Mi manera de comprometerme fue darme a la fuga, canturreaba Sabina en una de sus canciones. Ángela hace lo propio. Después de ver, cuando es una niña, cómo su padre se da a la fuga, tras encomendarle que cuide de su hermana Tecla, tras conocer que su hermana sufre parálisis cerebral y una vez llegue a la edad adulta, abandonará el hogar familiar comprando billete de ida, por que no le volverán a ver más el pelo.
Lo que Ángela gana huyendo lo pierde por la vía de los remordimientos y el peso de la culpa que la lastrará para siempre.
Una llamada de teléfono rompe la noche a tajazos, para hacerla volver, para arrostrar, quiera o no, su pasado y volver a recordar a su hermana Tecla, a su anegada madre, a los vecinos que entre dimes y diretes se alegrarán de volver a ver a la hija pródiga, la cual no encontrará el abrazo filial, sino dos féretros indistintos ante los que pedir perdón por sus pecados. Un Dios que está muy presente, pero no para pedirle milagros, sino para rendirle cuentas, para cantarle las cuarenta.
Las preguntas que se formula la madre de Tecla siempre son las mismas en estos casos. ¿Qué ocurrirá cuando yo falte? ¿Qué culpa tiene Tecla?
Una novela muy triste esta de Antonio Fontana (Málaga, 1964) y también purificadora. Sin ceder a lo sentimentaloide creo que el autor con mucha precisión va desentrañando esa madeja de sentimientos morales y punzantes que convierten el día a día de todos ellos en un porvenir funesto, encadenados a una enfermedad que no les da ni tregua ni respiro.
El suicidio, el asesinato, la muerte en definitiva, repartirá las cartas que ellos juegan. Todos pierden.
Acantilado. 2003. 156 páginas