Cuando Vicente Valero recorre la Umbría, como da testimonio en su libro El tiempo de los lirios, lo hace con Las florecillas de San Francisco de Asís entre las manos. Más que como guía de viaje puede entenderse como una guía espiritual.
El título de la obra transmite alegría y esperanza. Las florecillas son cincuenta y tres capítulos breves en los que San Francisco (1182-1226) tiene mucho protagonismo. Los episodios más conocidos son los que tienen que ver con los animales, como cuando habla a las aves, o al lobo. No es San Francisco el único, porque San Antonio hará lo propio con los peces. La presencia femenina es mínima, a no ser por la hermana Clara, virgen tan santa y tan amada de Dios.
Las florecillas son fabulas morales que servirán como acicate para todo aquel que quiera seguir el ejemplo de San Francisco. No sus palabras, sino sus obras: su ejemplo. San Francisco decidió cambiar de estado. Cambiar su posición acomodada por la extrema pobreza. El punto importante aquí es que no resulta una imposición, sino que esta mudanza espiritual es fruto de la voluntad. Por eso se habla mucho de “pobreza voluntaria”. San Francisco quiere ir ligero de equipaje. Tener las menos ataduras posibles y presto se deshace de todo lo material y sus servidumbres. Con un sayo y escaso alimento tiene suficiente. Practicará su particular ayuno, parejo al de Jesús en la isla Maggiore en el lago Trasimeno.
Las florecillas muestran el ejemplo a seguir, el de la obediencia, la humildad y la extrema pobreza en el camino hacia la gracia de Dios, en este paso efímero por la tierra, antes de alcanzar la recompensa de la vida eterna, ya sea orando o predicando; en todo caso siempre al servicio de Dios.