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Los indiferentes (Alberto Moravia)

Primera novela publicada por Alberto Moravia (1907-1990) a sus 22 años. En ella el autor nos presenta a cinco personajes de clase bien. María Engracia, su hija Carlota, su hijo Miguel, Leo el amante de María Engracia y Lisa, su amiga. La familia tiene la casa hipotecada y estos problemas económicos los llevan por el camino de la amargura y del aburrimiento, pues lo único que saben hacer es aburrirse y lamentarse ante la posibilidad de perder su posición.
Moravia crea una atmósfera enrarecida, opresiva, demencial, sórdida, inmunda, voluptuosa, donde la moral se pone continuamente en entredicho, con la figura del libertino Leo, quien tras romper con Lisa y aburrirse de María Engracia, se encapricha luego de su hija Carlota, a la que conoce desde niña, sin que ese sentimiento paternal venza a la atracción que la piel joven le suscita, ansioso por conquistarla, por entrar en ella, por desflorarla y ponerla ya de su lado. Al hilo de esto es interesante ver el distinto rasero con el que se juzga al hombre voluptuoso y lujurioso, cuya salacidad va al haber y que en el caso de la mujer, Carlota quien quiere disfrutar de su cuerpo y de su sexualidad su deseo va en el debe y pasa a ser catalogada como chica fácil, perdida, o ramera, que es como Leo la considera.
Moravia hace rechinar la realidad empleando un léxico exacerbado, y así las manos son estúpidas, las caras repugnantes, los pensamientos abyectos o viles o mezquinos.
La realidad es un tablero de juego donde cada cual juega sus cartas con el único objetivo de mantener el estatus, como se verá. En sus acciones prima la hipocresía, la falsedad y en la narración vemos como nada tiene que ver lo que piensan y lo que luego hacen, como si pensamiento y acción fueran dos columnas paralelas sobre las que erigen su mundo, que es una cápsula que los sustrae de la realidad circundante, que ni los roza, ni los altera, pues todos ellos, incluido el indiferente Miguel a pesar de sus muchos pensamientos y a pesar de su impostado nihilismo, asume que la vida que llevan es la que quieren seguir llevando y que esa «otra vida», el abandonar su villa y pasar a vivir en un piso con vecinos, el tener que codearse con gente de la calle, o el tener que trabajar, es una fantasía más, un delirio, pues tanto él, como su hermana y como su madre se rebajarán en su proceder lo necesario para no abandonar su tren de vida.

RBA. 1993. Traducción de R. Coll Robert. 220 páginas.

La escala de los mapas (Belén Gopegui 1993)

La escala de los mapas Belén Gopegui portada libro

Belén Gopegui
1992
233 páginas
Anagrama

Belén Gopegui con 30 años vio publicada su primera novela La escala de los mapas, que recibió un sinfín de parabienes por parte de otros escritores como Francisco Umbral o Carmen Martín Gaite.

La historia que nos ofrece Gopegui es todo menos comercial, pues su lectura es como una travesía por el desierto o un ochomil, un campo minado donde hay que ir mirando bien el suelo a medida que vamos pisando, leyendo.

El protagonista es Sergio Prim enamorado de Brezo.
Él es geógrafo, ella también.
Sergio está enamorado de Brezo, bebe los vientos por ella, su pasión se ve alimentada al no verse correspondido. Ella le hablaba de sus amores, él encajaba los golpes de esos devaneos amorosos furtivos, fugitivos, ajenos. Porque siempre eran otros, otros, los amores: catarrros mal curados. Pero a veces los sueños se cumplen y los amores no correspondidos se tornan recíprocos y ante esa situación Sergio se devanará lo sesos tratando de conciliar los sentimientos hacia su amada con su obsesión por buscar ese hueco en el que esconderse del mundo exterior.

La idea que Sergio tiene del concepto de hueco lo entendemos mejor a través de estas palabras:

Libro del Tao (XI):

Treinta radios convergen en el centro de una rueda,
pero es su vacío
lo que hace útil al carro.

Se moldea la arcilla para hacer la vasija,
pero de su vacío
depende el uso de la vasija.

Se horadan puertas y ventanas en los muros de una casa,
y es el vacío
lo que permite habitarla.

Sergio parece un personaje vilamatiano, un ser humano entregado a la renuncia, al ensimismamiento, a la opacidad, alguien empeñado en desaparecer, en escurrir el bulto, en habitar las sombras, en vivir en la oscuridad, en ser el párpado que desaparece, el trozo de arena que la marea tapa en su sempiterno reflujo.

A Sergio le cuesta amar, entregarse, darse, quiere eso sí ocupar los huecos, los orificios femeninos, pero sin compromiso, de su amada Brezo, sin ataduras, sin responsabilidad. Le sobra todo aquello que va después del yo te quiero y yo también, amo y señor de un amor centrípeto, enajenado en su búsqueda de ese hueco perfecto, de ese refugio desde que el protegerse de la realidad que acecha, araña y acosa.

Leemos la historia de un ser excéntrico, a la deriva, que nos hace partícipe de su aventura, de su anti epopeya amorosa, de esa lucha interna por mantenerse fiel a su principios, de pelear a la contra en su desafío de una realidad que se cierne e inmoviliza, de hallar ese hueco-refugio, esa ola perfecta con la que todo surfista sueña, ese verso que da la gloria, esa novela que permita a su autora pasar a la posteridad.

La prosa de Gopegui en este libro logra una cosa: no deja indiferente. O te repele o bien te centrifuga y entonces estás pérdido. No hay pues escapatoria. Resta solo dejarse ir hasta el final, gozar de ese puñado de palabras que logran combinaciones prodigiosas, que obran ese milagro que le dan a uno razones para seguir leyendo.

Belén Gopegui | La conquista del aire