Archivo de la etiqueta: 2016

www.devaneos.com

Lección de alemán (Siegfried Lenz)

Siggi, un joven internado en un reformatorio, el día que debe escribir una redacción con el jocoso título de «las alegrías del deber» se bloquea y entrega un ejercicio en blanco. A este acto de insumisión caligráfica, le sucederá un castigo con reclusión y aislamiento en su celda que supondrá que el joven logre extraer parte de su pasado vomitándolo sobre un buen número de cuadernos.

Siggi entonces se aplica, recorre su pasado e irá espigando los momentos que recuerda de su vida: El puesto de policía más al norte de alemania en el que trabaja su padre, Jepsen (donde el Mar del Norte, en un territorio fronterizo entre Alemania y Dinamarca se convierte en un personaje más), Max, el pintor al que se le prohíbe pintar (y al que se le confiscan sus últimos cuadros, impeliéndole a pintar cuadros imaginarios) porque los colores son subversivos, tanto como la claridad nocturna tal que si alguien olvidará sellar las ventanas, la infracción de la ordenanza de oscurecimiento de ventanas supondría un delito, su hermano Klaas el cual se automutila durante la guerra y es detenido, luego deviene fugitivo y más tarde hijo (no) pródigo y entregado a la justicia por su severo padre, más tarde liberado, luego actor, fotógrafo, Asmus Asmussen, Jutta, su hermana Hilke…

Todas las historias que sin proponérmelo, he retenido en mi memoria, empiezan y acaban mal. Todas, nos dice Siggi.

En la narración brilla la relación de Siggi con sus padres, que sin llegar a lo que enuncia Thomas Bernhard en su relato Reencuentro manifiesta una carencia de sentimientos y de sensibilidad brutal, una severidad implacable, un sentido del deber y de la rectitud demoledor y aniquilante, que conlleva para Siggi una obediencia temerosa hacia sus padres, donde siempre median los inevitables castigos corporales por parte de sus progenitores ante los que el joven siente tanta inquietud como miedo. Un sentimiento de odio similar al que experimenta Hilke a quien le cantan las cuarenta al posar de manera procaz y muy poco decorosa según sus padres, para el pintor Max.

La figura del pintor, su rebeldía ante el absurdo y la sinrazón reinante del gobierno nazi que los somete, me ha parecido lo más notable del relato, al tiempo que pone de evidencia el poder intempestivo del arte, en este caso de la pintura.

El pintor demostró de una vez por todas que el gran arte también contiene una venganza frente al mundo, pues condena a la inmortalidad aquello que esté quiere despreciar.

Otro de los puntos destacables de la novela es la manera en la que sociedad criminaliza la diferencia, algo que el régimen homogeneizador nazi llevó hasta sus últimas consecuencias eliminando no solo cualquier atisbo de disidencia hacia su poder (muy recomendable para entender mejor esto es la biografía que Peter Longerich escribió sobre Heinrich Himmler), sino a cualquiera que se apartara de su ideal de pureza racial.

La sociedad siempre se ha sentido desafiada, amenazada o subvertida por aquel que es diferente, y por ese motivo dedica a estos sujetos todo su interés y su desconfianza, y hasta los persigue con odio, dice Wolfgang Mackenroth, el psicólogo que analizará el caso de Siggi y con el que piensa elaborar una tesis.

A medida que Siggi va reconstruyendo su pasado como actor principal, Mackenroth, en su rol de psicólogo, irá sacando conclusiones sobre la conducta de ese joven inadaptado que parece ser Siggi, tratando de explicar la personalidad de éste, recurriendo para ello a hechos objetivos. Hay una frase que me parece clave entre la relación que se establece siempre entre lo objetivo y lo subjetivo.

Sucedió como lo cuentas, pero en realidad no fue así. Le dice Siggi a Mackenroth cuando Siggi lee lo que este último ha escrito en su informe tras leer Mackenroth los cuadernos de Siggi.

Frase que demuestra los límites y el alcance de la psicología, de la misma manera que toda literatura es metáfora de la pérdida o cambio de significado que hay entre lo que el escritor tiene en mente cuando escribe un libro y lo que el lector aprehende con la lectura del mismo.

Un libro basado en la memoria, en la reconstrucción de los hechos, es terreno fecundo para las elipsis, y sucede que esos momentos para mí más interesantes, como sería saber lo que le sucede tanto a Jepsen como a Max cuando son detenidos, cada uno por distintas causas, y luego devueltos a la vida normal, son momentos que Lenz nos sustrae, para contarnos otros momentos a ratos más tediosos, demorándose en cosas que hacen en mi opinión la novela, descompensada, vaya de más a menos, con personajes como Hilke o Klaas que deberían de tener más cuerpo, pues ese campo de fuerzas, esa polaridad entre el sentido del deber (meollo del libro) a ultranza de Jepsen (deber convertido en una adicción, que lejos de sumar, resta y merma todo lo que éste tiene a su alcance) y la mínima observancia del mismo por parte de Max, a veces pierde fuelle y se desaprovecha la oportunidad de apuntalar algunos aspectos que están presentes en la novela sin llegar a entrar a saco en ellos, lo que hubiera hecho de la narración algo todavía más notable.

Impedimenta. 2016. 496 páginas. Traducción de Ernesto Calabuig.

Ariel

Palmira (Paul Veyne)

Leo en la Introducción que Paul Veyne publicó un libro sobre Palmira en 2001, se publicó otra vez en 2005 con notas eruditas dice el autor, ahora, en 2016, dice Veyne que publica este Palmira mucho más breve (100 páginas de letra generosa), no es erudito y se dirige al buen lector al tiempo que se plantea nuevas preguntas: ¿Por qué un grupo terrorista saquea los monumentos inofensivos de un lejano pasado (o los pone en venta)?¿Por qué destruir esta Palmira que fue declarada por la UNESCO patrimonio mundial de la humanidad?¿Y por qué tantas matanzas, entre las cuales el suplicio, la tortura, la decapitación el 18 de agosto de 2015, del arqueólogo palmireno Jaled al-Assad, a quien está dedicado este libro?.

Concedo que el libro es breve y no erudito, pero no contesta a ninguna de las preguntas formuladas, porque Veyne no tiene ninguna respuesta que ofrecer, sólo decirnos que si el IS ha hecho esto es para romper con nosotros, pues tienen la sensación de que no reconocemos su identidad y de quedarse aislados un poco en el mundo.
Así que Veyne coge su texto de Palmira lo jibariza, lo poda, lo descafeína, se sube al carro de que Palmira ahora está de moda (en Francia se publicó en 2015, aqui en 2016) gracias a los tarados criminales del ISIS, planta unos cuantos apuntes históricos, se explaya con la figura de Zenobia, no contesta a ninguna pregunta, porque este no es un ensayo político y todos tan contentos, menos el lector, yo, al que textos como este le parecen meros ardides comerciales, un coger la ola buena y hacer caja.

Ariel. 120 páginas. 2016. Traducción de Carme Castells

www.devaneos.com

Una cena en casa de los Timmins (William Makepeace Thackeray)

Será una sátira plena de humor y de ironía que no he visto por ninguna parte. Más bien me ha parecido una sandez y un texto aburrido, a pesar de su brevedad, poco más de 50 páginas. Prefiero, por ejemplo el humor de Maupassant. O puestos a satirizar a la clase burguesa me quedo con Los indiferentes de Moravia.

Lo que se nos cuenta es tan trivial como episódico, a saber, una pareja de clase bien, quiere invitar a cenar a sus amigos y aquello se les va de las manos. La cena resulta un despropósito, pues como se diría ahora aquello les queda muy por encima de sus posibilidades y lo único que consiguen tras el nefasto festín es endeudarse. Relatado a modo de travelling fílmico se nos van presentando los distintos personajes que acudirán o acuden a la cena, algo a considerar pues van justos de espacio, se va engordando el pavo de la tragedia y aquello acaba como el rosario de la aurora.

Probaré con otras novelas más extensas que esta, como La feria de las vanidades o La suerte de Barry Lyndon, adaptada al cine por Kubrick, a fin de poder enjuiciar mejor el -de momento presunto- talento de Thackeray.

El acto de leer ofrece hechos curiosos. Leyendo esta pequeñita obra aparecen por ahí el Sancho de Don quijote, a su vez, leyendo Yo el Supremo de Augusto Roa Bastos esta tarde me encuentro con la ínsula barataria y de nuevo a Sancho. Así son los clásicos, se ganan el fervor no solo ya de la crítica y del público, sino también de los propios escritores.

Editorial Periférica. 2016. 64 páginas. Traducción de Ángeles de los Santos.

www.devaneos.com

Tardía fama (Arthur Schnitzler)

Arthur Schnitzler no deja de sorprenderme -después de haber leído el otro día Morir– para bien. Con Tardía fama podemos apreciar de nuevo lo maravilloso que supone, a veces, entregarse a la lectura durante un par de horas. El título, Tardía fama, es engañoso. En manos de cualquier otro escritor la historia hubiera ido por otros derroteros más complacientes y entonces sí que se hubiera dado la tardía fama del título. Con Schnitzler esto no sucede. Apenas requiere el autor cien páginas para mostrar en toda su complejidad lo que un escritor expone, arriesga y deja en el camino cuando se decide a escribir. Una escritura que a veces va acompañada de la publicación y otras no. Y luego en el caso de ver publicada la obra, otra cosa es que ésta obtenga el reconocimiento de crítica y público del que el autor se siente acreedor, e incluso que sus lectores sean los que él desea. Ante la labor creadora surge el ego del autor como algo irremediable, así Saxberger que en su juventud fue poeta, publicó y fue olvidado y labora ahora en la administración, sufrirá la entrada en su vida de un joven poeta que lo venera a él y a su obra, como si esto fuera algo indisoluble, y quiere que Saxberger entre a formar parte de su círculo de escritores. Saxberger no desoye los cantos de sirena, no aparta las caricias de la veneración, ni hace ascos al almíbar de los elogios, y se siente renovado, parte de algo -aunque llegue a ser en el ojo del huracán-, incluso deja de ser invisible para las mujeres, que le harán sentirse corpóreo, una vez acariciado e incluso objeto del deseo femenino. Schnitzler demuestra con maestría lo inestables, correosos y hueros que son conceptos como la fama, el éxito, la veneración, pues al final no son otra cosa que pompas de jabón, gráciles sí, que estallan prontamente, para dejar al autor con un palmo de narices, siempre defendiéndose éste de los demás escritores -rivales en potencia- , de la crítica implacable, del público que lo ignora, y de aquellos que pasan de la veneración a la indiferencia en décimas de segundo. Una fama que sería una sed que nunca se apagara, tal que Saxberger acabaría añorando su vida gris, monótona y aburrida, sin sobresaltos, una medianía dilatada, sin tener que andar en todo momento buscando el reconocimiento, el aplauso -los me gusta o likes actuales- la palmada, la recensión en la prensa escrita, un anhelo, una necesidad más bien imperiosa de anonimato, de ser uno más, fuera ya de los vanidosos círculos literarios, asumiendo que las musas, otrora lozanas, ahora aquejadas de demencia senil no tienen nada que ofrecerle.
Si a menudo constato cuando cojo un libro en préstamo en la biblioteca la paradoja de quien entiende los libros más que como un objeto de culto como un basural, objeto a roturar o pintarrajear con todo tipo de anotaciones o rayaduras a bolígrafo, en esta ocasión me sorprendo al leer una nota a pie de página escrita a lápiz por un lector, que fija su atención sobre un párrafo donde Schnitzler ironiza sobre Goethe.

Acantilado. 2016. 104 páginas. Traducción de Adan Kovacsics

Arthur Schnitzler en Devaneos | Morir