y esa desaparición es un misterio sobre el que los múltiples testimonios aquí vertidos (algunos de ellos controvertidos) no arrojan ninguna luz.
En la naturaleza polifacética de la novela (muy interesante la relación que se establece entre Serra y Oteiza) es donde reside la grandeza de la obra. En una obra que además de enganchar nos hace también pensar acerca, por ejemplo, de la naturaleza del arte moderno, y en concreto en la particularidad de las obras de Serra que son indisolubles del tiempo y el espacio que ocupan.
Un trabajo el de Serra que precisa de tanta gente que se convierte en una «compañía». Obras algunas efímeras. Escultor capaz de convertir las ideas en técnica.
Al leer sobre La materia del tiempo y su permanencia en el Guggenheim, recuerdo que en 2003 visité el museo y que recorrí la sala y los volúmenes de acero. Ahora sé que eran de Serra. Dos décadas después descubro que me paseaba por entre una obra maestra.

Viniegra de Abajo y Canales de la Sierra

Viniegra de Abajo y Canales de la Sierra son dos pueblos riojanos de la comarca de las 7 villas (asimismo parte del Parque Natural del Alto Najerilla). Se llega a estas localidades siguiendo la carretera que nos lleva a Anguiano. Viniegra de Abajo, a 70 kilómetros de Logroño, es uno de los Pueblos más bonitos de España (desde 2019). Merecido galardón a tenor de la belleza del pueblo en su conjunto, con sus calles empedradas, las fuentes borboteantes, las majestuosas casas indianas (de los oriundos de Viniegra que se marcharon a hacer las américas, en Argentina, en Buenos Aires), el lavadero, las Escuelas de Venancio Moreno) y el entorno natural (a lo largo del río Urbión) en el que se ubica.

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Para llegar a Canales pasaremos por el Embalse de Mansilla. Una vez en Canales es ineludible la visita a la Iglesia románica de San Cristóbal y al teatro barroco, en el caso de encontrarlo abierto. Edificio del siglo XVIII, restaurado en los años 90 del pasado siglo, que en agosto acoge el festival Canales Demanda Teatro y que nos recuerda a las corralas como las de Almagro. Merece la pena caminar luego contemplando las casas blasonadas, hasta la iglesia de Santa María y escuchar desde el puente el fragor del agua del río Najerilla.

Dentro de las jornadas de la Alubia de Anguiano, jornadas gastronómicas en el Alto Najerilla, tuvimos ocasión de comer en el Hostal la Villa. Unas alubias mantecosas acompañadas con los sacramentos y de segundo unas carrilleras espléndidas. Regado con un buen vino y una arroz con leche de postre. Muy buen menú por 19 euros, o 18 euros presentando la tarjeta La Rioja capital.

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